Jesús Montiel | 05 de enero de 2020
Vivir es recibir regalos a cada instante, desde el momento en que nacemos.
Es la noche de los ojos abiertos y los deseos cumplidos. Los pasillos se llenarán esta noche de pisadas y todos los niños del mundo se adentrarán ojerosos en el territorio del adulto, la noche. Permanecerán en vela a la hora del asesinato, con la ilusión de saber que alguien ha pensado en ellos. Por una vez todos serán hijos únicos.
Quisieran empujar el sol, traerlo a rastras hasta quemarse las manos. Después, luego de los lazos desanudados, cuando la costumbre apolille el objeto de su sorpresa, un nuevo deseo comenzará a gestarse en sus corazones caprichosos igual que una bola de mugre. Se iniciará la maquinaria del deseo y un nuevo antojo sustituirá al antiguo. Un nuevo juguete. Como en el caso de los adultos, una ambición más otra, un abandono más otro: un adosado, un coche, más grande y más rápido, un éxito más rotundo, otra mujer y otro hombre que sean más parecidos al proyecto de uno, a la idea que uno se ha hecho de la felicidad.
Y así hasta que al final descubran, desencantados, lo que saben las velas, las flores y el maestro Dôgen: la impermanencia de las cosas, que una vez se posee, lo poseído se desluce y pierde su atractivo. Todo lo mío acaba. Niños enfermos, sanos, niños de todas las razas, con padres más o menos muertos. Yo también fui esclavo, pero ahora no pido nada que se encuentre en una tienda. Soy un hombre afortunado, lo confieso. Me he cansado de lo mío y aguardo con vuestra misma ilusión cada día. Un rostro, los árboles del barrio, el contratiempo que tumbará mis planes. Vivir es recibir regalos a cada instante, desde el momento en que nacemos. Sólo lo que se ama mantiene el lazo intacto, sin desatar, por muchas veces que lo abramos. El amor desfibrila la sorpresa. Es un estreno sin fin, inacabable.
Durante estas fechas de celebración, cada uno disfrutará de su tiempo como quiera, pero en medio de esta jungla, ¿a quién le interesa el contenido de la expresión Feliz Navidad?
Aunque el futuro venga siempre al mismo ritmo, lo vamos percibiendo de forma distinta según el momento y, sobre todo, según la edad.