César Cervera | 17 de octubre de 2019
María Elvira Roca Barea desentraña en su último libro, titulado «Fracasología», las razones por las que seguimos absorbiendo los argumentos de la hispanofobia impuestos desde el extranjero.
La primera página del nuevo libro de María Elvira Roca Barea, «Fracasología» (Editorial Espasa, 2019), resume con una cita de George Orwell el tormento que las élites intelectuales españolas viven desde hace tres siglos: «Ver lo que está delante de nuestros ojos exige un esfuerzo permanente». La autora de «Imperiofobia y Leyenda Negra» plantea en su nueva obra lo anómalo de una serie de cuestiones que los españoles hemos normalizado como parte del paisaje, pero que no tienen equivalente en ningún otro país: ¿Por qué solo se valora la literatura española cuando alguien del extranjero la reconoce? ¿Por qué en el siglo XVIII se renunció a escribir historia más allá del estudio de la Edad Media? ¿Por qué en ningún otro país existe un fenómeno parecido al de los hispanistas?
Fracasología
María Elvira Roca Barea
Espasa
528 págs.
21.90€
«Estamos acostumbrados a la subordinación cultural, y ya no nos sorprenden cosas que resultan imposibles en otros sitios. Los ingleses no tienen “britanistas”. No hay autores españoles o franceses contándoles cómo es su historia, ni siendo recibidos, al igual que aquí los hispanistas, como si fueran celebrities con una fórmula mágica bajo el brazo», asegura Roca Barea en una entrevista para eldebatedehoy.es Para responder a la pregunta de qué diablos les pasa a los españoles con su historia, «Fracasología» se remonta a la Guerra de Sucesión, cuando la dinastía más hostil al Imperio español sustituyó en el trono a los Habsburgo. «Luis XIV procuró el engrandecimiento de Francia y exigió que los tratados internacionales se hicieran en su idioma, no en español. Entendió la importancia de la lucha cultural y concentró todas sus energías en algo que podía debilitar al fin a España», afirma la investigadora.
La cultura francesa, cargada de tintes hispanófonos, se extendió por toda Europa gracias a un genial aparato de «irradiación» creado por Luis XIV, que afectó a todas las cortes, pero a ninguna tanto como a la española. Debido a la presencia de los Borbones en el trono, el país se convirtió en una provincia vinculada a Francia, de modo que ya antes de la Guerra de Independencia existía el término afrancesados para designar el seguidismo de las modas francesas, que ganaban adeptos cada año. Recuerda Roca Barea que con el tiempo la palabra adquirió una connotación de traidor: «A Napoleón nunca se le hubiera ocurrido decir que iba a ocupar España si no hubiera heredado la idea del país como un felpudo en el que los franceses podían hacer lo que quisieran. Sin el concurso previo de los afrancesados, agachando la cabeza y diciendo sí a todo, no hubiera sido posible aquel desastre».
Si Roca Barea escribió «Imperiofobia y Leyenda Negra» para explicar la forma en la que la Leyenda Negra de España nació en el extranjero como parte de la propaganda de guerra protestante, en «Fracasología», obra reconocida con el Premio Espasa 2019, aborda algo tan inexplicable como que esas mentiras se «aclimataran dentro del país». «Era razonable que fuera existiera una visión hostil contra una nación que había sido hegemónica. Lo que no tiene sentido es que la hispanofobia se mudara a vivir aquí y fuera tan bien recibida por las élites», defiende la autora. Cómo se produjo este fenómeno es el punto de partida de un libro que también repasa cuestiones tan candentes como la ofensiva indigenista en EE.UU. o el avance de la Unión Europea hacia una Europa de los pueblos.
La autocrítica española, presente en la defensa de los derechos de las poblaciones indígenas y en otros episodios imperiales, fue la puerta de entrada para muchos de los ataques extranjeros a la cultura del país. No obstante, la filóloga malagueña pone hincapié en distinguir entre esa crítica interna sana, propia de todos los imperios que aspiran a seguir en la cumbre, y aquella crítica despiadada que las élites intelectuales importaron y alentaron en España.
«Si tú diriges un imperio estás obligado a mantener cierto nivel de crítica interna para seguir mejorando. La crítica da dinamismo, movilidad y mantiene la capacidad de inventiva y de adaptación. Así lo hicieron los españoles del siglo XVI y XVII, que se criticaban muchísimo entre ellos, pero no pensaban de sí mismos que fueran bárbaros atrasados o una anomalía de las naciones avanzadas. Esa idea terrible de España procede de una etapa posterior, ya terminal del imperio», considera Roca Barea, que trata de desentrañar en su libro las razones por las que más de un siglo después de muerto ese imperio seguimos absorbiendo los argumentos de la hispanofobia impuestos desde el extranjero.
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Las élites intelectuales españolas renunciaron a partir del cambio de reinado a dos siglos de historia incómoda, dos siglos del Imperio español dominando el mundo y desplegando el prodigio cultural que fue el Siglo de Oro. Su supresión de la historiografía resultó vital para añadir brío a la nueva dinastía y, de paso, encajar todos los tópicos que se decían de los españoles en el extranjero. «Los afrancesados han creado el hábito de que solo tiene mérito en España aquello que se haya creado fuera o, como el teatro Barroco español reivindicado en Alemania, aquello que otros países han redescubierto luego».
Como aquellos emperadores romanos que resultaban ingratos a la memoria, la anterior dinastía fue víctima de un riguroso dammnatio memoriae. «Algunos pasajes de nuestra historia están abandonados porque los historiadores han preferido evitar el periodo Habsburgo. Allí, en todo caso, no te puedes salir del eje establecido de inquisición-conquista, y de la idea de la ruina perpetua, porque si te desvías te colocas en una posición incomodísima», señala Roca Barea, que ve en la imponente tradición de expertos españoles de la Edad Media un síntoma de que los historiadores han preferido evadirse hacia siglos más indeterminados. «Yo misma soy una medievalista. Es el tiempo menos político y cuya distancia más permite volar la imaginación. Uno de mis profesores de la universidad decía que hay dos periodos en la Historia dónde puedes fantasear: uno es el siglo XX para acá, por el exceso de documentos; y el otro la Edad Media, por falta de ellos».
La indiferencia con la que gran parte del mundo recibe efemérides fundamentales para la humanidad, como los 500 años de la Conquista de México o la Primera Circunnavegación a la Tierra, recuerda hoy a los españoles que, si no lo hacen ellos, nadie va a reivindicar el pasado hispánico, por muy ilustre y heroico que sea. «La vuelta al mundo no existe en el mundo anglosajón. Es un hecho histórico que no beneficia a su representación y a su cultura, por lo que no le dan importancia y no lo publicitan. No es una cuestión de maldad, sino de sentido común. Ellos prefieren poner velas a sus santos. Eso es algo que nosotros olvidamos en el siglo XVIII, donde nos hemos quedado atascados», apunta Roca Barea.
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