Jesús Montiel | 01 de septiembre de 2019
Muy pocos resisten a las transformaciones que va experimentando una biblioteca, que es un ser vivo. Alguien que ve un sistema planetario en unas motas de polvo es alguien que ama la vida y quiere comulgarla.
Abrir la mano y rozar los libros con los dedos era una costumbre en aquella biblioteca enorme. Deslizarme entre sus estanterías sospechando un misterio.La del libro eligiendo al hombre. La del hombre esperando al libro, como un cazafantasmas. Esa tarde romántica un libro se me acercó. Uno con las cubiertas pálidas. Andrés Trapiello, rezaba. No conocía al autor ni sabía quiénes eran los pretextos. Curioso, tomé asiento junto a la luz invernal y los mirlos que estudiaba durante las clases interminables y comencé a leer. De inmediato me vi junto a otra ventana. Leer permite desplazarse sentado, como rezar. Ponerse otra mirada. Ese libro me transportó a una habitación donde había motas de polvo que el sol encendía y que Trapiello describe como planetas. Aquella lentitud flotadora me cautivó. Aquella galáctica epifanía. Luciérnagas, motas de polvo, planetas.
Un hombre enamorado
Karl Ove Knausgard
Anagrama
632 págs.
24,90€
Y aunque la lectura del diario quedó escombrada por otras, porque uno leía entonces ávidamente, a la desperada, buscando ese camino que solo es el propio, hoy han pasado quince años y tengo en mi escritorio otro de los diarios de Andrés Trapiello. Eso no pasa con muchos libros. Pocos resisten a las transformaciones que va experimentando una biblioteca, que es un ser vivo. Karl Ove Knausgard, cuya odisea literaria sigo desde hace tiempo con interés, afirma en su segundo tomo (Un hombre enamorado) que le cuesta escribir o leer ficción. Él intentó inventar, pero le violentaba. Intentó leer novelas, pero tampoco. «Lo inventado no tiene ningún valor», dice. Prefiere ese tipo de literatura «que no trata de nada». A mí me pasa igual. Lo intenté. Escribí novelas como quien se prueba zapatos que estrechan su pie y lo deforman antes de dar con los de su número. Como el noruego. Pero nada.
Bobin afirma que hay dos tipos de libros. Unos que son puro artificio, pirotecnia, que nacen de la desesperanza y que están llenos de su autor, libros enfermos; y otros donde el autor desaparece, que son nutritivos, que son más que literatura. O como afirma el mismo Andrés Trapiello, hay libros que nunca se terminan. Que siempre se leen por vez primera. Ese poder hipnótico se debe a la vida que albergan. Josep Pla dijo en su diario que todo lo que escribía en él era prescindible, pero también que » el verdadero interés se debe poner en las cosas reales, pequeñas, concretas, en los detalles».
Escribí novelas como quien se prueba zapatos que estrechan su pie y lo deforman antes de dar con los de su número
Trapiello, como Pla, biografía los detalles. Lo pequeño, que es lo universal. Lo que no hace falta contar y sin embargo es la sustancia de nuestras vidas. La mezquindad humana, la suya y la de sus iniciales, pero también los momentos epifánicos, el amor familiar o la infinita naturaleza. Tiene vida su costumbrismo. Hay creencia en estos diarios, que diría Gaya. Algo que llamo vida. Respiración. Se intuye lo auténtico. Se intuye como trasfondo alguien que vive asombrado, que conoce la acción de gracias. No me importaría conocer a Trapiello.
Pudiera entonces salir en uno de sus tomos con las iniciales JM, pero no me da miedo. Nunca entendí a los que temen su sarcasmo, tan inocuo. Quién va a recordarnos, dentro de un siglo. Quién va reparar en nosotros más de dos minutos. Lo mejor es no darse uno tanta importancia ni atribuir a su autor tanta mala fe. Alguien que ve un sistema planetario en unas motas de polvo es alguien que ama la vida y quiere comulgarla.
El prodigio, en fin, no es que siga leyendo sus diarios, sino que que esa emoción que me secuestró aquel invierno granadino en la Biblioteca de Filosofía y Letras no haya caducado. Siga intacta, dentro de mí, pues las motas de polvo todavía no se han caído. Quizá escribir sea eso: levitar una mota de polvo durante muchos año y que no se venga abajo.
Jesús Montiel (Granada, 1984) es profesor de Lengua y Literatura. Hasta la fecha ha publicado cinco poemarios que le han valido distintos reconocimientos, entre los que destacan el Premio Internacional Alegría y el Hiperión: Placer adámico (2012), Díptico otoñal (2012), Insectario (2013), La puerta entornada (2015) y Memoria del pájaro (2016).
Suya es la traducción de Resucitar, de Christian Bobin (Ed. Encuentro, 2017). Asimismo, ha publicado cinco libros de difícil clasificación, entre la narrativa, la poesía y el aforismo: Notas a pie de instante (Esdrújula, 2018), Sucederá la flor (Pre-Textos, 2018), El amén de los árboles (Esdrújula, 2019), Señor de las periferias (Pre-Textos, 2019) y Casa de tinta (Hiperión, 2019).