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En El loco del pelo rojo (Lust for Life, 1956) o en El tormento y el éxtasis (The Agony and the Ecstasy, 1965), se muestra al pintor como un hombre angustiado, casi desesperado, por una pasión que no es capaz de asimilar; una genialidad que lo sobrepasa, en mitad de un mundo que no comprende su sensibilidad. Se trata de uno de los lugares comunes asociados a los artistas, en especial a los artistas plásticos.

Por supuesto, a este cuadro se le añade alcohol, caos sexual y amoroso, problemas económicos, desaliño fruto de noches enfrascado en el lienzo, etc. Y de ahí se pasa al arte como excentricidad, de lo que tan magistralmente se supo aprovechar Dalí. No es el caso de Alberto Guerrero (Barcelona, 1975), casado —¡y, además, con una mujer, una sola mujer!—, con hijos que aprenden a leer en el mismo colegio donde trabaja su esposa, con un hermano músico —de guitarra eléctrica y batería— que no se droga y que se casó joven y tiene una familia numerosa… Y, a pesar de no ser extravagante, no llevar una vida desordenada, no vender en ARCO un tarro repleto de excrementos, no manifestarse contra Donald Trump, y no conocer a Greta Thunberg, este pintor ha expuesto en Utrecht (Países Bajos), Gante (Bélgica), Bolzano (Italia); sus obras se encuentran en colecciones privadas de Estados Unidos, Corea o Reino Unido, y algunos de sus lienzos cuelgan de las paredes de la sede de UBS en Madrid o la del Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos.

Sus jornadas de trabajo tienen más de sosiego que de excitación. Estudia y reflexiona, combina con paciencia los pigmentos, incluso casi amasa, como si fuera pan, algunos de los materiales que emplea. Sonríe, escucha, suelta una carcajada que parece un abrazo. Toma un trago de cerveza y responde con una serena tranquilidad que, a la vez, admite matices, conexiones. De la restauración en Egipto a la admiración por el arte románico; de la ballena Moby Dick a un repertorio de imitaciones de Velázquez, con algo de homenaje y algo de humor —el infante Fernando de Austria escucha Radio3 con auriculares pequeños, mientras caza—. En barrios pobres de Jamaica, enseñó a chicos marginales que se puede vivir dedicándose al oficio de pintar o restaurar. Ha cuidado colecciones privadas de algún que otro destacado personaje de la vida española. Vende cuadros por encargo, murales para iglesias e instituciones, desarrolla series temáticas que van desde personas que escriben o pintan en una tapia hasta esferas colgantes de colores —que parecen palomitas de dinosaurio futurista o maquetas de Marte o Plutón, con sus irregulares montes que dan ganas de palpar—. En algunos hogares disfrutan de sus cuadros, ya parezcan un sol que se despereza tras la bruma, o una jirafa que recuerda a un safari de película clásica. Además, con la crisis sanitaria del virus venido del Lejano Oriente, nos regala su diario pictórico de la cuarentena.

Pregunta: Usted se define como “artista plástico”, no como pintor. ¿Qué diferencia hay?

Respuesta: También me defino como pintor, pero durante los últimos años he trabajado en obras que excedían lo meramente pictórico, como esculturas y pinturas en las que la tridimensionalidad tiene tanta importancia como lo cromático. En cualquier caso, no concedo demasiada importancia a las etiquetas.

Pregunta: La primera mitad de su carrera es como restaurador. ¿Qué queda de aquello?

Respuesta: Muchísimo. Yo he aprendido a pintar restaurando. Mi formación como artista es un tanto atípica, porque estudié Historia del Arte y luego Restauración, en la especialidad de pintura. Después, trabajé diez años en el estudio de Antonio Sánchez-Barriga, donde pasé cientos de horas quitando capas de suciedad, barnices oxidados y repintes para descubrir pinturas magníficas. La restauración también exige un conocimiento profundo del color para reintegrar cromáticamente las lagunas de los cuadros. A su vez, es fundamental el conocimiento de los materiales. Todas estas cosas han marcado profundamente mi labor artística. Ahora en mis pinturas hago una suerte de proceso inverso al de la restauración de un cuadro y, si antes quitaba capas, ahora las añado y superpongo para crear una armonía general que es fruto de todo lo que hay debajo, de todo el “proceso histórico”. Me interesa hablar de todo lo que hay detrás de lo que uno ve en apariencia.

Me interesa hablar de todo lo que hay detrás de lo que uno ve en aparienciaAlberto Guerrero, pintor

P: Restauraba iglesias de Jamaica o Egipto, ¿no?

R: Estuve alrededor de cinco años trabajando en un proyecto de restauración en la iglesia de Abu Serga en El Cairo y, más tarde, estuve tres veces en Jamaica colaborando en la restauración de las pinturas murales de la Holy Trinity Cathedral de Kingston.

