Jorge Aznal | 05 de abril de 2020
Pablo Motos o Paco González siguen adelante con sus programas, ofreciendo a la gente entretenimiento, cercanía y cotidianidad.
Esta semana he descubierto una necesidad extraña en mí, quizá absurda de primeras, pero puede que al mismo tiempo comprensible en un momento como este. Sospecho que no fui el único, ni mucho menos, que sintió esa misma necesidad el pasado lunes 23 de marzo: la de ver El hormiguero para levantar el ánimo.
El día, aún más que el anterior y supongo que casi tanto como los siguientes, desbordaba tragedia, dolor, pena, angustia y, aunque sea lo menos importante, también incomprensión ante esta situación. Imaginar la estampa en el Palacio de Hielo de Madrid -en mi caso, refugio cinematográfico recurrente-, terminó por hacerme un nudo en la garganta. Me dio por coger el mando de la televisión y agarrarme a Pablo Motos y El hormiguero como si uno y otro, presentador y programa, fuesen la solución. Durante un rato, lo fueron, al menos para la angustia, que no es precisamente poco. Así que, gracias a uno y a otro, en representación de todos a los que nos ocurrió algo parecido.
En el fondo, que volviera El hormiguero tras unos días de ausencia, aunque fuera sin público y con invitados a distancia, era una forma de encontrar eso que ahora tanto echamos en falta: cotidianidad. Cómo sería para que esta vez ni me importara que Miguel Ángel Revilla, el presidente de Cantabria, se adueñase una vez más del tiempo de un programa de televisión.
Es verdad que ese día el equipo de El hormiguero no guardó la distancia mínima entre ellos, y que lo más sensato es que el programa se hiciera desde casa en este tiempo, como reclamaban bastante usuarios en Twitter. En eso les puedo dar la razón, pero no en criticar por criticar a Pablo Motos ni en dudar de su intención de continuar haciendo el programa para animar y distraer a la gente. Más que preguntarnos si El hormiguero es un bien de primera necesidad, deberíamos preguntarnos si El hormiguero -y, por extensión, el entretenimiento- es una necesidad de primer bien. Para mí, más que nunca, lo fue ese día. Para muchos lo es cada noche.
Informar, formar y entretener. Son las tres funciones básicas de los medios de comunicación y, aunque no sea fácil conseguirlo en una situación así, las tres deberían estar presentes cada día, especialmente en la televisión y en la radio. Vivimos días duros en los que necesitamos informarnos más que nunca pero también, siempre que sea posible, encontrar estímulos y distracciones.
Pienso, sobre todo, en las personas mayores que viven con especial preocupación y miedo estas semanas. En esas que no tienen compañía, lo más importante. Ni Netflix ni otras formas de entretenimiento, y que esperan que llegue la hora de El hormiguero. También pienso en los sanitarios que llegan a casa cada día y necesitarán no pensar en nada hasta el día siguiente. O en los militares y en tantos profesionales que también se están dejando el alma. Invito a quienes critican estos días a Pablo Motos y El hormiguero a que realicen ese mismo ejercicio.
Las televisiones tienen, en teoría, más facilidad que las radios para pasar de la información al entretenimiento. Basta con programar una película, una serie o un formato de entretenimiento después de un informativo. Otra cosa es que acierten en cada elección, que normalmente no es el caso.
En la radio, en cambio, la convivencia entre la información y el entretenimiento es más compleja. Muchas veces, también más artificial y con un claro riesgo de caer en la frivolidad. Por eso cobra aún más valor la habilidad y la experiencia de Carlos Alsina en Onda Cero o de Carlos Herrera en la COPE. Pero, sobre todo, del que para mí es el maestro de la naturalidad en la comunicación: Paco González. Lo que están haciendo él y su equipo estos fines de semana sin deporte en Tiempo de juego es un ejemplar ejercicio justo de eso, de información y entretenimiento, pero también de cercanía. De empatía. De compañía.
Siempre he admirado cómo Paco González es capaz de llegar a la gente con esa facilidad durante tantas horas de radio en directo. Ahora que habla con españoles que están confinados en otros países; que quiere entretenernos hasta haciendo zapping para saber qué ponen en la tele en un fin de semana de confinamiento; que se preocupa por cómo vive una embarazada de 36 años esta situación; que te habla a corazón abierto del amigo que acaba de perder por el coronavirus… mucho más aún.
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