José María Sánchez Galera | 02 de marzo de 2020
Una conversación en la que se abordan temas tan aparentemente distantes como los clásicos, la Movida madrileña, la poesía y la politización de la cultura. Luis Alberto de Cuenca es capaz de aunarlos.
Con Luis Alberto se puede hablar de prácticamente cualquier tema. Aún diría más: se puede charlar con él de cualquier tema, aprender y, sobre todo, disfrutar. Paladear. Tras dar un abrazo de seda, se sienta cómodo, sereno, sonríe. Su corbata —muchas veces, encarnada—, sus vaqueros y su chaqueta cruzada forman casi un uniforme. Bosquejar un parco resumen de la trayectoria de Luis Alberto de Cuenca (Madrid, 1950) resulta largo: doctor en Filología Clásica, profesor de investigación en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), poeta (con más de cincuenta libros publicados, incluyendo antologías), premio Nacional de Poesía (entre otros muchos), exdirector de la Biblioteca Nacional, ex secretario de Estado de Cultura, miembro de la Real Academia de Historia.
Su voz —elegante, reposada, cálida, con regusto simultáneo de declamación épica y del “buenos días” de una madre— se escucha en varios programas radiofónicos, como la tertulia “Cowboys de medianoche” (esRadio). Ha traducido a Homero, Eurípides, Calímaco, Chrétien de Troyes, Cavafis o Shakespeare, entre otros; y ha publicado una veintena de ensayos, como Necesidad del mito, El héroe y sus máscaras —inspiró el título de un conocido libro de Juan Manuel de Prada— o Los caminos de la literatura.
En sus libros de poesía se puede leer: «Volver a Teutoburgo con tu efigie sagrada» (“Germania victrix”; Elsinore, 1972), y también «No hay luz en la buhardilla de Zurbano. El silencio/pasea su victoria sobre las papelinas/ocultas en el libro de Arcimboldo» (“Isabel”; La caja de plata, 1985), o «dime cosas incorrectas … que disfrutas/pegando a un pedagogo o a un psicólogo» (“Political incorrectnes”; La vida en llamas, 2006). Sin embargo, quizá sus versos más famosos son los que cantaba Javier Gurruchaga (Orquesta Mondragón) en “Caperucita Feroz”: «Hola, mi amor, yo soy el Lobo … Te he comprado un anillo, un pastel y un yoyó». Porque, como ya hacían antiguos poetas latinos y, aún más, griegos, es capaz de unir en una pieza lírica el Drácula de Stoker —o el de Lugosi— y Tintín; una resonancia de la Alejandría helenística y una viñeta de Conan o de Roberto Alcázar; un nibelungo y un ejecutivo de IBM; san Juan de la Cruz y John Ford; Prometeo y la princesa Leia Organa encadenada a Jabba el Hutt. Sin olvidar a Rita (“Arit”), que cruzó el umbral al otro mundo al poco de estrenar lo que llamamos “mayoría de edad”.
José María Sánchez: Pedro Sainz Rodríguez decía, en su ley de educación de 1938, que «la cultura clásica y humanística se ha reconocido universalmente como la base insuperable y fecunda para el desarrollo de las jóvenes inteligencias».
Luis Alberto de Cuenca: Estoy totalmente de acuerdo con don Pedro y con el contenido de su ley de educación de 1938. Sin leyes educativas como la de 1938 no tendríamos a los Crespo Güemes, García Gual, etc. Sin embargo, los diferentes planes educativos han ido eliminando las asignaturas de Latín y Griego, lo que me parece fatal.
José María Sánchez: Sin embargo, Rodríguez Adrados, Pabón, Dolç, Fontán, Fernández-Galiano y otros ya tienen quince o veinte años al acabar la guerra. ¿Son herederos de los Segalá, y de esos otros catalanes (Cambó, Riber, Riba, Petit, Vergés…) de la Fundación Bernat Metge?
Luis Alberto de Cuenca: Cambó fue el fundador de la colección Bernat Metge, no uno de sus colaboradores. Entre todos, catalanes y no catalanes, se sacaron de la chistera los Estudios Clásicos en España. Don Manuel Fernández-Galiano fue mi director de tesis y mi querido maestro en helenismo.
J.M.S.: De no haber tenido cursos obligatorios de lenguas clásicas en Bachillerato, ¿Luis Alberto de Cuenca habría sido abogado?
L.A.C.: Hice un par de cursos en Derecho. No me interesaron los saberes jurídicos. Yo iba para filólogo clásico, al margen de lo que se estudiase entonces en Bachillerato.
J.M.S.: ¿Qué edad tenía cuando pidió a su padre las obras completas de Shakespeare?
