Jesús Montiel | 26 de abril de 2020
Todo cuanto buscamos pensando en el futuro, escarbando en el pasado, está sucediendo ahora mismo.
He sufrido cantidad de experiencias que me han hecho ver lo inútil que es vivir haciendo planes. El cáncer de un hijo, un paro repentino, el infarto de mi padre, la muerte prematura de mi suegra. Aun así, vivo queriendo tenerlo todo bajo control, aunque la vida me contradiga. Arranque, deconstruya, eche abajo. Sigo teniendo la costumbre de asomarme al futuro. Me falta confianza para encarar el día sin miedo. Confiar, es decir, con fe. Me falta fe. Vivir en el amén es muy difícil.
Me he dado cuenta sentado en mi banquito de madera, porque los pensamientos que me asaltan en cada sentada, la mayoría, son planes a corto o a largo plazo. Cuando oramos en un lugar apartado y silencioso, afirma el Archimandrita Sophrony, nuestro intelecto se ve invadido por un cortejo de pensamientos inoportunos. Escribir los artículos, preparar la clase, comprar más comida, aventurar el final de esta alerta sanitaria. Los pensamientos que padecemos nos arrastran hasta lo que no ha sucedido y seguramente no sucederá nunca o a lo que ya ha sucedido y es irreversible.
En cada segundo de nuestra vida, bajo el polvo de la costumbre, está escondido el Paraíso
Somos niños asomando los ojos por encima del ladrillo del tiempo. Nos asusta la sorpresa. Lo que más se nos olvida es el hoy. Lo menos recordado. Para conquistarlo, he descubierto, el mejor atajo es un tú. Alguien. En la oración, el presente se revela como una relación y no una sala donde se practica yoga. Lanzando lejos de nosotros nuestra atención, atrapamos el momento: nunca he sido tan ajeno al tiempo como cuando he amado. Cuando el otro ocupa toda mi atención.
Sentado en mi banquito de madera, digo, miro esta corriente viva y cambiante de los planes. Su hechizante movimiento. Y si me hundo en ella, si me descuido, me agarro a un leño: el milenario nombre de Jesús. Para que no me arrastre. Para quedarme en lo que está ocurriendo y caminar sobre las aguas. Todo cuanto buscamos pensando en el futuro, escarbando en el pasado, está sucediendo ahora mismo. En cada segundo de nuestra vida, bajo el polvo de la costumbre, está escondido el Paraíso. Su brillo de tesoro.
Hoy creo que Dios anida en nuestra torpeza. Que la debilidad es el cable de cobre por el que Dios viaja hasta nosotros.
Después de muchos años, he comprendido qué pintaba yo dando catequesis a los niños de primera comunión aquel único año: que Lucía, un milagro de seis años, me mostrase lo que significa la oración.