Luis Miguel Pedrero | 31 de enero de 2020
El dispositivo impone cada vez más las pautas de narración, estética y producción. Las series digitales se consumen desde móviles… y con cronómetro.
Hasta la irrupción de Internet y la multiplicación de dispositivos de acceso al ocio y el entretenimiento digital, la pantalla catódica no solo imponía y configuraba los gustos y tendencias de consumo masivo, sino también, y sobre todo, la naturaleza productiva y estética de sus formatos y géneros. Debido a la competencia entre cadenas generalistas, los programadores estaban –están– obligados a diseñar la parrilla en busca de dos grandes objetivos: concitar la concurrencia del mayor número posible de espectadores y fidelizar su atención para que no cambien de oferta, ¡ni siquiera durante la publicidad!
Esa estrategia ha determinado la constante evolución de los elementos distintivos y formas expresivas de los tres grandes tipos de programas o ‘macrogéneros’: realidad, entretenimiento y ficción. Los primeros se refieren a personas, acontecimientos u objetos reales presentes en el entorno extratelevisivo, lo cual genera un pacto tácito de credibilidad con el espectador; aquí se inscriben, entre otras variantes, los informativos, los documentales, las retransmisiones deportivas o los eventos en directo, contenidos llamados a mantener vigente el atractivo de las emisiones lineales a través de cualquier sistema de difusión.
En los espacios de entretenimiento se mezclan ingredientes de realidad y ficción, ya sea en su estructura o en su apariencia: ocurre en los concursos, los shows, los talk shows, los espacios de humor, los programas infantiles o las cada vez más retorcidas variantes de la “telerrealidad” (del reality-show al coaching-show, el docudrama, la docuserie, el docuquiz o el docugame). Finalmente, en los géneros de ficción se establece un pacto de simulación, fingimiento o incredulidad con el televidente: “Es aquello que tiene que ver con lo inventado o reinventado”, como lo definió el profesor José Ángel Cortés. Los subgéneros propios de esta categoría son las series, miniseries, películas, telefilmes, seriales y comedias de situación.
Y es precisamente aquí, en el territorio de la ficción, donde con más claridad se constata cómo los nuevos hábitos de distribución y consumo a través de pantallas móviles están desdibujando las características que sus variantes habían asimilado en las fijas (las tradicionales de tubo o las contemporáneas de plasma o LED). Junto a los rasgos consustanciales a la narración, la construcción del guion o las rutinas de producción y grabación, los subgéneros de la ficción televisiva pueden reconocerse por su duración original, a menudo adulterada por las ya apuntadas exigencias del modelo broadcast para alcanzar en todo momento la mayor cuota posible de audiencia.
Ocurre, por ejemplo, con las comedias de situación (sitcoms), concebidas para generar sonrisas y hasta carcajadas a partir de personajes arquetípicos en situaciones más o menos comunes que, sin embargo, generan simpatía por su comicidad verbal y gestual. El principal rasgo distintivo de este subgénero es la grabación de cada episodio en tiempo real y ante el público, pero también su corta duración: en las networks norteamericanas, las sitcoms se ajustan a veintidós minutos por episodio, con argumentos desarrollados en escenas separadas por spots publicitarios que redondean a media hora la duración final. Las sitcoms resultan así muy versátiles para su ubicación en la parrilla, donde suelen utilizarse como ‘ganchos’ para atraer a espectadores al programa posterior.
También los seriales de emisión diaria –soap operas como la recordada Falcon Crest o telenovelas como la no menos exitosa La dama de rosa– se ajustaron durante muchos años a estándares estables de duración: entre quince y veinte minutos en los años cincuenta, que se alargaron a media hora hasta los noventa y se extienden desde entonces hasta los 45 minutos. ¿Cuál era el efecto de esta estrategia? Se marcaba un hábito en el espectador –el perfil dominante lo conformaron durante mucho tiempo las amas de casa– en un horario casi invariable, la sobremesa, franja donde siguen manteniéndose con altos rendimientos por volumen y seguimiento.
Con todo, el género televisivo de ficción por excelencia es el de las series: su variedad temática y narrativa, además de su eficiencia fidelizadora, ha encumbrado a este subgénero cuya impronta en la oferta tradicional se ha extendido también a la digital. Sobre las series se asienta no solo la aceptación y popularización del consumo a la carta, sino también un modelo de negocio que ha propiciado la irrupción en el mercado de nuevos operadores, creadores y productores: la inminente llegada a España de Disney+ es solo la última evidencia de esta colosal evolución.
¿Qué trascendencia tiene para la ficción su distribución a través de estas plataformas de vídeo bajo demanda? Tal vez la más disruptiva sea el tiempo de duración, que ya no está condicionado por las lógicas de la parrilla o la maximización de la audiencia, sino por un factor tan subjetivo y variable como la disponibilidad del usuario. A ello se suma la consolidación del smartphone como soporte dominante de consumo digital, que brinda un acceso constante y en momentos intermitentes a lo largo del día. Ese consumo comienza a determinar la caracterización de los contenidos de ficción, cuya producción se planifica a partir de una única variable: su duración.
«Todo lo que vaya a contarte un capítulo se puede concentrar en diez minutos», defendían Patrick Holzman y Daniel Marhely, creadores y propietarios de Blackpills, una plataforma fundada en marzo de 2017 dedicada a series de ficción propia con una duración por capítulo inferior a 13 minutos. En aquel proyecto participaron grandes nombres de la industria como James Franco o Luc Besson; los contenidos estaban accesibles mediante registro previo y de forma gratuita solo a través de móviles, pero no logró desarrollar un modelo de negocio sostenible y en este momento están disponibles únicamente los tráilers.
Su testigo lo han recogido Jeffrey Katzenbert –expresidente de Disney y fundador de DreamWorks– y Meg Whitman –CEO de HP–, que a partir de abril lanzarán Quibi. Se trata de una plataforma que solo albergará series de diez minutos para ser consumidas desde smartphones; entre sus inversores se incluyen compañías de la talla de Sony Pictures, Warner Bros o 21st Century Fox, y ya están confirmados títulos dirigidos por Guillermo del Toro, Sam Raimi o el mismísimo Steven Spielberg; la de este último se titulará After Dark, y solo podrá ser vista cuando se haya puesto el sol.
A finales de este año está previsto también el lanzamiento de Ficto, otra plataforma con series de capítulos de corta duración cuya peculiaridad es que serán grabadas y emitidas ¡en formato vertical! El dispositivo impone cada vez más las pautas de narración, estética y producción. Y el tiempo, por supuesto: las series digitales se consumen desde móviles… y con cronómetro.