José María Sánchez Galera | 13 de abril de 2020
El profesor Fernando Lillo explica cómo logra entusiasmar a los milenials con el Latín y el Griego, y repasa la vida cotidiana de la Roma clásica en su nuevo libro, «Un día en Pompeya».
Castellonense de nacimiento, Fernando Lillo Redonet (1969) da clases de Latín y Griego en el Instituto San Tomé de Freixeiro (Vigo), y es autor de numerosos libros y artículos de divulgación sobre historia antigua, en especial del mundo romano. Este doctor en Filología Clásica ha publicado títulos como El cine de romanos y su aplicación didáctica (1994), El cine de tema griego y su aplicación didáctica (1997), El Viaje en la Antigüedad (2004), Guías didácticas de ‘Alejandro Magno’ y ‘El léon de Esparta’ (2005), Ludus. ¿Cómo jugar como los antiguos romanos? (2007), Héroes de Grecia y Roma en la pantalla (2010), Gladiadores: mito y realidad (2011), Fantasmas, brujas y magos de Grecia y Roma (2013), Hijos de Ben-Hur: Las carreras del circo en la Antigua Roma (2016), Superhéroes griegos. Relatos de héroes mitológicos e históricos de la antigua Grecia (2016), además de cuatro novelas del género. Suyos son también los tomos 5, 16, 37 y 56 de la serie dedicada a Grecia y Roma de Coleccionables RBA (2018).
No solo colabora en afamadas revistas de divulgación como Historia National Geographic y Arqueología e Historia Desperta Ferro, sino en varias publicaciones académicas; por ejemplo, Cuadernos de filología clásica (Universidad Complutense de Madrid), Cuadernos de arqueología (Universidad de Navarra), Helmántica (Universidad Pontificia de Salamanca), o un libro colectivo editado por la Universidad del Franco Condado. Su capacidad para comprender la complejidad del mundo latino y explicarla con sencillez da pie a jugosos manuales, como El tapiz de Bayeux: el primer “cómic histórico” en latín. Podría decirse que es un verdadero pontifex, no solo por sus detallados conocimientos, sino por su alegre vocación de “puente” entre la cultura clásica y sus alumnos y público en general. De hecho, este profesor amante de Pompeya —ciudad fósil que ha visitado varias veces— enseña a los adolescentes a escribir como los antiguos griegos y romanos; con tablillas y papiros, con punzón y cañas y tinta. Además, recrean piezas que los arqueólogos rescatan. Algunas de estas manualidades adornan las casas de quienes pasan por su aula; otras conforman una suerte de museo en el propio instituto.
Pregunta: Su libro Un día en Pompeya (Espasa) comienza con Eufemo, un hombre libre que cultivaba su pequeña parcela.
Respuesta: Efectivamente, el personaje del agricultor Eufemo me permite introducir al lector en la ciudad siguiendo su itinerario desde la entrada por la Vía de los Sepulcros de la Puerta de Herculano hasta el foro. En el libro he querido representar a personas de todas las condiciones sociales y el agricultor independiente contrasta con los terratenientes dueños de las villas rústicas más o menos grandes que rodeaban la ciudad.
Pregunta: ¿Le iba bien a Eufemo como agricultor independiente?
Respuesta: No podía quejarse demasiado, aunque la competencia era fuerte, puesto que incluso dentro de Pompeya algunas viviendas contaban con huertos interiores cuya producción excedente también se dedicaba al comercio.
Pregunta: En aquella época, el trabajo en el campo, sin tractores, sin maquinaria… debía de ser duro.
Respuesta: En efecto, pero a veces no nos damos cuenta de que la vida del campo ha sido muy dura hasta hace muy poco tiempo en nuestro país, y aún lo es en muchos lugares del mundo.
Los ricos propietarios se retiraban a sus villas rústicas huyendo del bullicio y los agobios de RomaFernando Lillo
P: Sin embargo, ¿el ideal romano era la vida en el campo?