L.A.C.: Se las pedí a mi padre y a mi madre. A los dos. Tenía doce años y acababa de sacar matrícula de honor en Reválida de 4º. Era la edición de Aguilar, traducida por Luis Astrana Marín. Una edición maravillosa.
J.M.S.: ¿Al poeta lo han influido por igual Tintín, las aventuras en technicolor, Calímaco y las sagas medievales?
L.A.C.: Por supuesto. Pero no necesariamente tenían que ser en technicolor esas aventuras. Podrían ser también en blanco y negro.
A la cultura se le acumulan las deserciones, a derecha y a izquierda
J.M.S.: Su primera etapa creativa parece deslumbrada por la tradición literaria, no solo griega, sino también germánica.
L.A.C.: En efecto. Cuando eres joven, la literatura te hechiza. Mi primera poesía era hiperculturalista, transida de amor por lo clásico y por lo germánico.
J.M.S.: ¿Esa etapa más culteranista, o más anticuaria, era una necesidad? ¿Pecado de juventud?
L.A.C.: Era una absoluta necesidad. Sin esos pecados de juventud mi obra poética no sería la que es hoy.
J.M.S.: La poesía luisalbertiana atraviesa etapas.
L.A.C.: En realidad son dos, a mi modo de ver: culturalismo y línea clara.
J.M.S.: ¿Qué son más determinantes en esas etapas, los aspectos personales o la evolución cultural y social?
L.A.C.: Ambas cosas, pero con especial hincapié en mi evolución personal.
J.M.S.: ¿La Movida afectó mucho a Luis Alberto, o a su poesía?
L.A.C.: A mi poesía y a mí, que somos una y la misma cosa. La Movida fue para mí como una bocanada de aire infecto que purificó, sin embargo, mis pulmones y mi cerebro.
J.M.S.: En el VIPS de la madrileña calle Lista (Ortega y Gasset), usted componía con Gurruchaga.
L.A.C.: Las músicas ya estaban compuestas. Lo que hacíamos Gurruchaga, Fernando González de Canales y yo en el VIPS era, sobre todo, merendar y otear chicas guapas.
J.M.S.: ¿Han generado más dinero letras de canciones, como las de “Caperucita Feroz”, que el resto de su obra publicada (toda su poesía, ensayo, traducciones…)?
L.A.C.: Con “Caperucita Feroz” y otras canciones de la Mondragón sí ganamos un buen dinerito. Pero teníamos un agujero en el bolsillo del pantalón, de modo que nada más aparecer desaparecía.
La Movida fue para mí como una bocanada de aire infecto que purificó mis pulmones y mi cerebro
J.M.S.: Comentaba Marcial que, si alguien quería ganar dinero, antes que a las letras debía dedicarse al espectáculo o a la construcción.
L.A.C.: Marcial suele tener razón. Y siempre tiene gracia. Y conmueve.
J.M.S.: Cuenta Loquillo que, durante su servicio militar, no soportaba “Caperucita Feroz”, y que se juró que, si conocía a quien había perpetrado esa canción, le diría algo. ¿Cómo fue, finalmente, ese encuentro?
L.A.C.: Fue un encuentro muy divertido. Se forjó en él una amistad que durará lo que duremos ambos, y dio origen a un libro-disco sobre mi poesía, Su nombre era el de todas las mujeres, compuesto por Gabriel Sopeña e interpretado por el propio Loquillo. El motivo de que odiase “Caperucita Feroz” era que lo despertaban en la mili con ese tema musical, y él hubiese preferido que le dejasen dormir en paz.
J.M.S.: ¿Es Rita un vórtice en la poesía luisalbertiana? Diecinueve años tenía en 1970, ¿no?
L.A.C.: La muerte es tan terrible como prestigiosa cuando eres joven. Rita se me murió cuando ni ella ni yo habíamos cumplido veinte años. Cómo no iba a ser importante en mi poesía. Todavía lo es.
J.M.S.: Usted le dedica un poema, titulado “Cataluña”, en que muestra un paralelismo entre los almogávares —cuyas aventuras relata la madre de Rita a Jaime, el hermano— y cómo se introduce el poeta en el dormitorio de Rita, al modo de aquella venganza en Atenas.
L.A.C.: Sí. Imagino que con ese paralelismo estaba reprochando a Rita que me dejara solo yéndose tan joven al otro lado.
J.M.S.: Pero hay otro poeta, el lúdico. ¿Influjo familiar o de la poesía alejandrina?
L.A.C.: De mi bisabuelo Carlos Luis de Cuenca, reputado poeta festivo, y del epigrama helenístico. De ambos veneros al mismo tiempo.
