César Cervera | 18 de abril de 2020
La historia nos enseña lo nociva que puede llegar a ser una herida mal curada para el crecimiento de los países.
Las previsiones apuntan a que España, tanto por lo golpeada que ha sido por la enfermedad como por su dependencia del turismo, va a ser uno de los países del mundo al que la crisis del coronavirus provoque mayor impacto económico. El FMI prevé una caída del PIB español del 8% en 2020, la mayor bajada desde la Guerra Civil, y un endeudamiento desconocido desde el Desastre del 98. Nos hemos quedado sin unidades de medida conocidas y nos toca ir a los lugares más oscuros de nuestro pasado.
El futuro a corto plazo de España se mueve entre referencias históricas que suenan terroríficas y propias de hace eones. Solo falta que alguna institución internacional estime que nuestra Armada va a quedar peor que tras la batalla de Trafagar o que a nuestra representación diplomática le van a dar más collejas que en el Congreso de Viena. Las previsiones son aciagas y hacen a muchos plantearse, encerrados y hartos de estar en casa, si no es peor el remedio que la enfermedad. Si no sería posible acelerar los plazos del confinamiento y reducir algo el daño económico.
Una tentación muy comprensiva, dada la presión a la que estamos sometidos, pero que sería contraproducente si derivara en un movimiento en falso. Sería, de hecho, letal. Existe una relación directa entre tiempo de confinamiento y vidas salvadas, que la amplia mayoría de la población ha comprendido, en consonancia con el espíritu humanitario que ha presidido desde el principio esta crisis en España. Mientras en Holanda se quejaban de que España e Italia estaban atendiendo a demasiadas personas, incluso a aquellos pacientes con unas posibilidades mínimas de supervivencia, o Estados Unidos hablaba en todo momento en términos económicos, aquí el discurso imperante ha sido el de salvar seres humanos.
Pero, incluso en términos pragmáticos y económicos, la historia nos enseña lo nociva que puede llegar a ser una herida mal curada para el crecimiento de los países. La malaria, después de la Segunda Guerra Mundial, fue una de las causas principales de la falta de desarrollo económico en muchas regiones de Italia, del mismo modo que algunas zonas del Levante español no prosperaron hasta que se drenó, por ejemplo, en tiempos de Carlos III, el agua de pantanos y ciénagas que garantizaban una fuente interminable de epidemias.
La historia demuestra que no hay convivencia posible entre una epidemia y la prosperidad económica. Entre 1347 y 1353, Europa registró la pandemia de peste negra más devastadora de su historia. Se calcula que la península ibérica pasó de seis millones de habitantes a dos y medio, con lo que habría perecido entre el 60 y el 65 por ciento de la población. A nivel de todo el continente, de los 80 millones de europeos que había quedaron menos de la mitad. Paradójicamente, las consecuencias a medio plazo en la economía fueron incluso positivas, pues, debido a la escasez de trabajadores, se produjo un aumento de los salarios, los campesinos más pobres recibieron tierras y, de alguna manera, se aceleró el arranque del Renacimiento.
El problema es que la epidemia no terminó ahí. Los rebrotes de peste cortaron de raíz la recuperación demográfica de Europa, que no se estabilizó hasta mediados del siglo XV. A principios del siguiente siglo, España recibió un golpe letal que, sin embargo, pasó más de puntillas en otros países vecinos. El humanista italiano Pedro Mártir de Anglería, testigo de la marcha de Juana la Loca por tierras hambrientas e infectadas de muertos con el cadáver de su marido a cuestas, relató los horrores que se estaban padeciendo en Castilla la Vieja hacia 1506: «Estamos sitiados por la peste». El hambre se convirtió en un imán irresistible para la peste, y viceversa.
Al siglo XVI, catalogado por algunos autores como la centuria maldita debido a la gran cantidad de catástrofes y epidemias (solo entre 1598 y 1602, la peste bubónica causó unas 500.000 muertes en la península), le siguió el XVII, también cargado de infortunios y de una guerra en el corazón de Europa, que se eternizó y plagó los campos de horrores. Los ecos provocados por la peste, por esa herida mal curada, convirtieron Europa en un lugar de volantazos y se cebaron con regiones pujantes a finales de la Edad Moderna.
Algunas, como Castilla, han pagado muy caro hasta la actualidad su pobre desarrollo demográfico. Sevilla perdió, a base de epidemias de peste en el siglo XVII, su papel de gran conector entre América y Europa, pasó de ser una de las capitales del mundo a una ciudad poblada pero provinciana; del mismo modo que Valencia, igual de castigada por las pandemias, perdió su papel de gran metrópoli comercial mediterránea que había conquistado a costa de Barcelona en el siglo XV.
La historia nos recuerda que nada hay más difícil de tratar que una herida cerrada en falso.
Un repaso al problema de la despoblación en Castilla y sus consecuencias en la historia de España desde el siglo XVI.
Sin las medidas adecuadas, la crisis sanitaria y el parón se alargarán, provocando la quiebra de empresas y una gran oleada de despidos e impagos.