Jesús Montiel | 08 de diciembre de 2019
La oración es un acto político más eficaz que la quema de contenedores, que una huelga o que una nueva ley.
Arvo Pärt declaró, tras recibir un premio, que una obra de arte puede ser mucho mejor que su creador, se eleva más allá de él y supera su imperfección terrenal. Esta humildad del compositor explica la influencia de su obra en las personas, por qué su música mejora los corazones, los hermosea. Sus piezas brotan de un corazón esculpido por la gracia. Porque Pärt es un hombre religioso, que reza, y la oración transforma el mundo y entrega al arte un hálito curador.
La oración, digo más, es un acto político más eficaz que la quema de contenedores o que una huelga o que una nueva ley. Esta disciplina inútil, la de entregarse al silencio y repetir un mantra durante muchos minutos en soledad tras haber cerrado la puerta y los ojos, hace mucho más por la justicia que cualquier legislación. Las leyes no cambian el interior del hombre, sino que perimetran sus instintos, los amordazan. En la actualidad hay más leyes y derechos que nunca, pero cada año que pasa los alumnos con los que trato vienen más embrutecidos y los telediarios del mediodía son menos amables.
Muchas personas se piensan a salvo de los titulares que ven en esos mismos telediarios. La gente juzga porque no se conoce. A salvo del homicidio, del racismo o del hurto, me refiero. Y este, por desgracia, es el planteamiento de nuestros políticos. Se piensan que cambiando las estructuras cambiarán los hombres, cuando es lo contrario: es preciso cambiarnos y no cambiar. El poeta Rumi afirmó que la madurez espiritual sucede cuando uno deja de tratar de cambiar a los demás y se concentra en cambiarse a sí mismo. La sociedad no la cambian las leyes sino los santos, los hombres y las mujeres capaces de la abnegación, que sacrifican sus vidas y renuncian a sí mismos.
El hombre interior, el que reza, no juzga sino que se corrige. Porque quien emprende con sinceridad el camino al corazón acaba descubriendo dentro de sí toda la maldad. Lo que hace impuro al hombre no está fuera, se dice en el Evangelio. Sale del corazón de la persona toda la basura que leemos los periódicos. De modo que, mientras el poderoso pone todo su empeño en cambiar lo de fuera, el santo, secretamente, se dedica a transformarse sabiendo que es mejor ser que hacer. El comienzo del mundo que exigimos a los demás es una oportunidad que está en nosotros. Un corazón que reza, dicho de otro modo, es el mejor programa político, un arma social con un potencial ilimitado.
La oración no es escapismo ni inacción sino política efectiva, de gran alcance. Dice el monje Serafín de Sarov que, si adquirimos la paz interior, miles de personas a nuestro alrededor encontrarán su salvación. Solamente lo inútil y lo ridículo sanarán este siglo diabólico. Un cartujo que dobla su cuerpo ante un icono en el interior de la celda, por ejemplo. Si queda paz en el planeta es gracias a su vida contemplativa.
El perdón no está de moda porque se asocia a la debilidad, cuando es al contrario: nunca soy más poderoso que cuando perdono.
Es un misterio, pero ocurre que personas que tratamos a diario son menos importantes que otras a las que hemos conocido en un capítulo determinado de nuestra vida, como Priscila.