Ricardo Ruiz de la Serna | 09 de marzo de 2020
Clemens August Graf von Galen defendió a los alemanes católicos y denunció el programa de eutanasia que los nazis llevaban ejecutando desde mediados de los años 30.
Imagínense la escena. Iglesia de San Lamberto en Münster (Alemania), 3 de agosto de 1941. Los nazis llevan ya más de ocho años en el poder. Las leyes raciales de Núremberg llevaban más de seis años en vigor. Hitler parece imparable e invencible. La mayor parte de los políticos de la oposición, que había dejado de existir, están en los campos de concentración, en el exilio o en la tumba. Los ejércitos alemanes dominan casi toda Europa. Desde hace semanas, avanzan por el territorio soviético y ya están cerca de Moscú y Leningrado.
Un hombre lleva años alzando la voz para denunciar la visión del mundo y del hombre que inspira a los nazis. Se llama Clemens August y desciende de una antigua familia de la nobleza alemana. Tiene el título de Graf añadido al apellido: Von Galen. Es, pues, Clemens August Graf von Galen (1878-1946); ha nacido en un castillo, se ha formado con los jesuitas y es el obispo de Münster. Toda Westfalia, no, toda Alemania conoce su oposición a los nazis. Sus cartas y sus homilías no dejan títere con cabeza. Denuncia el laicismo -que no la laicidad- de los nazis y el poder absoluto del Estado totalitario. Ha denunciado la intromisión del partido en las escuelas católicas y la participación obligatoria de los estudiantes de Teología de la Universidad de Münster en las actividades paramilitares que los nazis organizan.
Ha reivindicado y defendido a los alemanes católicos frente a las acusaciones de traición que los nazis han lanzado contra ellos por afirmar su fe frente al neopaganismo nacionalsocialista. Ha refutado el pensamiento racista que destila El mito del siglo XX, el terrible libro del Dr. Alfred Rosenberg que los nazis introdujeron en las escuelas. Ha reivindicado el martirio como un signo de nuestro tiempo. José M. García Pelegrín (Cristianos contra Hitler, Libros Libres, 2010) cita sus palabras de 1936 en la bendición de la cripta de San Víctor y sus compañeros mártires en Xanten: «Sabéis que ha llegado el tiempo en que no pocos de nosotros sufriremos esta misma suerte. ¡Cuántos católicos, sacerdotes y laicos han sufrido ataques y vejaciones en periódicos y asambleas, han perdido el puesto de trabajo o el cargo y han sufrido prisión y malos tratos sin juicio! […]. ¡En Alemania hay tumbas recientes donde reposan las cenizas de aquellos que el pueblo católico considera mártires de la fe porque la vida atestigua que han cumplido fielmente sus obligaciones con Dios y la patria, con el pueblo y la Iglesia!». Los informes contra él se apilan en las oficinas de la Gestapo.
Pero este día de agosto es especial, porque Von Galen va a denunciar, una vez más, el programa de eutanasia que los nazis llevan ejecutando desde mediados de los años 30. No han escatimado esfuerzos para convencer al pueblo alemán de la necesidad de acabar con las “vidas que no merecen ser vividas” (las «umwäntiges Leben»). No es la primera vez que Von Galen habla contra este asesinato de Estado desde que se conoce lo que los nazis están perpetrando en clínicas y hospitales. Empezaron con la esterilización forzosa de los hijos de padres negros, de quienes padecían enfermedades genéticas y de los delincuentes habituales.
A mediados de 1940, ya había cuatro centros de eutanasia situados en Grafeneck, Brandeburgo, Hartheim y Sonnenstein. A ellos enviaron a internos en manicomios, presos en campos, enfermos crónicos y discapacitados para gasearlos o inyectarles veneno. Fue la llamada Aktion T4. A finales de 1940, habían matado a casi 27.000 alemanes. A la altura de agosto de 1941, se les habían sumado otras 50.000 personas. Los rumores de lo que se está haciendo recorren Alemania.
Von Galen conoce a los nazis. Sabe bien de lo que son capaces. No sé si tuvo miedo, pero sí sabemos lo que dijo en aquella homilía de agosto, la tercera dedicada a denunciar lo que el Estado estaba haciendo:
«Me han asegurado que ni de parte del Ministerio del Interior, ni del ministro de Salud se disimula el hecho de que un gran número de enfermos mentales en Alemania son premeditadamente asesinados y que esta práctica continuará en el futuro. […] Por eso debemos contar con que estos pobres e indefensos enfermos sean eliminados en breve tiempo. ¿Por qué? No porque hayan cometido un delito que merezca su muerte, no porque hayan atacado a sus cuidadores y enfermeros, de manera tal que a estos no les haya quedado otra solución que atacar violentamente en defensa propia. Esos son casos en los cuales, además de matar al enemigo armado de la patria, está permitido en una guerra justa aplicar la violencia incluso hasta matar.
