Juan Milián Querol | 26 de febrero de 2020
Los textos de Samuel P. Huntington sobre Occidente y su supervivencia mantienen su actualidad en un mundo marcado por políticas que dividen y enfrentan.
“La primera crítica de mi primer libro y va el reseñador y me compara con Mussolini y dice que yo salgo perdiendo con la comparación”. Esta anécdota que Samuel P. Huntington explicó a Robert D. Kaplan parece haber marcado la trayectoria del autor de El choque de las civilizaciones. Sus artículos y sus libros solían despertar una polémica que superaba el ámbito académico. Su audacia molestó a los liberales más optimistas. Tuvo mala prensa entre los izquierdistas alérgicos a la realidad. Y lo más curioso de todo es que Huntington siempre se consideró a sí mismo como un liberal progresista, aunque, eso sí, nunca quiso someterse a las convenciones, ni “conformarse con perogrulladas facilonas”, como señala Kaplan. De esta manera, acabaría maridando los principios liberales con una concepción realista y conservadora tanto de la historia como de la política exterior. El liberalismo solo podría desarrollarse en un marco de orden y seguridad. Ecos de Edmund Burke.
¿El choque de civilizaciones? y otros ensayos sobre Occidente
Samuel P. Huntington
Alianza Editorial
216 págs.
11€
Recibió críticas furibundas, pero los hechos son subversivos y acabarían dándole gran parte de la razón. Fue un aguafiestas incomprendido al que hay que volver para entender qué nos pasa. Así pues, es una buena noticia que Jorge del Palacio haya recuperado, en Alianza Editorial, algunos de los más incisivos ensayos del Huntington de los años 90. El gran debate, en aquella época, era cómo íbamos a entender el mundo tras la caída del Muro de Berlín. El fin de la dialéctica bipolar entre las democracias liberales y los regímenes comunistas dio pie a la tesis del fin de la Historia de uno de los más conocidos discípulos de nuestro pensador, Francis Fukuyama. La Historia no había llegado a su final, pero sí parecía dirigirse hacia la feliz, imparable y universal victoria de una democracia liberal que ya era imbatible en la esfera de las ideas. Grosso modo, este era el optimismo intelectual de la época finisecular. Pues bien, el profesor Huntington nos vino a decir que, de eso, poco o nada.
En el artículo ¿El choque de las civilizaciones?, Huntington examina una de sus hipótesis más célebres: “En este nuevo mundo, la causa fundamental de conflictividad no será primariamente ideológica ni económica. Las grandes causas de división entre la humanidad y la fuente principal de conflicto serán de tipo cultural”. El conflicto no iba a desaparecer. Y no desapareció. La cultura se erigía como la clave interpretativa. La globalización ha empequeñecido el mundo, pero no lo ha homogeneizado. El auge de los nacionalismos y el retorno de la religión marcan diferencias en todo tipo de ámbitos políticos. Pronto las guerras de Yugoslavia parecerían confirmar sus predicciones, aunque serían los atentados yihadistas del 11 de septiembre de 2001 el aldabonazo que nos abriría la puerta al paradigma huntingtoniano. Ecos de Thomas Hobbes.
Dos décadas después, estas ideas parecen aún más solventes. El coronavirus fue la excusa, y el ensimismamiento político fue letal, pero algo de choque geopolítico entre China y Estados Unidos hallaríamos detrás de la oleada de cancelaciones en el Mobile World Congress de Barcelona. El alejamiento de Rusia y Turquía de Europa, las “sangrientas fronteras” del islam, el nacionalpopulismo, en general, el brexit, en particular.… no es difícil encontrar ejemplos contemporáneos que revalidarían el pensamiento de Huntington. El orbe se desoccidentaliza y Occidente se diluye entre políticas de identidad que nos dividen y enfrentan. Ya no somos un faro civilizatorio. ¿Lo fuimos?
Los hombres llegan al conservadurismo por la vía de los hechos Samuel P. Huntington
“Quienes apoyan la tesis de la «coca-colonización» identifican la cultura con el consumo de bienes materiales. El corazón de una cultura, sin embargo, está constituido por su lengua, su religión, sus valores, sus tradiciones y sus costumbres”, escribe en Occidente: una civilización excepcional, no universal. Y se pregunta, ¿qué hizo a Occidente occidental? El legado clásico, el cristianismo occidental, las lenguas europeas, la separación entre la autoridad espiritual y secular, el Estado de derecho, el pluralismo social y la sociedad civil, los organismos de representación y el individualismo. La combinación de estos factores conformó Occidente y originó su compromiso con la libertad. Hoy la mayoría cotiza a la baja. Todo es más débil. Nos lo advirtió: “El problema de Occidente radica en mantener su dinamismo y promover su cohesión”.
La creciente distancia entre Europa y los Estados Unidos de Donald Trump no es más que la confirmación de una tendencia que aceleró la política exterior de Barack Obama. Despreciar y olvidar el legado de nuestros antepasados tiene un coste. Así, Huntington se vuelve aún más burkeano cuando concluye que “la responsabilidad principal de los líderes occidentales no es tratar de modelar otras civilizaciones a imagen de Occidente -cosa que está cada vez más lejos de sus capacidades- sino preservar y renovar las cualidades únicas de la civilización occidental”. No parece que estén por la labor, pero es en tiempos como este cuando resurge el instinto de supervivencia. Al final de su necesaria y justa introducción, Del Palacio recupera una cita de un texto de Huntington de 1957: “Los hombres llegan al conservadurismo por la vía de los hechos, por el terrible sentimiento de que una sociedad o una institución propia, que dan por segura y a la que se sienten íntimamente ligados, podría dejar de existir repentinamente”. En definitiva, el conservadurismo es necesario para salvar la libertad.
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