Carmen Sánchez Maillo | 10 de diciembre de 2019
Esa violencia desatada en menores y jóvenes, que incrementa año tras año las estadísticas criminales, parece responder al tributo que exige el falso ídolo del sexo.
La Memoria de 2018 de la Fiscalía de Madrid acredita que los delitos de naturaleza sexual experimentaron un incremento en la región. En total, se produjeron 80 agresiones sexuales y 200 abusos sexuales. Este último delito aumentó, en tan solo doce meses, un 41,8%. Según los datos, en 14 y 55, respectivamente, de los casos de agresión y abuso sexual participaron menores con edades inferiores a los 14 años. Lo que quiere decir que más de uno de cada cuatro abusos sexuales (el 27,5%) se llevó a cabo por adolescentes inimputables, siendo muchos de ellos reincidentes.
Una explicación apresurada podría enclaustrar este fenómeno en la marginalidad, en el repunte de las bandas latinas o en el incremento de menores inmigrantes no acompañados (menas); sin embargo, parece poco prudente descartar que tal fenómeno constituya la punta del iceberg de un fenómeno de mayor dimensión. En este mismo sentido, no cabe ignorar la tendencia general de nuestra sociedad a retrasar la incorporación de los jóvenes a la vida adulta, a la asunción de responsabilidades y caminos vitales independientes de la vida familiar. A la luz de los datos comentados, resulta evidente que se está retrasando generacionalmente el paso a la vida adulta, excepto para determinadas conductas criminales relacionadas con la sexualidad a las que, desgraciadamente, cada vez acceden más menores de edad.
No es exagerado señalar que esta sociedad aboca a una adolescencia alargada a gran parte de la juventud, y este fenómeno es antinatural y poco sensato por la disminución de energía, innovación y creatividad de la juventud de la que se priva a la sociedad. Por el contrario, Occidente trata de incorporar a los menores como consumidores mucho antes de su plena emancipación. Hay una enorme cantidad de sectores que reclaman a los menores, e incluso a los niños, como su objetivo principal de mercado.
El ocio audiovisual y la moda hacen protagonistas y destinatarios principales de su actividad a los jóvenes. Son, sin duda, consumidores de experiencias y de productos; sin embargo, no tienen capacidad total de decisión para ello y mucho menos la madurez para gestionarlo con éxito. Se estimula el deseo de tener cosas y sumar experiencias sin límite, pero ese deseo, en el que el sexo juega un papel protagonista, es agigantado por la publicidad y la cultura dominante y no encuentra una respuesta satisfactoria para un enorme grupo de población joven y no tan joven.
El sexo, se quiera reconocer o no, no solo es uno de los puntales de las sociedades opulentas para crecer ad infinitum, además protagoniza el reclamo de multitud de series, películas y programas de televisión contribuyendo decisivamente en nuestras sociedades neopaganas a convertirlo en un nuevo ídolo. Un ídolo que tiene a su servicio enormes recursos, alimentado por el sistema capitalista, y cuya gestión escapa de las manos de los Estados, pues su idolatría está globalizada y sus mensajes llegan a todos los rincones del mundo a través de móviles, tabletas y ordenadores.
En atención a todo lo anterior, cabe preguntarse si esta delincuencia protagonizada por menores, en la que han proliferado las famosas “manadas”, tiene mucho que ver con la incapacidad de gestionar el caballo desbocado de la pulsión sexual en adolescentes a los que se les promete todo, y sin embargo, la realidad diaria, más prosaica y gris, les niega el cumplimiento de esa promesa.
Es necesario que los recursos públicos estén orientados hacia la transmisión de una cultura sobre la conciencia de la intimidad (…) y de la dignidad de la otra persona por el mero hecho de serlo…Memoria 2018. Fiscalía de la Comunidad de Madrid
De alguna forma, esa violencia desatada en menores y jóvenes, que incrementa año tras año las estadísticas criminales, parece responder al tributo que exige el falso ídolo del sexo. Ninguna sociedad bien regida y que quiera sobrevivir debería pagarlo. Ningún menor de edad debería enfrentarse solo con esta tentación que puede corromper a las almas más esforzadas. ¿Estamos a tiempo de vacunar a esta sociedad de esta antigua y nueva idolatría? ¿De qué medios debemos dotarnos para ello? ¿Hay políticos o líderes sociales que se atrevan a denunciar esta nueva idolatría? ¿Somos conscientes las familias del reto al que se enfrentan nuestros hijos?
Debemos concienciar a la sociedad sobre la belleza de la maternidad y de la familia. Hace falta superar ideologías y adoptar medidas valientes.
El divorcio exprés a precio de saldo es el síntoma de una sociedad que ya no cree posible que el matrimonio pueda ser para siempre.