Javier Varela | 18 de marzo de 2020
La UEFA, con el apoyo de las 55 federaciones, ha decidido retrasar la celebración de la competición hasta 2021 y se jugará entre el 11 de junio y el 11 de julio del próximo año.
La Eurocopa de 2020 no ha podido empezar y ya ha vivido su primera prórroga. El coronavirus ha sido el primer rival de la competición y ha sido derrotada por primera vez en 60 años de historia y 15 ediciones. El sentir general era que resultaba inevitable aplazar el torneo, y se hizo oficial el martes 17 de marzo. La UEFA, con el apoyo de las 55 federaciones, ha decidido retrasar la celebración de la competición hasta 2021 y se jugará entre el 11 de junio y el 11 de julio del próximo año. Una decisión histórica. Una decisión lógica.
El objetivo principal de esta decisión es que se puedan concluir, si la pandemia de coronavirus remite en un tiempo razonable, los campeonatos ligueros en Europa y también las competiciones europeas de clubes -Liga de Campeones y Europa League-. De hecho, para la disputa de la final de la Champions League, que estaba prevista para el 30 de mayo, y de la segunda competición continental, programada tres días antes, aún no hay fechas oficiales, aunque la intención de los clubes, con el visto bueno de la UEFA, es que se celebren entre el 24 de junio y la primera semana de julio como muy tarde. Hasta aquí, todo parece bastante lógico.
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Esta decisión demuestra que un virus ha tenido que afectar a la población mundial para confirmar que el calendario futbolístico está completo y que no hay margen de maniobra cuando ocurre un imprevisto como este. El fútbol se ha convertido en la gallina de los huevos de oro, en el que todo vale para poder llevarse un trozo de la tarta. Cada vez se organizan más competiciones y esta pandemia ha confirmado lo que todo el mundo sabía pero que nadie parecía querer ver. Está claro que el fútbol, según está montado en la actualidad, es un negocio gigantesco que reparte jugosos beneficios, pero puede ocurrir que la avaricia rompa el saco y que, por querer apretar tanto, el calendario acabe explotando.
Porque, además de las deportivas, la decisión conlleva muchas consecuencias en el aspecto económico. La Eurocopa 2020 se iba a celebrar en 12 sedes de 12 países distintos y el beneficio iba a ser repartido. Los números no engañan y la última Eurocopa celebrada en Francia, en 2016, generó ingresos por valor de 2.000 millones de euros. Además, los ingresos brutos comerciales de la Liga de Campeones, de la Europa League y de la Supercopa de Europa de la pasada campaña se estimaron en unos 3.250 millones de euros. Mucho dinero como para tomar las decisiones a la ligera, pero, en este caso, la salud de los ciudadanos ha podido más que el balón.
La decisión ha llegado tarde, pero mejor tarde que nunca. Si había dos organismos que se jugaban muchos intereses económicos este verano, eran la UEFA con la Eurocopa, y el Comité Olímpico Internacional (COI) con los Juegos de Tokio. La UEFA ha sabido reaccionar, aunque con retraso, y el COI va camino de firmar uno de los mayores ridículos organizativos de su historia. Porque, a día de hoy, pensar en unos Juegos Olímpicos se antoja complicado, pero ni en Tokio ni en Lausana -sede del COI- nadie parece dispuesto a cancelarlos. Y no solo porque para cuando se disputen, finales de julio principios de agosto, la pandemia esté controlada, sino porque los deportistas -los principales protagonistas de este evento mundial- lleguen en las mejores condiciones de preparación.
Y ya saben que muchos dicen que el fútbol es la cosa más importante de las cosas menos importantes, pero en este caso debía pasar a un segundo plano.
Se trata de un virus aviar que produce síntomas respiratorios parecidos al catarro, que pueden desembocar en neumonía, y que ya ha alcanzado una tasa de mortalidad cercana al 2%.
Con el coronavirus hay que entender que no estamos ante una catástrofe planetaria de película, pero tampoco ante una simple gripe que se cura con paracetamol.