La muerte es tan terrible como prestigiosa cuando eres joven
J.M.S.: Dentro de esos poemas destaca “La Venus de Willendorf”, que, sin saberlo, estaba dedicado a una chica que quizá fue compañera mía de clase, o de una hermana mía.
L.A.C.: Esa chica no existía. Pero la imaginé como alumna del centro de estudios que había en la madrileña calle de Jorge Juan, frente a la casa de mis padres, y que es donde usted y su hermana estudiaron.
J.M.S.: En Bloc de otoño (2018), abundan las versiones de Catulo, Calímaco, Safo, Arquíloco… ¿Un retorno al entusiasmo juvenil?
L.A.C.: No ha dejado nunca de entusiasmarme la poesía grecolatina. De modo que no podría hablarse de retorno a un lugar de donde uno no ha salido nunca.
J.M.S.: Homero, el rey pirata. La Alejandría de Calímaco. El mundo bizantino. La poesía latina del siglo X, o la de Guillermo de Aquitania. ¿Con qué se queda Luis Alberto?
L.A.C.: Con todo eso y mil cosas más que sería prolijo enumerar aquí. Está la belleza como nexo común. Y la fascinación por la literatura. Unas veces puede encandilar más lo fragmentario, lo borroso. Otras, lo nítido y de contornos bien delimitados.
J.M.S.: ¿Hoy compartimos con aquellos el placer de la poesía en medio de un mundo mezquino, hortera, distópico?
L.A.C.: Sospecho que tan hortera y mezquino como cualquier mundo de cualquier época. Pero no deja de ser cierto que nuestro mundo es una verdadera calamidad, si vamos a eso.
Antonio Fontán fue único e irrepetible
J.M.S.: Retomamos la vinculación entre política y cultura. Fontán, ¿maestro, político, intelectual, humanista…?
L.A.C.: Y padrino de boda en mi caso. Una persona maravillosa y un personaje extraordinario. Fontán fue uno de mis más queridos maestros. Tal vez pensó que yo podría ser útil a la sociedad ocupando algún puesto de cierta relevancia, siempre dentro del ámbito de la cultura.
J.M.S.: Siendo usted director, la Biblioteca Nacional organiza en 1997 una maravillosa exposición sobre el cómic.
L.A.C.: Exposición que conmemoraba los cien primeros años de los cómics. Un éxito sin precedentes en el viejo caserón del Paseo de Recoletos. Un recuerdo precioso. De los más bonitos de mi paso por la Biblioteca.
J.M.S.: ¿La derecha, después de entonces, ha desertado de la cultura?
L.A.C.: A la cultura se le acumulan las deserciones, a derecha y a izquierda.
J.M.S.: ¿Queda en la política actual alguien como Fontán?
L.A.C.: Fontán fue único e irrepetible.
J.M.S.: Sin embargo, el premier Boris Johnson puede declamar de memoria los primeros versos de La Ilíada.
L.A.C.: Boris Johnson haría un buen Bachillerato. Todo bachiller occidental debería poder declamar de memoria los primeros versos de La Ilíada.
J.M.S.: Dentro de poco, usted se jubila de su principal trabajo, que ha sido de profesor de Investigación en el CSIC. ¿Cuántos años? ¿Qué psicostasia merece?
L.A.C.: Hace treinta años que obtuve la plaza de profesor de Investigación. Pero hace más de cuarenta que ingresé en el CSIC como científico titular y treinta y cinco desde que ascendí a investigador científico. Toda una vida al servicio del CSIC, una institución a la que debo todo y a la que quiero mucho. Cuando pesen mi alma al otro lado del espejo, podré decirle si creo que han sido justos o no con mis aportaciones en el mundo de la investigación en Humanidades.
J.M.S.: Desde hace años, el área de Latín y Griego del CSIC no contrata a nadie, a pesar de que cada semana se ofertan plazas para todo tipo de tareas: ciencias ambientales, estudios de género, alimentación, etc. ¿Los dioses fundadores del CSIC lo ven con agrado?
L.A.C.: No debemos de estar de moda. Me consuelo pensando que a los licenciados y doctores en Clásicas se los rifan las grandes empresas en los Estados Unidos. Hace ya mucho tiempo que es imposible conectar con los dioses fundadores del CSIC para preguntarles por eso.
J.M.S.: Dentro del CSIC está el principal proyecto de Diccionario Griego de toda la historia. ¿Proyecto en vía muerta?
L.A.C.: En absoluto. Está en las mejores manos posibles y lo único que necesita son tres cosas: apoyo, apoyo y apoyo.
Un pódcast dedicado a los personajes que atrapan al lector por sus fracasos. De la admiración a los héroes a la compasión por los derrotados.
Antonio Barnés explica en el pódcast Cultura y Debate el valor de los grandes clásicos y la importancia de la literatura en la sociedad actual.