Antonio Manuel Moral Roncal | 08 de marzo de 2017
Durante la Guerra Civil española, se produjo un hecho sorprendente. Un acontecimiento sin precedentes y, por tanto, único: más de 11.000 españoles solicitaron refugio a las embajadas y legaciones extranjeras.
La peticiones de asilo diplomático en la capital se unieron, sorprendentemente, a las de auxilio consular en provincias. ¿A qué se debió este hecho extraordinario en la historia de las relaciones internacionales? Al desencadenamiento de una dura represión en la zona controlada por el Frente Popular que asustó de tal manera al Cuerpo Diplomático extranjero que aceptó la protección solicitada.
Numerosos diplomáticos extranjeros se distinguieron en la defensa de la vida de españoles. Acudieron a las cárceles y checas para intentar salvar la vida de perseguidos. Se preocuparon por sus derechos jurídicos
Esa purga social, política y religiosa fue considerada necesaria por elementos del Frente Popular para acabar, de una vez, con todos los obstáculos que impedían su proyecto modernizador de España. La izquierda burguesa aceptó esa violenta represión como justificación por la respuesta de las derechas ante la Revolución de Asturias de 1934 y para evitar la desunión de las fuerzas políticas que habían formado el Frente Popular.
El asilo diplomático se relacionaba con la práctica diplomática de algunos países, esencialmente hispanoamericanos, para proteger a un pequeño grupo de personas o líderes políticos caídos en desgracia. Sin embargo, el alcance masivo de la represión republicana motivó la aceptación de la avalancha de peticiones de amparo y protección a diplomáticos extranjeros.
Los métodos de protección fueron múltiples: reparto de avales con sellos diplomáticos; colocación de carteles y banderas en pisos y casas anunciando que se encontraban bajo auxilio de una nación extranjera, ampliación de las garantías de extraterritorialidad de embajadas a edificios anexos, etc.
Los problemas de protección pronto revelaron su magnitud. Había que alimentar, proporcionar medicinas y útiles de higiene a miles de mujeres, ancianos, hombres y niños. Fue necesario conseguir medidas de seguridad para evitar el asalto a los edificios protegidos por parte de milicianos y policías, enardecidos por el temor a la existencia de una quinta columna. Y, lo más difícil, lograr su evacuación negociando ventajas y garantías con el Gobierno republicano entre 1937 y 1939.
Numerosos diplomáticos extranjeros –tanto los funcionarios como los honoríficos– se distinguieron en la defensa de la vida de españoles. Acudieron a las cárceles y checas para intentar salvar la vida de perseguidos. Se preocuparon por sus derechos jurídicos, les ofrecieron protección, gestionaron su comunicación con familiares y amigos, procuraron canalizar sus quejas ante organismos oficiales republicanos.
Los jefes de Misiones Extranjeras revelaron los asesinatos indiscriminados y la eliminación sin garantías de los prisioneros, llegando a denunciar las masacres de Paracuellos del Jarama y Torrejón en 1936. Así lo hizo Félix Schlayer, representante de Noruega, quien, junto a Edgardo Pérez Quesada, encargado de negocios de Argentina, comprobó la existencia de fosas de fusilados. El informe del representante argentino fue copiado por el británico, el cual lo envió a Londres. Dicha información fue una autentica bomba en el Foreign Office, que aumentó los recelos del Gobierno del Reino Unido frente a la España republicana.
No obstante, también se aceptó refugiar a izquierdistas en tres momentos de la guerra: cuando se produjo el avance del ejército nacional sobre Madrid, que se creyó imparable; tras la caída de Cataluña y Barcelona, en enero de 1939; y al final de la guerra, en marzo de ese año, con los estertores del conflicto. Las Representaciones de Chile, Brasil, Francia, etc. aceptaron asilar a perdedores de la guerra.
Algunos diplomáticos procuraron ayudar a derechistas; otros –como el cónsul Neftalí Reyes (Pablo Neruda)– a izquierdistas; y hubo quienes ayudaron a todos, sin distinguir ideologías, como Carlos Morla Lynch (Chile) o Ramón Estalella (Cuba), consagrando su nombre con letras de oro en la historia de la diplomacia.
Su vida política sirve para explicar el periodo que llevó a España desde la monarquía de Alfonso XIII hasta la Guerra Civil.