José Ignacio Wert Moreno | 23 de febrero de 2017
Vaya por delante: soy fan de Cuéntame cómo pasó. Sí, fan. Por eso, me creo legitimado -perdonen lo rimbombante del tono- para pedir a sus responsables que vayan pensando en el final. Solo cuando haya pasado un tiempo prudencial de ese desenlace, empezaremos a asumir lo que ha supuesto esta serie para la Historia de la televisión en España. La de la familia Alcántara ha sido una trayectoria impecable que merece un punto y final a su altura. Hay que ir allanando el terreno.
Que las temporadas vayan de menos a más, arrancando más bien flojas y terminando en todo lo alto, es ya casi un santo y seña de esta producción. Pero lo de la presente tanda de capítulos revela ya un tipo de carencias que animan a pensar que es hora de cortar por lo sano. El último episodio emitido en el momento de escribir estas líneas es el sexto de la décimo octava temporada. Ha sido uno de los peores, quizá el peor, que recuerdo haber visto. En el total de la serie hacía el número 316. Así había con qué comparar.
La de la familia Alcántara ha sido una historia impecable que merece un punto y final a su altura. Hay que ir allanando el terreno
Cuéntame se ha quedado sin cosas que contar (y no buscamos aquí ningún juego de palabras facilón). Quedaba patente en el desarrollo del último episodio. Que las peripecias de la familia Alcántara transcurran paralelas a la Historia de España es esencial en la serie. Pero el protagonismo en primera persona de algún miembro del clan en todos y cada uno de los acontecimientos relevantes empieza a poner muy seriamente a prueba aquello de la “suspension of disbelief”. Podemos transigir con que Carlitos Alcántara (Ricardo Gómez) se encontrara en Alcalá 20 aquella trágica noche de diciembre de 1983, pero resulta ya extremadamente forzado que, menos de dos años después, ande en las proximidades del restaurante El Descanso en el momento en que allí se produjo el primer atentado del terrorismo islamista en suelo español. El estupendo equipo de guionistas de la serie –ahora bajo el mando del excelente Joaquín Oristrell– parece abonado a poner a algún miembro de la familia protagonista sobre el terreno de los acontecimientos. El recurso no da más de sí. En el último episodio, era la firma de la adhesión de España a la Comunidad Económica Europea (CEE). Allí había sido invitado Antonio Alcántara (Imanol Arias) por uno de sus nuevos vecinos. Ver al personaje medrando en las altas esferas recordaba sin remedio a la etapa en la que una serie de carambolas le llevaron a entrar en la Unión de Centro Democrático (UCD) y acabar siendo director general de Agricultura. Ya lo hemos visto. Hasta el gag final con la aparición de Felipe González en un urinario sonaba repetido. Que yo recuerde, se han hecho jugadas similares con el rey Juan Carlos y Adolfo Suárez en el pasado. Por cierto, que el último escarceo de Alcántara con la política fue en el Centro Democrático y Social (CDS) de Suárez. Nos acercamos peligrosamente a 1986, año en que ese partido dio la campanada situándose como tercera fuerza política del Congreso con 19 diputados. No descarten ver a Alcántara de padre de la patria.
El protagonismo en primera persona de algún miembro del clan en todos y cada uno de los acontecimientos relevantes empieza a poner muy seriamente a prueba aquello de la “suspension of disbelief”
En la presente temporada de Cuéntame, los guionistas han jugado a sacar al matrimonio Alcántara de su entorno natural. Un chalé en una lujosa urbanización cercana a su barrio de toda la vida ha sido el escenario elegido. De nuevo, el “dejà vu”. La falta de aclimatación de la pareja a algo que no sea el escenario de toda la vida, las puyas de sus por siempre vecinos (“¡ya no se os ve por el barrio!”)… todo recordaba a la temporada en la que se mudaron al Barrio de Salamanca. Aquello no duró demasiado, pero sirvió para que entrara en liza algún que otro personaje que dio bastante juego (¡esa Pituca!). Ahora, la aventura no les ha durado ni tres capítulos. Un robo, disparatadamente resuelto en una de las secuencias más fallidas que le recuerdo a la serie, ha sido ahora el culpable de que -¡oh, sorpresa!- hayamos vuelto a San Genaro.
Las cuitas amorosas de los personajes no presentan una situación mejor. La historia entre Carlitos y Karina (Elena Rivera) está agotada hace mucho tiempo. Esta última resurrección no puede resultar más desafortunada. Los guionistas apostaban al final del último capítulo por un giro arriesgado. Dudo que lo mantengan con todas las consecuencias. Pero sería de agradecer. Parece que, a cambio de seguir teniendo a la exprimidísima Karina, perdemos a Julia, un personaje femenino que a priori tenía más recorrido y a la que da vida una magnífica Claudia Traisac. Y qué decir de Inés (Irene Visedo). Tampoco se atrevieron a dar con ella un paso en firme el año pasado. El resultado es una vuelta al punto de partida. Ahora la pretende un pizpireto compañero de reparto. El destino de la hipotética pareja no puede, sobre el papel, resultar menos interesante.
La historia entre Carlitos y Karina está agotada hace mucho tiempo. Esta última resurrección no puede resultar más desafortunada
Esa fatiga general que desprende la serie en conjunto se vuelve dramática en el caso de Herminia (María Galiana). La longevidad de la serie está siendo especialmente cruel con este personaje. Quizá dibujada demasiado anciana al principio de los tiempos -un 1968 recreado en 2001-, la abuela de los Alcántara ha devenido en una especie de viejecita perpetua. Su aportación a las tramas hace tiempo que es raquítica. Su permanente desconcierto ante lo que sucede -“¡Mercedes, hija, ¿qué pasa?”- es aburrido y previsible. Su ingreso voluntario en una residencia de ancianos también ha quedado finalmente en nada. Cuando todos los caminos que quieren emprender los guionistas acaban siempre regresado al punto de partida, es que la ficción ha empezado a dar vueltas circulares cuyo destino es ninguna parte (o San Genaro).
Aun con todo, la serie es infinitamente mejor que sus alternativas. Disfrutar del trabajo interpretativo de Imanol Arias y Ana Duato –sublimes- es siempre un placer. Y qué decir de Echanove y tantos otros secundarios perfectos en sus papeles. Cuando uno es fan de algo, gusta hasta cuando no gusta. Pero hay que ir pensando en el final. Los datos de audiencia siguen siendo buenos. Pero no pueden ser un burladero que ampare lo que es una evidencia: la serie se agota. Y no merece un final átono o de perfil bajo.
La aportación de Herminia a las tramas hace tiempo que es raquítica. Su permanente desconcierto ante lo que sucede -“¡Mercedes, hija, ¿qué pasa?”- es aburrido y previsible
Pero, ¿cómo terminarla? Eso corresponde a sus responsables, claro está. Pero ahí va una idea: saltamos a 2001. Carlos Alcántara ha obtenido un éxito descomunal con una densa novela en la que narra las vicisitudes de su familia en los últimos 35 años. Y entonces TVE le compra los derechos para hacer con ella una serie de televisión. No me negarán que no sería un buen final.
Veámoslo pronto.