Víctor Arufe | 14 de enero de 2020
Que haya personas exitosas en nuestro entorno debe ser motivo de alegría, nunca de envidia o sospecha. Esta actitud negativa empieza a verse en los colegios.
Desde hace algunos años, observo que muchas personas exitosas rehúsan manifestar su éxito socialmente. Resulta muy curioso cómo algunos estudios afirman que un porcentaje alto de población manifiesta que le gustaría tener éxito. Sin embargo. cuando se le pregunta si les gusta que los demás los vean como una persona exitosa, el porcentaje disminuye notablemente. ¿Qué es lo que nos ha llevado a rechazar socialmente a las personas exitosas?
Es muy complejo definir qué es el éxito. Seguramente para algunos es ganar mucho dinero, para otros tener un buen trabajo, sentirse querido, tener muchos bienes materiales, tener buena salud… Yo tengo muy claro qué significa ser una persona exitosa, y es muy sencillo de explicar, pero complejo de alcanzar: tener éxito es disfrutar de nuestro entorno familiar y nuestro entorno laboral y social. Cuando alcanzas un equilibrio emocional en todos estos ámbitos, creo que has alcanzado el éxito en la vida, porque disfrutas cada minuto del día a día, te sientes cómodo, haces sentir cómodo a los demás y percibes que tienes todo lo que necesitas para tener calidad de vida.
Pero muchas veces la sociedad comercializa el éxito, equivocadamente, como la consecución de altos ingresos económicos; y es quizá aquí donde se inicia el rechazo a la persona exitosa y donde personas aparentemente exitosas pusieron fin a su vida..
Pero cuando alguien te pregunta por la calle “qué tal estás o qué tal te va” y le contestas “de maravilla, muy bien, estoy disfrutando al máximo de la vida”, se queda mirando con ciertas dudas sobre si le estás siendo sincero. Incluso algunos se ponen en alerta e inician un espionaje a través de tus redes sociales para ver si ha sucedido algo negativo en tu vida. Lo cierto es que recibimos cualquier tipo de éxito ajeno con poca predisposición para disfrutarlo, incluso entendiendo este éxito como el disfrute de la vida misma.
Al final tenemos un serio problema de educación, una educación que condena el éxito, que genera la envidia y que se nutre de la mediocridad. Incluso hay niños que ya tienen temor a decir a otros niños que se han ido de viaje con sus padres por miedo a que los etiqueten de pijos o ricos. O niños cuyas habilidades y capacidades cognitivas son superiores a la media y el docente los frena para que esperen al resto del grupo.
El éxito ajeno debe ser el alimento de nuestra felicidad. Debemos educar a los niños para disfrutar de la felicidad de otros, de sus logros, de su éxito.
Lo curioso es que, casi siempre, detrás de una persona exitosa hay un largo camino lleno de esfuerzo, compromiso, resiliencia y constancia que pocos son capaces de asumir, y que precisamente estas personas deben ser un modelo a seguir para otros muchos que no tienen grandes aspiraciones o nunca han salido de su zona de confort. Y salir de esta zona es alejarte de tu familia, de tu lugar de residencia, invertir tus pequeños ahorros en más formación o en un proyecto con el que siempre has soñado, no malgastar el dinero en hábitos poco saludables, aprovechar el tiempo de cada día, rodearte de personas que te aporten, trabajar en un empleo que te apasiona pero que no te ofrece tantos ingresos económicos como otro, etc. La gran mayoría de las personas exitosas tiene una larga historia que contarnos.
Hay una superioridad moral impuesta desde el ámbito político que afecta a la educación de toda la población y especialmente a la de los niños, los más indefensos y que casi vienen predispuestos genéticamente para no tener éxito, para no destacar entre sus iguales. El éxito nunca puede ser condenado, ni frenado ni ocultado.
Se deben establecer políticas educativas y sociales que favorezcan la construcción de personas exitosas, personas llenas de felicidad, personas con interés en mejorar la calidad de vida de los demás… pero sin darles el producto o resultado, sino centrándose en el esfuerzo del proceso. Los dirigentes políticos constituyen el lago donde los niños, adolescentes y jóvenes de un país pueden ver su reflejo. Un lago lleno de aguas turbias, con problemas de egocentrismo, con debates llenos de ataques personales y reproches fuera de lugar, sin soluciones ni crítica constructiva, sin trabajo en equipo ni cooperativo, con atención solo a una clase de la población menospreciando a otras… solo conducen a empeorar la felicidad de la población y perjudicar su educación. Todo lo que la escuela intenta inculcar la política lo destierra.
Y desde el hogar se educa muchas veces para pedir y exprimir a las personas exitosas, cuando lo que nos hace crecer es dar u ofrecer algo a otra persona, sea o no exitosa. A partir de gestos como el de ofrecer la ayuda a otros, el ser humano sale de la mediocridad para caminar hacia el éxito. Mientras no entendamos esto, estaremos condenados a mirar de forma despectiva a quienes nos pueden ayudar a brillar.
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