R: Desde muy antiguo, el romano tradicional era un campesino que amaba su tierra y su trabajo. Para muchos, el ideal de una vida austera en el campo contrastaba con la frivolidad de la vida urbana.
P: ¿Podría decirse que Horacio y Cicerón eran más de turismo rural o de trabajar de verdad el campo?
R: Hay que tener en cuenta que la nostalgia del campo en la literatura romana se hacía desde la óptica de los ricos propietarios que se retiraban a sus villas rústicas huyendo del bullicio y los agobios de Roma, para dedicarse a un ocio creativo. Algo muy distinto de la dura vida del capataz o de los esclavos que trabajaban la tierra.
P: O sea, que los que más alababan la vida campestre y la labranza eran los que no cogían el azadón.
R: En líneas generales era así, pero habría, sin embargo, algunos que combinarían su retiro a un ocio literario con el trabajo en el jardín o en el huerto, pero en todo caso una labor que resultara placentera y no agobiante. Por otro lado, el capataz era supervisado periódicamente por el dueño de las tierras.
P: ¿No decía Séneca, uno de los hombres más ricos de su tiempo, que el dinero no da la felicidad?
R: El gran problema que tenemos hoy con Séneca es que, siendo inmensamente rico, proponía una filosofía en la que el dinero no era lo principal. Esta aparente incongruencia puede solucionarse pensando que lo importante no es tener o no dinero, sino qué valor se le da al mismo. En su filosofía, las riquezas eran algo indiferente para la consecución de la sabiduría.
Séneca, siendo inmensamente rico, proponía una filosofía en la que el dinero no era lo principalFernando Lillo
P: A pesar de todo, Roma nos fascina. E incluso, con sus sombras, nos sigue iluminando, por ejemplo, con el derecho.
R: Roma es la cuna del pensamiento occidental. Junto con Grecia y la cultura judeocristiana, han vertebrado Europa. Casi todo el mundo asocia a Roma con el espíritu práctico, las grandes obras de ingeniería y el derecho romano, base de nuestra legislación.
P: Inventores del derecho, pero ¿podría decirse también que era una sociedad esclavista?
R: Ciertamente la esclavitud era consustancial al sistema romano y nunca fue abolida, si bien con el paso del tiempo surgió una mayor sensibilidad en el trato a los esclavos, como en el caso de Séneca. La llegada del cristianismo, que predicaba la igualdad de todos como hijos de Dios, contribuyó a que las relaciones entre amos y esclavos fueran de otra manera en el seno de las comunidades cristianas.
Ahora bien, no todos los esclavos eran iguales. Los especializados y domésticos disfrutaban de una vida mucho mejor que la de los dedicados al campo o a las minas. Aunque hubo rebeliones como la de Espartaco, el sistema de prometer una libertad a través de un buen comportamiento y otros incentivos permitía a algunos esclavos convertirse en libertos, hombres libres pero con una cierta dependencia de sus amos en muchas ocasiones. Sus hijos sí serían ciudadanos de Roma de pleno derecho, y esto desde luego era una gran esperanza.
P: En el Satiricón de Petronio hay esclavos y, sobre todo, libertos que se hallan en una situación mejor que Encolpio y Ascilto, libres y se supone que de buena familia.
R: A veces los libertos, dedicados sobre todo al comercio, alcanzaban unas riquezas mayores que las de un ciudadano romano corriente. Deseaban siempre ser aceptados por las élites de ciudadanos, y a menudo caían en el exceso y la ostentación para compensar su origen social, como hace el Trimalción del Satiricón de Petronio, una crítica literaria de este tipo de libertos enriquecidos.
La esclavitud era consustancial al sistema romano y nunca fue abolida, si bien con el paso del tiempo surgió una mayor sensibilidad en el trato a los esclavosFernando Lillo
P: En su libro habla de un gladiador y de un actor de comedias. ¿Cuál era más popular?
