Pablo González-Pola de la Granja | 14 de abril de 2020
Carlos Seco Serrano fue uno de los grandes historiadores del periodo de posguerra. Catedrático, académico y escritor, destacó por su erudición, rigurosidad y búsqueda de la verdad.
En esta Pascua de Resurrección, ha llamado el Señor a mi maestro, Carlos Seco Serrano, cuando contaba 96 años.
Fue uno de los grandes historiadores del periodo de posguerra, junto a otros como Vicente Palacio Atard, José María Jover o Luis Suárez, entre otros. Seco abarcó entre sus investigaciones un amplio periodo de la historia de España, desde el siglo XV hasta nuestros días. Pero sobresalió, desde mi punto de vista, en su faceta como historiador militar, en unos momentos en los que este tipo de investigaciones no estaban bien vistas en las universidades españolas.
Conocido por su talante liberal, su libro Militarismo y Civilismo en la España Contemporánea, publicado en 1984, me impresionó profundamente por su rigurosidad, ausente de todo tipo de sectarismo. Pasados unos años, estando yo destinado en la Oficina de Relaciones Públicas del Estado Mayor del Ejército, lo llamé para invitarlo a que formara parte del jurado de los Premios Ejército de Investigación. Recibí una rotunda negativa, pero no me di por vencido e insistí apelando a sus orígenes familiares castrenses. Esto llamó su atención y, con un seco “¿Qué sabe usted de mi padre?”, me citó a una entrevista y allí nació una amistad que ha durado más de 30 años.
Nació Carlos Seco el 14 de noviembre de 1923 en Toledo, en cuya Academia de Infantería estaba destinado su padre, el capitán Edmundo Seco Sánchez. Años después, en 1986, durante la ceremonia en la que el teniente general José Faura imponía la gran Cruz del Mérito Militar al historiador, este reconoció las virtudes castrenses inculcadas por su padre: patriotismo, honor, valor a toda prueba, abnegación, lealtad y espíritu de sacrificio. Siempre recordó la figura de su progenitor, el comandante Edmundo Seco Sánchez, prototipo de militar intelectual que murió fusilado en 1937 en Ceuta por mantenerse leal a su jefe, el general republicano Manuel Romerales.
Tras la Guerra Civil y huérfano de padre y madre, Carlos y sus tres hermanos se trasladaron con la hermana de su padre a vivir a Madrid, donde estudió el bachillerato y se matriculó en Geografía e Historia en la Universidad Complutense. Tras doctorarse en 1950, dos años después ganaba la cátedra de Historia General de España en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona. En la Ciudad Condal disfrutó de la enseñanza junto a grandes profesionales, como Vicens Vives o Martín de Riquer y, en 1975, se trasladó a Madrid para ocupar la cátedra Historia Contemporánea de España en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense. Aquí se jubiló, como profesor emérito, en 1995.
En su ingente obra, destaca su cuidada prosa, que consigue hacer compatible con una exquisita erudición. Siempre empeñado en la búsqueda de la verdad, por encima de todo criterio preestablecido, son claro ejemplo sus biografías de Alfonso XII y Alfonso XIII, respectivamente. La revisión de la figura de don Alfonso XIII llamó la atención de su hijo, el conde de Barcelona, con quien mantuvo una estrecha relación, así como con don Juan Carlos y, especialmente, con doña Sofía, por quien sentía una especial devoción. Sus artículos en la tercera de ABC, junto con los de sus buenos amigos Julián Marías y Pedro Laín Entralgo, en la década de los 80, contribuyeron a formar las conciencias y la confianza de muchos españoles en las nuevas instituciones democráticas, especialmente la monarquía.
El artículo fue un género que le permitía la divulgación histórica y publicó en los periódicos de mayor tirada como, además del mencionado ABC, EL PAÍS, Diario 16 y La Vanguardia. Pero, sin duda, fue su extensa producción bibliográfica histórica su mejor legado. Yo destacaría su aportación al encaje de los militares en la historia política española, desarrollando muy lúcidamente la teoría formulada por su maestro, don Jesús Pabón, sobre el llamado “Régimen de los generales” en el siglo XIX. No fue el Ejército, sino los generales, utilizados por los partidos políticos, incapaces de consolidar un sistema político estable, los que irrumpían en la vida pública. Carlos Seco supo diferenciar perfectamente entre el pronunciamiento y el golpe de Estado, atribuyéndole el primer golpe al general Pavía, al contar con todo el Ejército para acabar con el caos que suponía la república federal.
En 1978, ocupó el sillón que Pabón había dejado, a su muerte, en la Real Academia de la Historia. Y, a partir de entonces, se entregó a esta institución en cuerpo y alma. Desde su despacho, rodeado del archivo de don Eduardo Dato, ejercía su labor de censor y director del Boletín de la Academia. Procuró faltar lo menos posible a las reuniones de los viernes por la tarde y asistió hasta que ya le fue imposible.
Muy bien atendido, Carlos Seco pasó los últimos años de su vida en casa de su hermana Mariluz, fallecida hace algunos años, en Madrid, y hasta hace tres años se podría mantener una conversación normal con él, agradeciendo mucho las visitas que algunos antiguos discípulos le hacíamos, como Trinidad Ortuzar o María Ángeles Pérez Samper, cuando podía desplazarse desde Barcelona.
Descanse en paz Carlos Seco Serrano, maestro y amigo.
Millones de familias, sin distinción de clase o pertenencia política, han sentido la necesidad de proteger a los mayores, de tomar medidas excepcionales y paliar su debilidad.
El profesor Fernando Lillo explica cómo logra entusiasmar a los milenials con el Latín y el Griego, y repasa la vida cotidiana de la Roma clásica en su nuevo libro, «Un día en Pompeya».