Víctor Arufe | 25 de septiembre de 2019
La imagen de un niño, cada vez más pequeño, pegado a un teléfono móvil es habitual en nuestro día a día. Un «juguete» que aisla y que es necesario controlar.
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Lo que empezó siendo hace años algo eventual y, en cierta manera un poco atrevido, acabó en una plaga que ha invadido prácticamente casi todos los hogares donde habitan niños. Comprar un teléfono móvil a nuestros hijos es algo rápido de realizar y funciona como un potente entretenimiento que brinda egoístamente tiempo libre para nosotros.
Es curioso ver como lo malo y negativo siempre fluye por la sociedad mucho más rápido que lo bueno y positivo. Sin embargo, las cosas buenas que hacen algunas familias por sus hijos no se propagan con tanta facilidad. Pienso por ejemplo en el gran esfuerzo de tiempo que hacen algunas familias para educar bien a sus hijos, en la complejidad de buscar los mejores ingredientes y recetas de cocina para prepararles una comida saludable día tras día, en estar pendientes de acostarlos temprano para respetar sus horas de sueño, en motivarles y hacer un esfuerzo para que practiquen deporte…
El teléfono móvil se ha convertido en un juguete de los que yo denomino «de guerra». Juguete porque lo entiendo como un objeto que sirve para entretenerse y de guerra porque con su mal uso por parte de la población infantil ha iniciado la guerra a los derechos de la infancia. Algunos como el derecho a la crianza y óptimo desarrollo físico, mental, espiritual, moral y social a través de la responsabilidad de sus progenitores, derecho al nivel más alto de su salud, a su educación y preparación para la vida adulta o el derecho al esparcimiento, al juego y a participar en las actividades artísticas y culturales.
Lo más curioso de todo esto es que los niños por sí solos no son los que quieren ir a la guerra, ellos son conducidos por sus progenitores, supuestamente personas que buscan lo mejor para sus hijos. Pero lo mejor no es satisfacer deseos con cosas materiales por presión social o comprarles objetos no apropiados para su edad. Algunos padres se escudan en el hecho de que así su hijo aprenderá y manejará las nuevas tecnologías, desconociendo que para ello hay que educar en su uso.
En la sociedad actual está presente un arma más potente que una bomba atómica o un misil, no tiene pólvora ni dinamita, pero mata en silencio, aturde las mentes de los niños, los aleja poco a poco de sus progenitores y del mundo real acabando con su infancia.
Cada vez hay más niños muertos en vida, niños cuyos progenitores les han regalado un teléfono móvil por su séptimo cumpleaños, por su primera comunión o por su ingreso en Educación Primaria. Y tras varios meses de uso ya se ha convertido en su amigo inseparable, queriendo dormir con él encendido, llevarlo al cole o a la escuela deportiva, sintiendo la necesidad de abrir perfiles en múltiples redes sociales y provocando discusiones con su familia cuando el problema va adquiriendo mayor envergadura.
Esta es una de las preguntas que más me hacen en las charlas que imparto por diferentes localidades de España. No hay una edad establecida, es simplemente aplicar el sentido común y ver si nuestros hijos cumplen una serie de premisas que os describo a continuación.
Mi recomendación siempre es tajante, si tu hijo cumple todas estas premisas puede tener un teléfono móvil:
– Tiene buen comportamiento
– Colabora en tareas de casa
– Hace ejercicio físico o juega en la calle
– Tiene informes positivos desde la escuela
– Es consciente de lo que es tener un dispositivo así
Entonces puede tener un teléfono móvil pero siempre que lo compre él con su dinero, dado que es un privilegio y no una necesidad básica. Tendrá que ahorrar para comprarse el terminal y abonar los gastos de su mantenimiento. Por nuestra parte le enseñaremos a usarlo, advirtiéndole de los peligros que puede tener en redes sociales, búsquedas que realice, protección de datos, envío de imágenes, etc. Y por supuesto le dosificaremos su uso. Dependiendo de sus obligaciones diarias le podremos dejar usarlo una hora cada día o solamente dos horas los fines de semana. Y si vemos que cuando no lo tiene sigue una vida normal y no muestra actitud violenta o agresivo entonces le iremos poco a poco ampliando el tiempo de uso, hasta llegar a una edad donde sea él el propio gestor, consiguiendo así la autonomía en el manejo del terminal.
Es muy importante durante todo este proceso, que como padres demos ejemplo y no nos observe todo el día paralizados con nuestro teléfono, recordad que los niños aprenden por imitación y observación y los valores se educan con la práctica y el ejemplo.
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