Higinio Marín | 07 de abril de 2020
La existencia de Dios es inverosímil sin la afirmación robusta de la existencia de la libertad humana, y la universidad debe ser un lugar de defensa de esa libertad en el conjunto de los saberes que cultiva.
En el capítulo V de su obra Apología pro Vita Sua, Newman contrasta la existencia de Dios -“para mí tan cierta como mi propia existencia”- con el panorama que ofrece la historia, donde “el mundo parece simplemente desmentir la gran verdad de la que está henchido todo mi ser”.
La perplejidad ante la historia inacabable de desgracias y calamidades de las que el hombre es víctima y autor conduce al santo británico a una nueva certeza: “Si hay un Dios, puesto que hay un Dios, la raza humana está envuelta en alguna tremenda calamidad original”. Y de ahí, dice Newman, que “la doctrina de lo que la teología llama el pecado original resulta para mí casi tan cierta como que el mundo existe y como la existencia de Dios”.
Así pues, en la forma presente del mundo, la hipótesis de la existencia de Dios requiere de una segunda hipótesis: el pecado original. Y todavía cabe destilar todo lo anterior en la siguiente fórmula: a la vista de nuestra situación, la existencia de Dios es inverosímil sin la afirmación robusta de la existencia de la libertad humana, y de una libertad no solo capaz del mal, sino de trastocar el mundo mismo.
De donde se sigue, inmediatamente, que toda concepción antropológica, política, económica, histórica, sociológica, psicológica o teológica tendente a negar o debilitar el alcance de la libertad del hombre implica negar o debilitar la idea y la noción de Dios en la inteligencia y el corazón del hombre enfrentado a la forma de nuestro mundo. Y esta sería, a mi juicio, la primera y elemental forma de incardinar la fe en la existencia de Dios en la misión propia de la universidad, como el lugar de la defensa de la libertad del hombre en el conjunto de los saberes que cultiva y difunde, y de su crecimiento en el corazón y la inteligencia de los que en ella conviven.
Dicha defensa corresponde también al conjunto de las ciencias físicas y biológicas, al menos en la medida en que estos saberes no se postulen como suficientes en orden a conocer la integridad de la realidad del hombre. Lo que en el fondo implica su articulación con lo que Newman llama la “perspectiva filosófica”.
Pero la sutileza newmaniana de vincular la creencia en la existencia de Dios con la afirmación de la libertad del hombre tiene muchas otras implicaciones para la antropología teológica y filosófica que aquí apenas se pueden mencionar. Todo lo dicho supone que la libertad del hombre tiene el ‘poder’ casi inconcebible de resistirse a una omnipotencia misericordiosa negándola. Y que, en el caso de Adán y Eva, se dejaron seducir libérrima y gratuitamente, sin inclinación previa y disfrutando de la presencia de Dios.
La enormidad de aquel acto de la libertad solo tiene un precedente en la gratuidad todavía más libérrima de la negativa del Diablo: el ser creado más perfecto y que con más plenitud gozaba de la presencia de Dios, lo negó, sellando un destino que se cruzaría con el del hombre. Uno y otro suceso arrojan, a su vez, una nueva luz: si hay un Dios creador de hombres y ángeles, entonces es de tal naturaleza que en su presencia solo se puede estar libremente. Es decir, la forma con la que la omnipotencia se expresa para los seres libres es la de una invitación: un ofrecimiento que se puede aceptar o rechazar.
Crear un ser libre implicó asumir las consecuencias que se siguieran de esa libertad
Más todavía: crear un ser libre es invitar y, por tanto, hacer capaz al invitado de aceptar o rechazar la invitación. Se trata de un hecho singular. Para una omnipotencia divina crear seres libres significa tomar la forma del ofrecimiento: crear es invitar, al mismo tiempo que se crea al destinatario de la invitación haciéndolo capaz -libre- de aceptarla, es decir, de aceptar o no su propio ser.
Además, crear un ser libre implicó asumir las consecuencias que se siguieran de esa libertad. Evitar tales consecuencias -por tremendas que fueran- sería tanto como revocar la libertad, esto es, arrepentirse de la creación del hombre. Dios no puede -porque por su omnipotencia creadora no quiso/quiere- retirar la invitación, pero sí puede reiterarla, e incluso ampliarla inimaginablemente, convirtiendo su omnipotencia en misericordiosa, es decir, desbordando la invitación que supuso la creación en la redención.
Por tanto, precisamente porque Dios es omnipotente y misericordioso, ha de haber un lugar al que puedan dirigirse los que rechazan dicha presencia, y del que este mismo mundo se convierte en imagen y prenda, en la medida en que se vuelve -por obra del hombre- el lugar de la ausencia de Dios.
Ciertamente, Adán y Eva no eran ángeles y su libertad no era tan perfecta como para sellar su destino en un solo acto. Por eso hay historia, y por eso el hombre puede todavía ser salvado, a diferencia de los ángeles. Y puede serlo mediante un acto libérrimo y gratuito como el primero, pero más original y a cargo de un Nuevo Adán, que abre en la historia la posibilidad de reponer la presencia de Dios ya en este mundo, aunque solo misteriosamente.
Ahora bien, si la libertad humana arrastró el mundo y su historia, entonces el hombre no es un mero inquilino en el mundo, sino que cada hombre es mundo mismo en tanto que capaz de ofrecerse a Dios o rehuirlo. Así que la libertad del hombre es sacerdotal, es decir, es oferente y ofrenda de sí y del mundo con potencia ontológica, con capacidad de orientar el mundo.
De ahí que la comprensión de la libertad, de su historia y naturaleza, requiera de esta “perspectiva teológica”, sin la cual para Newman la universidad está en precario. Y sin la cual, la propia idea filosófica de libertad pierde profundidad. Esa perspectiva permite, además, concebir todas las profesiones para las que la universidad forma como el ejercicio libre de un servicio a los hombres que puede ser también una ofrenda a Dios.
El portavoz de la Causa de Canonización del cardenal Newman nos habla de un santo que no puede reducirse al terreno de los intelectuales.
Los alumnos han de aprender a pensar colocando los hechos dentro de ese todo, dentro de la realidad entera que estudian todas las ciencias, conociendo así «las cosas como son”.