R: Es difícil medir la popularidad con los datos tan escasos y fragmentarios que tenemos. El comediógrafo Terencio se quejaba de que, durante la representación de una de sus obras, el público se marchó porque había cerca un espectáculo de gladiadores. No obstante, en Pompeya hay grafitos laudatorios tanto de gladiadores como de actores que fueron muy famosos y populares. No olvidemos que la ciudad tenía dos teatros, uno grande y otro más pequeño, y un anfiteatro. De todos modos, en la Antigüedad existían agrupaciones de fans de ambas profesiones que dejaban constancia de su admiración por sus ídolos de la arena o el teatro.
P: ¿Y el circo, los aurigas? ¿Eran muy populares?
R: Sí; los niños más pudientes jugaban con pequeños carros tirados con cabras, y los adultos animaban desde las gradas a su equipo favorito con paños del color correspondiente. El mundo de las carreras del circo movía a muchos más espectadores que ninguna otra forma de ocio. Se dice que en el Circo Máximo de Roma cabían unos 250.000 espectadores, mientras que el Coliseo tenía un aforo aproximado de 55.000. El público se volvía loco con las carreras y agitaba el paño azul, verde, blanco o rojo, según fuera su escudería preferida. Los aurigas eran inmensamente populares y podían cambiar de equipo a lo largo de su carrera profesional como nuestros actuales futbolistas.
P: Otro de los personajes de su libro es Cecilio Jucundo. ¿Quién era?
R: Cecilio era un banquero o, más bien, un prestamista de Pompeya del que tenemos la suerte de haber conservado parte de su archivo documental en tablillas de cera. Normalmente, se encargaba de mediar en las subastas públicas o de adelantar a sus clientes el pago de impuestos de la colonia. Hemos conservado su casa e incluso un hermoso busto de bronce del que se cree que fue su padre.
La llegada del cristianismo, que predicaba la igualdad de todos como hijos de Dios, contribuyó a que las relaciones entre amos y esclavos fueran de otra maneraFernando Lillo
P: ¿Las tablillas de contabilidad de Cecilio Jucundo se parecen a las que usted imita con sus alumnos en clase?
R: Las tablillas contienen recibos que dan constancia de los pagos realizados a sus clientes. Son tres tablillas: las dos primeras contienen el texto del recibo y se sellan con los sellos de los testigos; la última es el resumen del recibo y puede consultarse sin necesidad de romper los sellos. Como mi filosofía es “tocar la Antigüedad”, las recreamos en clase con tablillas de cera fabricadas hoy en día, y escribimos con punzón el texto latino.
P: ¿Cuántos papiros, inscripciones, tablillas ha recreado usted? ¿Y sus alumnos?
R: La verdad es que ya he perdido la cuenta. Paradójicamente, a unos alumnos nativos digitales acostumbrados a un mundo virtual les llama más la atención lo que pueden tocar o hacer. Por eso recreamos juntos papiros, inscripciones, tablillas e incluso óstraca, que son fragmentos de cerámica incisos o pintados. Cuando son alumnos con conocimientos básicos de Latín y Griego, reproducimos textos originales que escribieron los antiguos alumnos o escritores grecolatinos. Lo más importante es que luego se llevan sus trabajos a casa y crean un pequeño museo en su habitación que enseñan a familiares y amigos, dando a conocer el Mundo Clásico a su entorno. Algunos incluso donan alguno de sus trabajos al departamento, para que puedan disfrutarlo sus compañeros de cursos posteriores. De este modo, ellos mismos se convierten en agentes de transmisión del legado clásico.
P: ¿Esto ayuda a que la asignatura tenga más alumnos?
R: Sin duda, la práctica de escritura griega y romana en papiros originales con caña y tinta o la fabricación y uso de tablillas de cera es un atractivo añadido para cursar Latín y Griego. El Día del Libro los propios alumnos montan un stand en el patio de recreo para que toda la comunidad educativa pueda probar a escribir sus nombres en estos materiales.
