Javier Pérez Castells | 02 de abril de 2020
Los estudios para encontrar una vacuna, la mejora de los tratamientos, la llegada del calor… hay motivos para la esperanza frente al coronavirus.
Como virus de RNA positivo, el SARS-CoV-2 muta con facilidad y rapidez. Tenemos un panorama muy claro de las variantes que ya han aparecido con el paso del virus desde Asia a Europa y América. Sin embargo, estas mutaciones son aleatorias y, en general, no producen cambios en la vida del virus. En caso de cambiar algo, será normalmente para empeorar las posibilidades de supervivencia del virus, por lo que la mutación será descartada por selección natural. Al virus tampoco le interesa hacerse más mortal, porque mataría al paciente antes de poder contagiar al siguiente. Por todo ello, los expertos creen que una mutación real del actual coronavirus tardaría años y que la vacuna, cuando llegue, puede que sea permanente y no anual al estilo de la gripe.
Se sigue trabajando en estudios en fases clínicas en varias vacunas. Las vacunas más punteras y prometedoras son las «recombinantes». Esto implica extraer el código genético de la proteína de la superficie del virus (que inicia el proceso de infección por reconocimiento del receptor ACE2 en las células epiteliales de las vías respiratorias) y hacer que una bacteria produzca grandes cantidades de la proteína. Inoculándola, haríamos reaccionar al sistema inmune que produciría los anticuerpos protectores.
Alternativamente, se construyen vacunas (es el caso de la desarrollada en Boston y en China en el laboratorio militar), a partir de ARN mensajero. Se sintetizan unidades de ARNm que utiliza el virus para el replicado de su material genético y así se estimula la inmunización. Son vacunas novedosas, muy seguras y muy específicas. Están empezando las fases clínicas, que son tres. La primera se hace con unas pocas docenas de voluntarios sanos, para probar la seguridad de la vacuna y ver efectos adversos. La segunda, con cientos de personas de una zona afectada por la enfermedad, para analizar la eficiencia de la vacuna, y la tercera, similar pero con miles de personas.
Muchas vacunas candidatas se caen en el camino. Además, las vacunas de ARN son nuevas, no hay ninguna aún en el mercado. Aunque hay un impulso para hacer las cosas lo más rápido posible, es muy difícil que esta vacuna esté lista antes de 18 meses. Luego habrá otros problemas. Tan pronto como se apruebe, serán necesarias grandes cantidades, y habrá que desarrollar la capacidad de producción adecuada.
Se ha publicado hace poco un artículo en el que investigadores americanos describen haber encontrado las inmunoglobulinas o anticuerpos del virus en personas que lo habían superado ya. Al parecer, la inmunoglobulina aguda, que demuestra que el paciente está pasando la enfermedad, podría ser detectable hasta siete meses después. La inmunoglobulina permanente, de recuerdo, también se ha encontrado y, aunque sea especulativo, se piensa que puede durar uno o dos años. Una primera consecuencia positiva de estos análisis es que se podrá utilizar el suero de personas curadas para tratar a enfermos en estado grave o crítico, como se hizo con el ébola. Pero, además, conseguiremos saber quién está inmunizado, para que retorne a la actividad profesional o para ayudar en lo que haga falta en la siguiente fase de la epidemia.
A las autoridades y a los expertos les da miedo confiar en que el calor detenga la pandemia, porque no tenemos prueba segura de ello. Pero sí tenemos indicios favorables. El virus avanza de manera mucho más lenta, casi lineal, en países del hemisferio sur, como Australia. Parece también que no está corriendo tanto en Andalucía, Canarias y Murcia. El SARS se detuvo en verano y es el más parecido.
Como el remdesivir o las combinaciones de otros retrovirales que la OMS está probando en estudios extensivos. Hay muchas esperanzas con el primero de la lista, es un nucleósido que bloquea la polimerasa del virus. No tardarán tanto como la vacuna y ya se prueban en bastantes pacientes.
La mejor de las esperanzas a corto plazo es la última, los tratamientos. Nunca la medicina moderna había tenido un número de pacientes tan elevado de la misma enfermedad con los que ensayar tratamientos que mejoren síntomas y ayuden a superar la enfermedad. Los estudios sobre distintos tratamientos a tomar se hacen en todos los hospitales constantemente y la comunicación entre los médicos es continua. Se trata de tratamientos para tratar el cuerpo de los enfermos y no para atacar al virus.
Comprender los mecanismos por los que empeoran súbitamente algunos pacientes, normalmente al cabo de 8 o 9 días de sintomatología, será esencial para intentar ir convirtiendo la enfermedad en menos grave. Destaca el uso de hidróxidocloroquina (HQ) combinada con azitromicina. Cada vez se habla de más estudios empíricos que muestran la mejoría de los pacientes graves con este combinado utilizado en profilaxis antimalárica. Parece que interviene en el mecanismo secundario de la infección (la endocitosis), y quizá en el control de la respuesta inmune del paciente, que es el inicio del empeoramiento. Se ha criticado, y con razón, a Donald Trump por lanzar las campanas al vuelo demasiado pronto con este tratamiento, pero poco a poco se acumulan evidencias y, el pasado 29 de marzo, la FDA aprobó el tratamiento con HQ para determinados pacientes de coronavirus. Hay que ser muy cautos, porque es un fármaco bastante tóxico y con importantes efectos secundarios.
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Para terminar, apuntar un par de cosas que no sabemos. ¿Cuánta gente ha pasado la enfermedad ya, incluidos los asintomáticos? Porque, si vemos el resultado de las pruebas masivas de Corea del Sur, nos encontramos con que ¡¡¡el 45% de los positivos tenía menos de 40 años!!! Pero pocos eran sintomáticos. En España, ese grupo es el 15%, porque no se hacen test. ¿Y si hay mucha más gente inmunizada de la que pensamos? Gente joven que podría trabajar y ayudar…
Otra cosa: ¿por qué afecta tanto más a hombres que a mujeres? Extraño que no se hable más de esto. En la estadística del pasado 27 de marzo, los fallecidos varones en España entre 50 y 89 años de edad son un total de 739. El número de mujeres fallecidas en el mismo rango de edad es de 406. Hablaremos de esto en el próximo artículo. Cuídense mucho.
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