Roberto Gelado | 27 de agosto de 2019
La tercera temporada de «El cuento de la criada» vuelve a fantasear con los excesos del patriarcado y sigue justificando un visionado que argumentalmente, pese a su tendencia a la repetición, añade interesantes brotes verdes éticos.
En una de las escenas del penúltimo capítulo emitido hasta la fecha de El cuento de la criada sucede algo verdaderamente estremecedor. La protagonista se ve, sin quererlo, presa en una perversa encrucijada moral que le brinda, de un lado, el quizá espaldarazo final para culminar su plan de arrebatar a medio centenar de críos de las garras de Gilead pero le exige, por el otro, rebajar su integridad omitiendo el inexcusable deber de auxilio.
La escena, ya de por sí sobrecogedora, añade un par de escalofríos más solo de recordar la conversación previa en la que Fred Waterford le recuerda a Luke Bankole que aunque un día recupere a su esposa, la persona que tendrá allí delante no será realmente ella.
Ese debería ser el fin de todo drama: arrojarnos a preguntas fundamentales. Y este final de temporada lo consigue, sin duda.
Y, qué quieren que les diga, acostumbrado ya al rutinario desfile de horrores de esta serie que los guionistas hayan visto la posibilidad de estremecer éticamente así sin derramar sangre es digno de celebración. Se agradece, la verdad.
Cierto, para llegar a ese momento hay que ventilarse otra retahíla de capítulos distópicos que fantasean con unos excesos del patriarcado que suenan repetidos y que fácilmente podrían despegarse la etiqueta de ficción con solo volver la vista a los países adecuados.
Pero, así y todo, merece la pena llegar a ese momento. Merece la pena este nuevo descenso a los infiernos del sometimiento de género aunque solo sea para preguntarse hasta donde llegaríamos, de vernos zarandeados una y otra vez por las injusticias de un abusivo sistema opresor como le ocurre a la pobre June Osborne. ¿A partir de cuándo vale el todo vale? ¿O es ésta una pregunta trampa? En el fondo, ese debería ser el fin de todo drama: arrojarnos a preguntas fundamentales. Y este final de temporada lo consigue, sin duda.
Su historia no ha terminado. #ElCuentodelaCriada tendrá cuarta temporada. pic.twitter.com/NvgKL70Hz3
— HBO España (@HBO_ES) July 30, 2019
Por comparación, casi todos los momentos de esta tercera temporada previos al gran colofón final palidecen en su simplificación maniquea. Una buena muestra es la exploración del pasado de la tía Lydia. Al personaje lo sigue sosteniendo una espléndida Ann Dowd, que fíjense si es buena que hasta le supo sacar un Premio Emmy; pero su recorrido, como el de tantísimos personajes de esta serie, parece ya más que amortizado.
No me entiendan mal, a cualquiera con dos dedos de frente y tres de empatía le volverá a atrapar la colección de injusticias reclutadas (otra vez) para esta causa metafórica. Es muy posible también, y nadie debería echárselo en cara, querido espectador, que se le escape alguna(s) lágrima(s) con el trepidante y emotivo final, incluso aunque le recuerde demasiado a los planes de fuga previos de los otros dos finales de temporada anteriores. Como le sucedía a Lydia, las situaciones empiezan a tener un tufillo de repetición que cuadra con el tiempo que llevan los guionistas jugando sin la red del texto original de Margaret Atwood.
Tan solo el también postrero cambio de estatus de los Waterford permite vislumbrar un -¡ojalá!- verdadero cambio de calado en el mapa de tramas de la próxima temporada. El desequilibrio introducido por su caída en desgracia abre posibilidades para ver desarrollos de personajes y situaciones que no hayamos visto ya. También puede ser, y no es por pensar mal, que, mientras la audiencia le siga comprando a Bruce Miller la misma moto que nos lleva vendiendo tres temporadas seguidas, a éste le pueda la tentación de no cambiar ni las pegatinas.
Moralmente no fue el mejor ejemplo a seguir, pero arrasó.