Desde el punto de vista artístico, obviamente fue mucho más interesante lo de El Cairo. También estuve más tiempo allí, y eso me permitió conocer más la cultura egipcia, y copta en particular, que me ha impresionado mucho. El arte copto, que es desconocido para muchísima gente, está muy ligado a los orígenes de nuestra cultura. La iconografía del arte prerrománico y románico europeo surge en buena medida en Egipto, que es donde tiene su origen el fenómeno monástico, que contribuyó a la evangelización de Europa. Es precisamente en torno a los monasterios donde floreció la cultura medieval y, dentro de los monasterios, donde se custodió todo el legado de la cultura grecorromana.

El proyecto en Jamaica fue también muy interesante, en gran medida por su carácter social. Allí enseñábamos a restaurar a jóvenes de barrios muy deprimidos por la pobreza, la delincuencia y la droga.

P: Pero también trabajó para colecciones privadas, entre ellas las de un famoso empresario y gran figura del deporte.

R: Sí, a lo largo de mi vida como restaurador he tenido la suerte de trabajar para clientes con importantes colecciones privadas, algunas de las mejores de España.

El arte copto, que es desconocido para muchísima gente, está muy ligado a los orígenes de nuestra culturaAlberto Guerrero, pintor

P: ¿Cómo se produce el salto, o la transición, de restaurador a pintor, y luego a “artista plástico”?

R: La verdad es que no lo veo como un salto, sino como una transición natural. Yo he sido aficionado a la pintura desde niño. Recuerdo que, de muy pequeño, mis padres me llevaron a clases con un pintor. Cuando tuve que elegir qué carrera hacer, tenía tal pasión por la pintura que dudé si Bellas Artes o Historia del Arte, porque me interesaba comprender el arte profundamente. Me decanté por Historia del Arte y, al terminar, estudié Restauración, en la especialidad de pintura. En esos años, alquilé con mi hermano, que es músico, un local, y comencé a pintar durante casi todo mi tiempo libre. En mis años como restaurador nunca abandoné el estudio de pintura, y llegó un momento en el que sencillamente necesitaba dedicarle más tiempo. Fue una apuesta arriesgada, porque yo tenía un sueldo y pasé a no tenerlo.

P: ¿Influyó la lectura de Moby Dick, de Herman Melville?

R: La lectura de Moby Dick supongo que sí ha influido bastante. Era un ejemplar de tapas duras, de una edición antigua inglesa, que compré en Edimburgo en una tienda de libros de segunda mano, y lo empecé a leer en Jamaica, cuando estaba trabajando en la restauración de la catedral de Kingston. Recuerdo que me produjo una gran impresión y no pude evitar empezar a dibujar según lo iba leyendo.

P: ¿En aquella etapa la pintura era para Alberto Guerrero una Ballena Blanca? ¿Era usted un capitán Ahab? ¿O un Ismael?

R: En aquella época y ahora la pintura sigue siendo mi gran ballena blanca, en el sentido de que es imposible abarcarla plenamente. Una de las cosas que me fascina de la novela de Melville es cómo va preparando al lector durante cientos de páginas para la aparición de Moby Dick, que no sale en escena hasta prácticamente el final del libro. Escribe un verdadero tratado sobre los cachalotes, describe la vida de los balleneros, habla de todos los rumores y leyendas acerca de la gran ballena blanca… Al final, tras innumerables descripciones y datos, en vez de desentrañar el misterio, lo hace aún más grande. Prefiero a Ismael que a Ahab, que acaba siendo destruido por su afán de atrapar el misterio. Yo creo que el misterio que preside el proceso de creación hay que respetarlo, no se puede abarcar en su totalidad. Creo que se trata de aceptar que hay algo más grande que uno mismo.

La iconografía del arte prerrománico y románico europeo surge en buena medida en Egipto, que es donde tiene su origen el fenómeno monásticoAlberto Guerrero, pintor

P: ¿Hubo algún Pequod? ¿O un puerto definitivo?

R: Justo antes de lanzarme a esta aventura, todos los que me conocían bien me recomendaban que abandonase la restauración y asumiese el riesgo. Les hice caso y me fie, en parte porque ya llevaba varios años intentando compaginar las dos cosas, pero cada vez era más consciente de mi vocación artística y de la imposibilidad de desarrollarla sin apostar en serio. Me taladraba la idea de que lamentaría profundamente morir sin haberlo intentado. Tuve la sensación de que era en ese momento o nunca, porque no tenía por entonces cargas familiares ni mucho que perder. Luego ya sí, más adelante, pero mi mujer se subió a mi mismo barco. Yo diría que en los últimos años estamos disfrutando de la travesía, y que el puerto definitivo es la vida eterna.

P: Fue un éxito aquella exposición de la serie pictórica de “Moby Dick”. Año 2009, ¿no?

