Antonio Miguel Jiménez | 08 de marzo de 2017
“A veces me pregunto por qué he sobrevivido en medio de tanta destrucción, pero no encuentro la respuesta”
Se trata de es una de las muchas reflexiones que dejó plasmadas Peter Brill Sander (1924-2013) en sus memorias, aunque no todas contienen el peso y la profundidad de esta. Son muchas las ocasiones en las que Peter Brill se preguntaba en sus memorias el porqué de su supervivencia, cuando tantos de sus amigos y camaradas cayeron en combate. Es algo normal en aquellas personas que han mirado a la muerte cara a cara: ya no piensan en ellas mismas, sino en los demás, en los que ya no están. –¿Por qué ellos se fueron y yo sigo aquí?– se preguntan.
Nos encontramos ante las memorias de un piloto de la Luftwaffe, la fuerza aérea del régimen nazi. Un piloto normal, no uno de esos grandes ases de la aviación como Hans-Joachim Marseille o Adolf Galland, a quienes el propio Brill cita en sus memorias, sino uno cuya historia podría haber sido la de cualquiera, la de esa masa desconocida que solo sabía que estaban en guerra. Además, Peter Brill, nacido en 1924, fue un piloto tardío y su entrenamiento tuvo lugar durante la guerra, lo que conllevó que su aprendizaje fuera muy limitado en tiempo y recursos.
Aun así, cabe hacer una apreciación: no es un diario, son unas memorias. Es el Peter Brill más anciano el que habla, el que recuerda. No son los sucesos que le ocurrieron día a día entre 1941 (cuando entró en la Luftwaffe como cadete) y 1945 anotados en el momento, sino los recuerdos de aquella época, recopilados y narrados setenta años después. Pese a ello, el relato no pierde un ápice de interés. Desde sus orígenes, cuenta los principales hechos de su vida centrándose, como no podía ser de otra manera, en sus años como piloto de combate en la Segunda Guerra Mundial, entre 1943 y 1945.
Peter Brill fue un joven normal, enardecido por las mentiras y la propaganda de unos farsantes que explotaron sus deseos de servir a su país y de ser piloto
A lo largo del relato, en el que Peter Brill entrelaza historia con sus propios sucesos y opiniones, encontramos a una persona con la que no cuesta sentirse identificado. Una persona alejada de toda ideología, de todo fanatismo. Más bien al contrario, sencilla, comprensiva y, por qué no decirlo, orgullosa de sus orígenes. El autor se avergüenza de las acciones de los nazis en todo momento, con quienes poco tuvo que ver y, de hecho, narra los problemas que sufrió durante su niñez por mantener amistad con niños judíos (con algunos mantuvo dicha amistad hasta que murió). Pero no se avergüenza de lo que vivió en el ejército, en la fuerza aérea, donde aprendió muchísimo sobre aviación (lo que queda muy patente a lo largo del libro y que encantará a los aficionados del tema), donde hizo amigos y donde aprendió los valores del campo de batalla. Sin embargo, Brill no era ningún idealista y también narra las grandes penalidades de la guerra, además de la propia experiencia en un campo de prisioneros ruso.
Las anécdotas que salpican el relato interpelan al lector y le hacen entrar en la piel del narrador, vivir una historia real con nombre y apellidos. Un buen ejemplo es cuando Brill explica que nadie, excepto el comandante de las escuadras, sabía las coordenadas exactas de las bases aéreas alemanas para, en caso de captura, no ser descubiertos. Explica: “Aquella vez vi que se encendía el piloto rojo de la reserva de combustible, lo que quería decir que me quedaba gasolina para diez minutos como mucho. Rápidamente me puse en contacto por radio y dije: «Oiga, comandante, se me enciende la lámpara roja», a lo que él me contestó: «Pues pon el dedo encima». Claro, pensé, pongo el dedo encima, pero ya me dirás dónde aterrizo yo ahora o hacia dónde me dirijo para volver en dirección a la base”. Esta clase de pequeñas anécdotas son los puntos que más humanizan el relato.
En otros casos, también anecdóticos pero de mayor calado histórico, el autor relata sus experiencias en operaciones importantes de las que se desconocía toda información, como el plan que nunca se llegó a realizar de bombardear Nueva York. Así lo cuenta el mismo Brill: “¿Cuál era el objetivo que tenía nuestra misión? ¡Nueva York! La misión a la que me habían destinado era pilotar un avión que llegara hasta Nueva York, bombardeara la ciudad y regresara de nuevo a su base”. Se nota cierta ingenuidad en las palabras de Peter, y con razón, pues no supieron de la finalidad de su “misión especial” hasta que se canceló por constantes errores en las pruebas de los aviones candidatos a cruzar el Atlántico y volver, como el bombardero Heinkel 177 Greif.
Y en cuanto a tecnicismos propios de la aviación, hay que decir que son perfectamente asumibles sin necesidad de conocer el argot. En lo que sí abunda el autor, y es uno de los puntos más interesantes del libro, es en una buena y clara diferenciación de los modelos de aviones, tanto alemanes como británicos, estadounidenses y soviéticos (“americanos” y “rusos” los llama Peter). Así, una de las palabras más repetidas, si no la más, es Messerschmitt, y más concretamente el modelo Bf-109, ya que era el tipo de caza que pilotó Peter y el caza “estándar” de la Luftwaffe, de la misma manera que los británicos tenían el Spitfire, los estadounidenses el Mustang P-51 y los soviéticos el Yak-9.
Merece la pena señalar la humanidad de los recuerdos y vivencias de Peter Brill en la guerra, que no se diferenciaron un ápice de los de cualquier soldado aliado. Así recordaba, por ejemplo, la muerte en combate de su buen amigo Hans Nagel, en abril de 1945: “Murió porque fue alcanzado por la artillería antiaérea. Aquel día, las estelas de colores que veía a través del parabrisas dejaron de fascinarme para enseñarme su verdadera naturaleza. En esos momentos empecé a creer y a rezarle a Dios, pidiéndole, mientras volaba, que no me alcanzase la artillería soviética”.
Este libro es una excelente apuesta de Pere Cardona y Laureano Clavero por rescatar las valiosas memorias de un hombre que vivió y participó en la Segunda Guerra Mundial desde el lado alemán, pero que, como tantos otros, no sentía apego alguno por el régimen ni la ideología nazi. Fue un joven normal, enardecido por las mentiras y la propaganda de unos farsantes que explotaron sus deseos de servir a su país y de ser piloto. Es, al fin y al cabo, la historia de una vida marcada por la guerra y la última generación de una estirpe marcada por las guerras.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.