María Solano | 19 de agosto de 2019
Nuestro sistema educativo no prepara a los alumnos para hablar en público. Sin una asignatura de Oratoria, pierden la oportunidad de aprender a argumentar y de ser mejores personas.
Hay una escena que se repite en la mayoría de las aulas en España, en cualquiera de los grados de enseñanza. El profesor lanza una pregunta que interpela a los alumnos a responder. En lugar de alzar la mano, la inmensa mayoría de los estudiantes desvía la mirada hacia el pupitre y agacha la cabeza en un gesto de avestruz, mientras repite como un mantra “que no me toque a mí”.
Si la escena acaba en tragedia y toca “salir a la pizarra”, muchos de nuestros estudiantes entran en un proceso cercano al pánico, paralizados por el miedo y la vergüenza. Con manos temblorosas, un nudo en la garganta y sudores fríos, solo consiguen murmurar algunas palabras inconexas antes de que pase de ellos ese cáliz y puedan volver a su zona de confort en lo oculto de su silla.
Sin Oratoria ni Retórica
Y esto es un problema, porque nuestros alumnos no están preparados para hablar en público, mientras que los extranjeros nos adelantan con mucho en esta competencia. Nos falta Oratoria, nos falta Retórica en nuestro currículo. Y solo muy poco a poco apuntan los primeros esbozos de un futuro alentador, como la media hora semanal que tendrán los alumnos andaluces.
El problema de la Retórica es que es una gran desconocida y la ignorancia le ha dado mala fama. Si preguntásemos a pie de calle, la mayoría ofrecería una visión negativa de este arte milenario, como una técnica del engaño a través de la palabra. Pero si Aristóteles levantara la cabeza, no podría por menos que mostrar su indignación, puesto que a él le debemos la perspectiva de una aplicación ética de la retórica, es decir, de una técnica que, puesta al servicio de la verdad, permite transmitir de mejor modo el conocimiento.
La Oratoria y la Retórica dotan a los alumnos de las herramientas de pensamiento crítico que les permitirán distinguir el bien del mal
En este aprendizaje, que ya desde la Grecia clásica fue incorporado como una de las materias básicas de estudio y así se mantuvo hasta casi nuestros días, es el que nos permite dilucidar qué decir en función de quiénes somos, sobre qué hablamos y a quién se lo contamos. También nos enseña a ordenar mejor el contenido y exponerlo de manera más comprensible, embellecido, aquí y allá, con figuras retóricas que no solo adornen sino que agudicen el ingenio de la audiencia y nos atraigan su atención.
Pero no es esta capacidad la que más debería importar a los maestros y profesores a la hora de decantarse por esta materia. Ni tampoco la capacidad de ordenar el cerebro mediante el razonamiento lógico, el mismo que permite descubrir los intrincados vericuetos de las falacias y nos enseña a huir de la mentira y a seguir, por tanto, la senda de la verdad.
El aspecto más relevante del aprendizaje de la Retórica en las aulas nos lo desveló Cicerón y nos lo reiteró Quintiliano. Ambos dedicaron buena parte de sus esfuerzos a determinar quién era el buen orador. Descubrieron que necesitaba una formación específica y un elevado grado de cultura general, debían imitar a los mejores oradores y ejercitarse constantemente en este arte que tiene también algo de naturaleza, pero que se puede aprender.
Solo quien es buena persona hace un correcto uso de la palabra para buscar la verdad
Sin embargo, lo más destacado de las imágenes que ambos clásicos nos brindan del perfecto orador es que tenía que ser una persona “buena y justa moralmente hablando”. Es decir, buena persona. Porque solo quien es buena persona hace un correcto uso de la palabra para buscar la verdad.
Así, dotar a nuestros alumnos en su trayectoria académica de asignaturas vinculadas con la Oratoria y la Retórica no solo les permitirá adquirir unas competencias necesarias que después les demandará, sin duda el mercado laboral, sino que también les dota de las herramientas de pensamiento crítico que les permitirán distinguir el bien del mal, evitar la mentira y perseguir la verdad, hacer del mundo un lugar mejor gracias al poder inconmensurable de la palabra.
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