R: Tuvo bastante éxito, sí. No sé qué tienen las ballenas, pero suelen producir mucha fascinación. Quizá sea por lo que hablábamos antes sobre la idea del misterio. Los cachalotes son seres muy misteriosos, y el misterio conecta con el deseo infinito del hombre. Los cuadros de esa exposición estaban inspirados por las imágenes que me surgían al leer la novela. Como fondo, cada cuadro estaba lleno de textos escritos a mano, extraídos de Moby Dick en su versión inglesa original. Había incluso un par de cuadros que solo contenían palabras. Años atrás, ya había ocultado palabras dentro de mis cuadros y, años después, he vuelto a trabajar con ellas. Me interesa mucho esa combinación entre texto e imagen, y ahora mismo estoy trabajando en dibujos compuestos de letras.

P: Pero antes de 2009 ya había expuesto, ¿no?

R: Sí, antes había tenido dos exposiciones individuales, en el palacio de Aramburu en Tolosa (Guipúzcoa), y en la sala Gaudí del Palacio de Congresos de Madrid. En la segunda pude mostrar la serie “Estratos”, que fue el arranque de lo que hoy reconozco como más característico en mi pintura: las capas, las texturas y la luz.

En Jamaica enseñábamos a restaurar a jóvenes de barrios muy deprimidos por la pobreza, la delincuencia y la drogaAlberto Guerrero, pintor

P: Entonces el gran sueño se hace real. Dedicarse a la pintura, vivir de la pintura.

R: Sí, pero eso ha ido llegando poco a poco y después de mucho trabajo. El punto de inflexión fue el año 2010, cuando decidí dejar la restauración como medio de vida para centrarme solo en mi creación artística. No fue una decisión fácil, como he dicho antes, porque implicaba pasar de un trabajo seguro a uno incierto justo cuando se estaba empezando a sentir la crisis. En el año 2011 me casé y pronto tuve que hacer todo tipo de cosas para sacar dinero, como vender acuarelas casi regaladas en mercadillos de moda y aceptar encargos de muchísima gente. Esta etapa la recuerdo con mucho cariño, fue un tiempo de aprendizaje.

P: Hay varias etapas o series desde 2009: tras “Moby Dick”, unas más figurativas, como “Painting” o “From other species”; alguna de transición, como “Logos in ruins” o “NYC”; y luego las de puro color y texturas, como “Sustratos” o “Elementos”.

R: Quizá por mi formación como licenciado en Historia del Arte y restaurador me interesa tanto la pintura figurativa como abstracta y en mi trayectoria personal he explorado y exploro muchos caminos. Es evidente que el estilo que más me caracteriza y que se ha consolidado más a lo largo de los años es el de la pintura abstracta de gran formato, pero, a lo largo de los años, he ido viendo cómo hay determinados temas a los que es necesario aproximarse desde la figuración. Es el caso de las series de animales (“From other species”) y de otras que empiezan por puro divertimento y acaban reunidas en algo unitario y con sentido, como “Painting” o “Gamberrada barroca”.

Recuerdo que José María Ballester, que es una de las personas que más me animaron a apostar por mi pintura, me insistió en que fuera muy libre con mi creación, que habría personas en la vida que intentarían “encauzar” mi obra hacia un sitio u otro, pero que yo tenía que ser muy fiel a mi propio camino.

P: Sin embargo, usted elude la distinción entre arte abstracto y figurativo.

R: Hasta hace poco, parecía que un artista tenía que decidir si dedicarse a una cosa o la otra. A mí eso me parece absurdo. En el siglo XIX, la pintura y el dibujo eran los únicos medios para documentar en imágenes la realidad, pero, desde la aparición de la fotografía, la pintura ha podido centrarse más en cuestiones relacionadas con su propio lenguaje y, de esta manera, se han abierto nuevas vías de expresión. En cualquier caso, la fuente primera de la pintura es la Naturaleza. El hombre que se siente llamado a pintar, a llenar de formas y colores una superficie blanca, ya sea de una manera figurativa o abstracta, lo hace porque ha visto antes. Cuando yo combino determinados colores o volúmenes, lo hago, aunque sea de forma inconsciente, porque los he visto. Un ciego de nacimiento no creo que sienta la necesidad de pintar; en todo caso, de ver.

La pintura sigue siendo mi gran ballena blanca, en el sentido de que es imposible abarcarla plenamenteAlberto Guerrero, pintor

P: En todo este periodo, parece que hay una evolución cada vez más tangible: de los colores a las capas matéricas, luego la importancia de la luz como claridad dorada que emerge, y ahora esferas de celulosa que reúnen todo lo anterior.

R: Aunque es verdad que hay una evolución en las texturas, creo que también en el color; con los años he pasado de una paleta limitada a tierras y grises a otra muy colorista, que es la que uso hoy. También se ha producido una evolución en el uso de las texturas, buscando el contraste que aporta la luz al incidir en la tridimensionalidad de la materia.

Al final, creo que mi evolución se puede resumir en una exploración del contraste, jugando con los binomios luz-oscuridad, colores fríos-cálidos, colores primarios- secundarios, texturas lisas-rugosas, etc. De hecho, esta exploración plástica del contraste me está llevando a un estudio de la paradoja en un sentido más amplio. Ahora mismo estoy trabajando en una serie sobre el Oxímoron, en la que juego a contraponer colores, texturas y planos para significar algo más grande.