Elio Gallego | 27 de enero de 2020
El filósofo francés Rémi Brague será investido doctor «honoris causa» por la Universidad CEU San Pablo el próximo 28 de enero.
Me piden desde eldebatedehoy.es que haga una pequeña presentación ante un público más amplio que el estrictamente académico de la persona y obra del profesor Rémi Brague, a lo que procedo con mucho gusto. Y lo haré comenzando con una anécdota narrada por él mismo y que expresa bien cuál es el orden de sus preocupaciones. Le contó un día un viejo amigo que, a causa de su cargo en asuntos europeos, debía tratar con mucha asiduidad con el presidente de la República Francesa de aquel momento, lo que daba pie a que mantuvieran frecuentes conversaciones sobre los más variados temas. «Mi amigo me confió un día en privado: “Es un indecente”». La palabra es dura; la explicación venía a continuación: “No cree en nada”.
Entendía por ese calificativo una total ausencia de convicciones, políticas, morales y religiosas; el rechazo de todo lo que expresa el latinismo fides: una falta total de escrúpulos, un desprecio total a la palabra dada, a los compromisos adquiridos, y a todo lo que ello comportaba. Después, tras un silencio, mi amigo añadió: “No cree en nada, salvo en Europa”. Al menos podría pensarse que este antiguo presidente de la República Francesa, tan representativo por otro lado de la actual clase dirigente europea, creía en algo.
Pero esto, a juicio de Rémi Brague, sería un error. Porque, «me pregunto a veces, no sin angustia, si ‘creer en Europa’, antes que una restricción, no es por el contrario la expresión acabada de una absoluta increencia, y si Europa no es el lugar del nihilismo». La idea de una Europa entendida como un Continente sin contenido, en el que todo cabe, no importa qué. Europa, en definitiva, como definición de la Nada. Algo que ya anticipó Nietzsche, como tantas otras cosas, cuando intempestivamente señaló que había que poner a Europa ante una decisión horrible, «ante la decisión de saber si su voluntad ‘quiere’ desaparecer».
No haríamos justicia, sin embargo, al profesor Rémi Brague si circunscribiéramos su obra a la pregunta por Europa, y su propuesta de una Europa en la que poder creer, porque el círculo de sus investigaciones tiene un contenido mucho más amplio, y ahí están para demostrarlo sus valiosos estudios sobre el pensamiento árabe o judío. Es más, el círculo de su interés, como no podía ser de otra manera en un verdadero filósofo, se proyecta sobre la realidad entendida como un todo, en un interés por lo real que se condensa en la pregunta por el ser.
Es por ello que esta frase, dicha casi casualmente y a vuela pluma, identifica perfectamente el carácter y el quehacer intelectual de Rémi Brague, cuando se describe a sí mismo: «Como filósofo y discípulo lejano e indigno de Sócrates, que dedicaba su tiempo a buscar la esencia (ousia) de las realidades…».
Pero quien se pregunta por la esencia y el ser de las cosas no puede ser, evidentemente, nihilista. Y de ahí que el nihilismo europeo le preocupe hasta la angustia. Porque no se trata solo de la muerte de Europa, lo que ya de por sí constituiría una tragedia de proporciones incalculables. Se trata, igualmente, de las consecuencias que la muerte de Europa tendría para el mundo entero. ¿O acaso pensamos que es un hecho menor para un mundo que, quiérase o no se ha europeizado, la muerte de Europa? ¿O que es imaginable pensar que esta muerte no acelerará el proceso de descomposición nihilista en el que se hallan, más o menos, todas las demás naciones?
La mayor virtud del profesor Rémi Brague es su unidad. Unidad entre el filósofo y el marido y padre de familia numerosa; unidad entre el creyente y ciudadano francés y el europeo consciente
Cada uno debe responder a este desafío según su estado y condición. Brague lo ha hecho desde su quehacer intelectual, desde su vocación de profesor e investigador, hasta el punto de hacer suya esta afirmación de Goethe: «Todo lo sensato ha sido ya pensado, pero hay que probar a pensarlo una vez más». Esta frase sintetiza como ninguna otra la ingente y erudita obra del profesor Brague. Esta ha sido su opción: pensarlo todo una vez más. Y de ahí que no extrañe que su obra científica abarque desde los antiguos griegos, en especial Platón y Aristóteles, a los medievales -ya sean judíos, musulmanes o cristianos-, llegando hasta los modernos, sin excluir a los más próximos a nosotros, como Martin Heidegger o Leo Strauss.
Hay que pensarlo todo una vez más, porque Brague está convencido de que Europa necesita un pensamiento profundo que la salve. Y bien sabe Brague que el conformismo, la superficialidad y la banalidad son la antesala del nihilismo. Por eso, toda su obra es un esfuerzo incansable para alcanzar un pensamiento que evite a toda costa la caída en ninguna de estas tristes posibilidades, tan presentes, casi hegemónicamente por desgracia, en el mundo académico de hoy.
Finalmente, si tuviera que condensar en una sola idea la mayor virtud del profesor Rémi Brague, diría que esta es su unidad. Unidad entre el filósofo y el marido y padre de familia numerosa; unidad entre el creyente y ciudadano francés y el europeo consciente. Sí, Rémi Brague es uno, está hecho de una pieza. Y esto, a mi juicio, es lo que llena de valor, tanto a su persona como a su obra, en todos los sentidos.
El libro, que reúne 17 escritos de personajes de la cultura y el mundo académico, pretende animar a una reflexión sobre lo que debe hacer Europa.
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