Armando Pego | 17 de noviembre de 2019
Enrique García-Máiquez demuestra en su nuevo poemario, «Mal que bien», un espléndido dominio técnico y una refinadísima sensibilidad vital.
Casi una década después de la publicación de Con el tiempo (2010), Enrique García-Máiquez regresa al género de la poesía con Mal que bien (2019). Con una métrica poseedora de ese rítmico andante que imprime una recobrada juventud a la plena madurez, su nuevo poemario demuestra un espléndido dominio técnico y una refinadísima sensibilidad vital. La poesía, en la voz de un poeta verdadero, consigue que arda de nuevo el corazón de sus fieles y desolados amantes.
Mal que bien
Enrique García-Máiquez López
Ediciones Rialp
102 págs.
12€ | eBook: 6.99€
García-Máiquez ha logrado ahondar en las líneas constantes de su poesía anterior, evitando caer en la tentación de la autoindulgencia. Se cura en salud mediante la locución adverbial que da título a su libro, como si advirtiera que lo ha acabado “venciendo dificultades, trampeando”. Como sostiene en su prólogo, “he escrito al fin todas las entrelíneas / del libro, y mi silencio me han costado”. Bajo sus espacios en blanco, entre trazos precarios, no por ello menos definitivos, proponiéndose alcanzar el estado de gracia, el lector podrá asomarse a “los años que han pasado, mis trabajos / de amor cumplidos, la belleza aún / queriendo ser cantada todavía”.
A través de siete secciones, Mal que bien dibuja una visión moral y estética de un exquisito tradicionalismo. Invoca la piedad del tiempo vivido (Ten piedad, tiempo) para acordar el paso de la existencia con la esperanza cristiana de la eternidad (Hasta pronto), sin dejar de confiar en los Cuerpos gloriosos que alza la poesía (“Ya no hay término medio: / un poema no puede sino ser / -si respira y sonríe- / más que un cuerpo glorioso”). Consciente de que Su rostro en mi espalda anuncia los primeros resplandores del crepúsculo, canta la suerte de la Monogamia mientras su dicha resiste los embates de la cotidianeidad Al alimón con sus hijos. A fin de cuentas, como empieza En realidad, la vida es “A thing of beauty”.
El poema de cierre, «Bendición», remata el cultivo elegiaco de este tradicionalismo que honra el epitafio sin temer el discreto epigrama. A ratos, la voz del poeta se ha espesado hasta desprender una sensación de timidez, deteniendo la nota culminante antes de que pudiera romperse. Como ante la figura del padre, el respeto obliga a guardar el paso y permanecer por detrás de los maestros, asumiendo deberes y rindiendo cuentas: “No por nada, por todo”. El poeta ha aprendido que en su oficio el ejercicio de la humildad permite también dar el paso adelante que exige haber doblado la mitad de la vida, “pues no basta una vida para dar bien las gracias”.
Descubrirse a sí mismo entre líneas es, pues, adentrarse en el tema central de este libro: la reflexión sobre la muerte. Dar por concluido el duelo por la pérdida de los seres queridos supone empezar a llorar -y gozar- con todos ellos, militantes o gloriosos, el duelo amoroso de la propia mortalidad. Entre unos y otros, “Yo trato de saltar sobre un abismo, / y en una y otra orilla estoy yo mismo, / y el vértigo de ver que no hay un puente”.
Aunque se defina como aristotélico-tomista, García-Máiquez no puede rehuir el desengaño que le acecha sino con una ágil conciencia de la fugacidad que salvan el verso y la fe -en Dios, en la familia y hasta en la misma poesía-. Es admirable su serenidad barroca, enraizada en las mejores lecciones de la poesía contemporánea. Tras leer su libro, dan ganas de remontarse a la poesía de Leopoldo Panero y de Luis Rosales, a ver si uno consigue entenderlas mejor.
El estilo de García-Máiquez ha depurado, así, las líneas esenciales de su poética realista. Ha profundizado su perfil intelectual, casi conceptista, con ese sesgo irónicamente vanguardista aprendido en la práctica frecuente del aforismo y de los haikus o las seguidillas. Sigue ligero, aunque más exigente con su lector. Al refrenarse ante la cita, la alusión o la variación, el poeta se hace consciente de sus límites, como aclara en el poema “Himno”: “Su destino / asume la derrota de escribir / muy mal el himno que bien merece el mundo. // Los fallos del poema son esquirlas / de vida renunciada. / Que él celebra, / porque ha venido a celebrarlo todo”. Los cincuenta poemas del libro ganan para el autor su jubileo más sobrio.
Mal que bien, con su conocimiento y su amor intensos por la poesía, es un libro clásico y hasta anti(pos)moderno, cercano a una meditación sosegada sobre la condición cultural y lingüística que conforma, aquí y ahora, en su circunstancia concreta, nuestra más íntima naturaleza humana. Por ello, no sorprenderá que a estas alturas termine mi reseña –“no hay mal que por bien no venga”- encareciendo a cada amante de la poesía la oportunidad de celebrarlo todo con las entrelíneas de Enrique García-Máiquez.
“Lo que permanece lo fundan los poetas”, una acertada sentencia de Hölderlin que habría que volver a tomarse en serio.
Ante la revolución del orden tradicional basado en la familia, cabe preguntarse si la memoria legendaria de Troya mantiene todavía encendida la piadosa resistencia de Telémaco o de Eneas (sostenidos por la nueva Rut).