Fernando Ariza | 14 de agosto de 2019
Viajes trágicos como los de «Hamlet» o el monstruo de «Frankenstein» nos recuerdan, pese a todo, los lazos culturales del continente.
¿Un libro sobre viajes europeos? Hamlet, sin duda. Aunque todos tengamos en la memoria una serie de personajes que se mueven (y se mueren) entre las salas del castillo de Elsinore, fuera de escena abandonan Dinamarca y regresan al país con una gran facilidad: Hamlet vive en Alemania y tiene un trágico viaje a Inglaterra, Laertes visita Francia. El tercer vengativo huérfano de la tragedia es Fortimbras, príncipe noruego que hereda forzosamente el trono danés tras su éxito bélico en Polonia. De un plumazo hemos cruzado seis de los países más importantes de la región.
El turismo, es decir, el viaje cuya única motivación es el entretenimiento o la curiosidad por conocer otro lugar, se inventó en Europa. Ya he hablado del Grand Tour, la costumbre entre las grandes familias inglesas de enviar a sus jóvenes a conocer otros países europeos como parte de su formación.
Es precisamente en ese contexto donde se ubican dos de las novelas del siglo XIX en las que los caminos centroeuropeos están más presentes. En Frankenstein (1818), Mary Shelley repite casi paso a paso la ruta europea que recorrió junto con Percy Shelley para encontrarse con Lord Byron, desde Inglaterra a Suiza. La diferencia es que, en lugar de acompañarse de su amado, el protagonista era perseguido por un monstruo, aunque igual no era tanta la diferencia.
Otra novela de terror del XIX recorre Europa. Esta vez se aleja un poco más, pues surge en los Cárpatos y termina en Londres. Me refiero a Drácula (1897), Bram Stoker, su autor, no tuvo necesidad de salir de la isla para escribir incluso sobre especialidades culinarias rumanas que hoy en día siguen existiendo. Él tenía la London Library.
Y si a los ingleses les fascinó el continente, imagínense a los americanos. Me parece que quien mejor definió las dos idiosincrasias en ese siglo fue Henry James. Me gustaría fijarme en su novelita Daisy Miller (1879) donde muestra esa aparente divergencia entre ambas culturas, mantenida y agrandada por los propios americanos expatriados.
Otro americano, Ernest Hemingway, escribió París era una fiesta (1964), y aunque en esa novela no hay más lugares que la Ciudad de las Luces, tiene tanto movimiento que merece incluirse en el artículo (el título original es A Moveable Feast por algo), además de que los personajes no pueden ser más ilustres: Pound, Joyce, los Fitzgerald o Gertrude Stein.
Otro viaje urbano, aunque esta vez multinacional, tiene lugar en El tercer hombre (1950), de Graham Greene. Fue un extraño ejercicio literario que consistió en pedir una novela para hacer una versión cinematográfica, y de hecho el libro se publicó un año más tarde que la película de Carol Reed. Y digo que fue internacional porque se atraviesan cuatro países: EE.UU., URSS, Reino Unido y Francia, todo ello en los límites de la Viena ocupada por los aliados tras la Segunda Guerra Mundial.
Hablar de ciudades europeas obliga a hablar, mal que nos duela en estos días, de Londres. Las novelas con esta ciudad como protagonista son numerosísimas. Me aventuraría a decir que en ese sentido nadie la gana. Voy a seleccionar dos libros que están fuera del circuito, pero que me parecen muy recomendables. El Napoleón de Notting Hill (1904) de Chesterton sirve para aprenderse de memoria los barrios de Londres y para descubrir hasta dónde puede llevar la estupidez humana. El cómic From Hell (1993) de Allan Moore nos introduce en lo más negro del Londres victoriano a través de una plausible hipótesis del origen de Jack el Destripador. Da miedo y atrapa como los oscuros callejones de Whitechapel.
Veo que me está saliendo un artículo de lo más anglosajón, sin quererlo. Tal vez su interés esté provocado por esa relación de distancia y dependencia que ingleses y americanos han tenido hacia la Europa continental. Para cambiar de tercio mencionaré el que pienso es el gran libro sobre Europa, aunque no sea solo una novela.
Lleva como título el nombre del río más largo del continente: El Danubio (Claudio Magris, 1986). Los seis países que baña con sus aguas: Alemania, Austria, Hungría, Checoslovaquia, Bulgaria y Rumanía sirven de excusa para recuperar la historia y el presente actual de Mitteleuropa. Su apuesta por unos países europeos que pongan aparte sus intereses individuales para construir un futuro común, basado en el enriquecimiento por la diferencia, parece que fue elaborada para los tiempos actuales.
Sus poemas sencillos, cercanos y actuales demuestran que el gran escritor neoyorkino está más vivo que nuca.