Pedro González | 15 de enero de 2020
Las medidas acordadas por Pekín y Washington solo servirán para recruceder el conflicto si no se retoman las negociaciones.
No es el fin de la guerra, pero la firma de la denominada “fase uno” de un acuerdo entre China y Estados Unidos da un respiro a las sucesivas y mutuas medidas de castigo arancelarias de los últimos años entre las dos grandes superpotencias. Es, pues, tan solo una pausa que, si no prosiguiera con negociaciones para acuerdos más amplios, solo serviría para volver a la pelea con redoblados ímpetus.
La numerosa delegación china, encabezada por el viceprimer ministro, Liu He, desplazada a Washington para la firma del pacto, escenifica la voluntad de Pekín de rebajar las fuertes tensiones entre los dos países, acentuadas a partir del inicio mismo del mandato de Donald Trump como presidente de Estados Unidos. El persistente y creciente déficit de la balanza comercial norteamericana con respecto a China se había convertido en insoportable, a juicio tanto de los exportadores agrícolas como de las grandes compañías industriales, que reprochaban especialmente a Pekín su laxitud, cuando no su descarado respaldo, a la apropiación intelectual de sus diseños.
La guerra comercial bilateral chino-norteamericana se ha llevado prácticamente por delante al multilateralismo, encarnado en la Organización Mundial de Comercio (OMC), a la que Estados Unidos ha dejado languidecer al negarse a renovar a los encargados en la institución de arbitrar en las disputas. Por consiguiente, el resto del mundo, comenzando por la Unión Europea, se ha visto impelido a acelerar la conclusión de tratados bilaterales, tanto con países individualizados como con organizaciones regionales, a fin de contrarrestar el nuevo modelo de relaciones impuesto por la Administración norteamericana.
Este acuerdo “fase uno” paraliza el aumento mutuo de aranceles que ambos países tenían previsto instaurar ya a mediados del pasado diciembre. Estados Unidos tenía preparado un incremento del 15% en las tasas sobre 165.000 millones de dólares en productos chinos, especialmente los electrónicos, como televisores, teléfonos móviles y videoconsolas. A su vez, China tenía lista su respuesta mediante un gravamen adicional, también del 15%, sobre 75.000 millones de dólares de mercancías americanas.
Quedan de momento intactos los aranceles del 25% en vigor, que habían sido instaurados por Estados Unidos en los últimos dieciocho meses sobre productos chinos valorados en 250.000 millones de dólares. Se rebajan, en cambio, hasta el 7,5% los impuestos a otros bienes por valor de 120.000 millones.
Pekín ha logrado no obstante que en los nueve capítulos de que consta el acuerdo se incluya la reducción gradual tanto de estos aranceles como de los que China impuso a los productos estadounidenses, que afectan en total a unos 100.000 millones de dólares. No se establece sin embargo un calendario para la eliminación de tales gravámenes, supeditados en todo caso al cumplimiento de las condiciones exigidas por Estados Unidos.
Pekín se compromete a aumentar sustancialmente las importaciones de productos procedentes de las granjas del Medio Oeste americano. Además de trigo, China importará carne de cerdo y pollo, algo que por otra parte le ayudará a paliar la crisis provocada por la epidemia de peste porcina africana extendida por gran parte del país.
Pero, a cambio, lo más importante es el compromiso asumido por China de implantar las necesarias reformas en su economía para dejar de comportarse como el desleal competidor ventajista de que lo ha acusado reiteradamente Donald Trump. Ello se traduce en una efectiva protección de la propiedad intelectual, y en el fin de la exigencia, a las empresas extranjeras instaladas o con intención de hacerlo en China, de la transferencia de su tecnología a sus correspondientes socios locales. Han sido las dos grandes cuestiones que han provocado la asimetría en favor de China de la balanza comercial, así como el origen de las múltiples decepciones de no pocas empresas que se estrellaron contra esta peculiar versión china del proteccionismo.
El pacto prevé también un mecanismo de resolución de disputas, lejos obviamente del sistema multilateral del que Trump abomina. El inquilino de la Casa Blanca sigue, en todo caso, su propio manual de relaciones internacionales, según el cual las negociaciones entre países no son distintas a las que rigen entre empresas. Un principio que encierra una reiterada demostración empírica: que el pez grande se come al chico.
Trump puede pasar a los anales de la historia como el presidente de Estados Unidos que consiguió terminar con el conflicto entre Corea del Norte y Occidente.
El gigante asiático guarda las formas y trata de no ofender a la contraparte, lo que no implica que se vaya a firmar un tratado.