En la Antigüedad existían agrupaciones de fans de gladiadores y de actores de teatroFernando Lillo
P: ¿Se parece algo Fernando Lillo a Gayo Julio Heleno, el profesor particular de su libro sobre Pompeya?
R: Los métodos pedagógicos han cambiado mucho. Son mucho más activos y menos repetitivos que antes. Ya no solo enseñamos rosa, rosae, sino que sumergimos al alumno en el mundo grecolatino a través de la lengua latina y griega. De Julio Heleno me gusta su concepción, tomada del romano Quintiliano, de que la relación entre alumno y profesor debe ser de respeto y aprecio mutuo, de forma que solo de esa colaboración puede surgir la magia de la enseñanza y del aprendizaje.
P: Marco Aurelio agradecía a su bisabuelo que se hubiera gastado dinero en profesores particulares, en vez de llevarlo a una escuela “popular”.
R: Ciertamente, la calidad de los preceptores particulares que podían permitirse las familias más adineradas era superior a las de los profesores que tenían una humilde escuela en el pórtico del foro o en algún pequeño local. El poeta Horacio también agradeció a su padre que lo llevara a Roma y no a la escuela local de Venusia, en el sur de Italia, de donde eran originarios.
P: ¿En Roma había bullying o, básicamente, áspera disciplina del maestro?
R: Curiosamente, hemos conservado una riña escolar en un texto que servía para aprender Latín y Griego en la Antigüedad a modo de diálogos bilingües. Un alumno le dice al resto de sus compañeros que se muevan y le hagan sitio, pero otro le responde que se vaya a otro lugar porque él ha llegado primero. También hay testimonios de que “la letra con sangre entra”. En un grafito de Pompeya está escrito: “Si se te da mal Cicerón, serás golpeado”.
A unos alumnos nativos digitales les llama la atención lo que pueden tocar o hacerFernando Lillo
P: Horacio recuerda con pavor a su maestro Orbilio Pupilo y el aburrimiento de los dictados de Livio Andrónico.
R: Ciertamente Orbilio era un maestro al que se le iba la mano con facilidad y, por otro lado, los dictados frecuentes eran uno de los sistemas más socorridos. No obstante, más tarde, como he comentado más arriba, surgieron textos para aprender a hablar Latín y Griego basados en contextos situacionales similares a los libros de idiomas actuales: hacer la compra, ir al foro, visitar a un amigo, ir a las termas…
P: Usted ha visitado varias veces Pompeya. ¿Cómo era la escuela de Pompeya?
R: Los espacios escolares de Pompeya eran variados. Cuando visitamos el foro, podemos imaginar que pudo haber alguna escuela bajo alguno de sus pórticos. También la Gran Palestra pudo albergar algún tipo de instalación escolar. En la Casa de las Bodas de Plata, hoy cerrada al público, está la exedra donde el profesor particular Julio Heleno daba clases a los hijos del dueño. En la calle que iba a la Puerta de Nola hay un edificio con un altillo que pudo ser la sede de una escuela de tipo epicúreo.
P: ¿Impartirá Fernando Lillo alguna clase, o algún taller de escritura, en Pompeya?
R: Eso sería fantástico. Un verdadero sueño. Quizá se cumpla algún día. Recuerdo que, cuando escribí mi primer libro, Un salmantino en Roma, no pude imaginar que años más tarde lo explicaría a niños romanos y españoles en el Liceo Español Cervantes de Roma, ni que les haría jugar a los juegos romanos antiguos.
José Torres Guerra, uno de los principales helenistas españoles, charla sobre literatura griega antigua: cómo era, cómo la recibimos nosotros, cómo forma parte de nuestra identidad, por qué llora Aquiles en la «Ilíada»… y ¿existió Homero?
Una conversación en la que se abordan temas tan aparentemente distantes como los clásicos, la Movida madrileña, la poesía y la politización de la cultura. Luis Alberto de Cuenca es capaz de aunarlos.