Luis Núñez Ladevéze | 30 de septiembre de 2019
Greta Thunberg ha conseguido elevar el tema del cambio climático a rivalidad política internacional y generacional. Lo ha hecho por ser niña, no por ser científica, debido a su capacidad para contagiar, con la suya, la emotividad de millones de adolescentes del mundo.
Greta Thunberg ha pasado a las portadas de telediarios y de los periódicos por tres motivos que invitan tanto al asombro como al estupor. Primero, por ser una activista noruega vegana que incita a los jóvenes del mundo a luchar contra la contaminación del medio ambiente en una época en que la idea de que la tecnología industrial es un peligro contaminante se ha convertido en un tópico indiscutible frente a quienes lo niegan o lo matizan.
“Right here, right now is where we draw the line. The world is waking up. And change is coming, whether you like it or not.”
My full speech in United Nations General Assembly. #howdareyou https://t.co/eKZXDqTAcP— Greta Thunberg (@GretaThunberg) September 23, 2019
Esto no llamaría a perplejidad si no fuera porque, segundo, su rostro ilustró la portada de la revista Time tras dar una conferencia en una reunión de Naciones Unidas sobre el cambio climático. Greta tenía solo quince años cuando consiguió movilizar a las juventudes de muchos países a luchar contra las energías contaminantes de las que depende la subsistencia de la civilización occidental. Y tercero, y actual, porque ahora con dieciséis, advirtió a la ONU, mientras clavaba su mirada adolescente en la pupila azul de Donald Trump, sobre la “extinción masiva” a que está abocada la especie humana a causa de su estrategia geopolítica.
Que una adolescente de 16 años acuse con la mirada al presidente norteamericano en la ONU de depredador de la naturaleza irradia lo que los periodistas llaman el interés humano de la noticia; que millones de adolescentes del mundo se empoderen de esa mirada agresiva no dejaría de tener relevancia sociopolítica si ocurriera. Derribado el Muro de Berlín tras el desastre ecológico de Chernobyl, tan magistralmente descrito en la serie de HBO dedicada a relatarlo, quedó en evidencia que el comunismo no era el método científico que llevaba a la humanidad a la redención de sus pecados históricos. Adueñado prácticamente el capitalismo del escenario global, apenas quedaba como réplica a la cultura occidental, el conflicto entre civilizaciones.
Que una adolescente de 16 años acuse con la mirada al presidente norteamericano en la ONU de depredador de la naturaleza irradia lo que los periodistas llaman el interés humano de la noticia
Por un lado, patrocinadores de la igualdad entre el hombre y la mujer; por otro, las que justifican tradiciones autoritarias y ropajes simbólicos, como el chador y el burka, para asegurar la obediencia de un sexo a las prescripciones del otro.
Esto duró algunos decenios, mientras se propagaban en la opinión los peligros que derivan de la contaminación ambiental, el agujero de la capa de ozono, del que ahora apenas se habla, la agrupación de plásticos en los fondos abisales, la desertización de las zonas templadas, la deforestación de la Amazonia y el derretimiento de los hielos de la Patagonia, la Antártida y Groenlandia. Llegaron imágenes del Perito Moreno y el temor a que los turistas no tuvieran nada que admirar allí en pocos años aterró incluso a los operadores turísticos menos precavidos.
Ahora se descubre que el capitalismo salvaje, que no es el capitalismo chino de Estado, ni tampoco el capitalismo ruso heredado por los sucesores de Chernobyl, sino el capitaneado por Trump, es el causante del cambio climático, un concepto en sí mismo complejo y discutible, sobre cuya magnitud, sus causas o su intensidad como fenómeno circunstancial o estructural, los científicos no se han puesto de acuerdo. Pero una vegana noruega adolescente reclama la atención de los dirigentes mundiales retando con la mirada al presidente norteamericano.
El caso de Greta Thunberg reúne todos los registros para recelar que responda a una operación mercadotécnica de retórica masoquista
Ha conseguido elevar el tema del cambio climático a rivalidad política internacional y generacional. Lo ha hecho por ser niña, no por ser científica, por su precocidad, no por sus responsabilidades como profesional, por su capacidad para contagiar, con la suya, la emotividad de millones de adolescentes del mundo. Adolescentes más ignorantes que ella, pero dispuestos a identificarse con una causa cuyas complejidades no conocen, cuyas discutibles versiones y matices es muy dudoso que puedan comprender, pero que puede llevarlos a movilizarse como activistas que alientan predisposiciones ideológicas estereotipadas.
La experiencia muestra que las opiniones de las personas responden tanto o más a las emociones que a los razonamientos y que, generalmente, sus comportamientos políticos obedecen a ideologías prefijadas de antemano más por la pasión que por la razón. Incluso los más racionalistas están hoy de acuerdo en que no solo ni siempre son las razones las que mueven la historia, sino las actitudes pasionales, emocionales y sentimentales. Es difícil admitir que la precocidad de Greta Thunberg pueda por sí sola llevarla a argumentar un discurso ante los responsables del mundo. El récord de precocidad de inteligencia discursiva remitía hasta ahora al Discurso sobre la servidumbre voluntaria de Étienne de La Boétie, escrito con 19 años. Eran otros tiempos y no se conoció hasta que Montaigne lo publicó en 1573.
La eficacia de la emocionalidad en la exposición se reconoce desde que Aristóteles distinguió entre el ethos y el pathos como facetas de la argumentación retórica. Sabía que para irradiar credibilidad y atraer al interlocutor a la causa que el retor defienda, los argumentos pueden ser patéticos, porque el patetismo suscita la emoción. Lo que significaba en la antigua retórica que la razón no era enemiga de la emoción, pero tampoco su aliada espontánea. Algo que han comprendido muy bien los especialistas en mercadotecnia.
No dirigen a la opinión pública porque no se puede predecir, pero saben tocar los resortes sensibles del vecindario para atraer la atención de una causa y encauzar las actitudes colectivas. El caso de Greta Thunberg reúne todos los registros para recelar que responda a una operación mercadotécnica de retórica masoquista. Vencido el enemigo por el capitalismo, queda en Occidente, como único enemigo, el capitalismo occidental. Cabe sospechar que los sucesores de los ya vencidos no desistirán hasta que su resentimiento consiga destruirlo.
La joven activista de 16 años que lucha contra el cambio climático padece angustia, una patología en crecimiento.
La miniserie de HBO denuncia los métodos de la Unión Soviética para ocultar el desastre nuclear y sirve de homenaje a quienes evitaron una tragedia mayor.
Aunque existe una discusión sobre la existencia de un creciente cambio climático global en el planeta, los indicadores no ofrecen dudas. Las emisiones de CO2 producidas por el hombre son la causa del problema y en su mano está también la solución.