No, no es por estas razones que estos desgraciados enfermos deben morir, sino porque según un determinado servicio público, con el beneplácito de una determinada comisión, se han transformado en seres con una vida “sin valor”, puesto que según ese beneplácito pertenecen a los compatriotas considerados “improductivos”. Se juzga que: no son capaces de producir bienes, son como una máquina vieja que ya no funciona, como un caballo viejo, incurablemente paralítico, como una vaca, que ya no da leche. ¿Qué se hace con una tal máquina obsoleta? Se la reduce a chatarra. ¿Qué se hace con un caballo paralítico, con una res que ya no produce?
[…]¡Aquí no se trata de máquinas, no se trata de un caballo, o de una vaca, cuya única finalidad es servir a los hombres, producir bienes para los hombres! Ellos se pueden eliminar, se pueden reducir cuando ya no cumplan esta finalidad. No, ¡aquí se trata de seres humanos, de nuestros prójimos, nuestros hermanos y hermanas! Pobres personas, personas enfermas, sí, improductivas, si se quiere, pero ¿han perdido por eso su derecho a la vida? ¿Tenemos usted y yo derecho a vivir solo mientras seamos “productivos”, solo mientras seamos considerados como tales?
“No matarás!”. Este mandamiento de Dios, el único Señor que posee el derecho de decidir acerca de la vida y de la muerte, ha sido inscrito en el corazón de los hombres desde el principio, muchísimo antes de que el mismo Dios les anunciara a los hijos de Israel en el Sinaí su código moral con esas breves sentencias lapidarias, grabadas en la piedra, que la Biblia ha conservado, que nosotros aprendimos en el catecismo siendo todavía niños.
[…]“¡Yo soy el Señor, tu Dios!”. Así se introduce este mandamiento inamovible. “No tendrás otros dioses junto a mí!”. ¡El Dios único, supramundano, todopoderoso, sapientísimo, infinitamente santo y justo es quien nos ha dado estos mandamientos, nuestro Creador y único Juez! Por amor a nosotros ha inscrito Él estos mandamientos en nuestro corazón y nos los ha dado a conocer, porque ellos responden a la esencia de nuestra naturaleza creada por Él, son las normas indispensables para llevar una vida personal y comunitaria según la razón, agradable a los ojos de Dios, que procure la salud de todos y sea santa».
Cómo sería el impacto de las palabras de Von Galen en los fieles -sus homilías se reproducían y circulaban- que Martin Bormann, secretario particular de Hitler, planeó matarlo por ser una amenaza para el Estado. Le salvó la vida un cálculo político de Joseph Goebbels: no había que hacer mártires durante la guerra. Como señala García Pelegrín, ya se ajustarían las cuentas después del conflicto.
Aquella homilía dio el golpe de gracia a la Aktion T4. Los nazis temían a la opinión pública. La indignación de los alemanes obligó al Gobierno a cancelar oficialmente el programa el 1 de septiembre de 1941, aunque los asesinatos continuaron en secreto con el nombre de «ejecuciones compasivas». Según los testimonios en los Juicios de Núrenberg, las víctimas de eutanasia ascendieron a un número estimado de entre 200.000 y 275.000 personas.
¿Tenemos usted y yo derecho a vivir solo mientras seamos “productivos”, solo mientras seamos considerados como tales?Clemens August Graf von Galen
Lo llamaron “El león de Münster”. Pío XII lo creó cardenal en 1946. Al abrazarlo, el pontífice le dijo: «Dios te bendiga y Dios bendiga a Alemania». En 2005, el papa Benedicto XVI lo beatificó y, al final de la ceremonia, tuvo palabras muy iluminadoras en la actual hora de España: «Sacó su intuición y su valentía de la fe, que le mostró la verdad, le abrió el corazón y los ojos. Más que a los hombres, temía a Dios, que le concedió el valor para hacer y decir lo que otros no se atrevían a decir y hacer. Así él nos infunde valentía, nos exhorta a vivir de nuevo la fe hoy y nos muestra también que esto es posible tanto en las cosas sencillas y humildes como en las grandes y profundas».
Yace en la cripta familiar de la catedral de Münster, la ciudad a la que él tanto amó. Cuando viajen a ella y visiten el templo, eleven una oración por él ante su tumba.
La muerte provocada de María José Carrrasco evidencia que la eutanasia no se debe legitimar.
Tuvo como consecuencias la paulatina desaparición de las SA, el auge de las SS, la eliminación de Röhm y sus colaboradores y, de paso, la de todo enemigo del nazismo.