Rafael Ortega | 18 de mayo de 2020
Karol Wojtyla fue un líder y asumió ese liderazgo desde joven. Personificó un nuevo estilo del ministerio pontificio, pastoral y evangélicamente enérgico.
Ese grito: «Santo súbito» fue lo primero que se oyó en la plaza de San Pedro tras el anuncio, a las 21:35 horas de la noche del 2 de abril de 2005, de la muerte de un gran Papa: san Juan Pablo II. Allí estábamos para informar, y lo hicimos entre lágrimas, del fallecimiento del Pontífice que, 26 años antes, el 16 de octubre de 1978, tras ser elegido como sucesor de Pedro, vimos que iba a guiar a la Iglesia con un nuevo estilo.
Han pasado ya casi cuarenta y dos años de aquella tarde otoñal romana. Pocos días después, el 22 de octubre, Juan Pablo II inauguró su ministerio con aquellas palabras que todavía resuenan en nuestros oídos: «¡No tengáis miedo! Abrid las puertas a Cristo de par en par. A su poder salvador se abren las fronteras de los Estados, de los sistemas económicos y políticos, los vastos campos de la cultura, la civilización y el desarrollo».
Para mí, como periodista, el haber podido informar de los cónclaves que eligieron a Juan Pablo I, Juan Pablo II, Benedicto XVI y Francisco han sido los hechos más importantes que me han sucedido en mi vida profesional y no me importa decir que me he emocionado profundamente. El papado no se parece a ningún cargo del mundo, y no solo por su duración institucional. Se llama al Papa ‘Sumo Pontífice’, del latín pontifex, «constructor de puentes».
Pero ¿qué puentes construye el Papa? Pues uno fundamental, como es el puente entre Dios y la humanidad, y san Juan Pablo II lo hizo perfectamente, a pesar de la complejidad de los momentos que le tocó vivir. Sus puentes siguen firmes y ese peregrino, ese misionero que nos envió Dios, Karol Wojtyla, fue un líder y él asumió ese liderazgo desde joven. Personificó un estilo nuevo del ministerio pontificio, pastoral y evangélicamente enérgico. De ahí su «no tengáis miedo» que tanto nos ayuda a dar testimonio diario, frente a los que se resisten a «encontrar dragones».
Su mensaje calaba en todos por su carisma. El premio Nobel de la Paz en 1975 y defensor de los derechos humanos en la Unión Soviética, Andréi Sájarov, dijo: «Es un hombre que irradia luz». A san Juan Pablo II las palabras le salían del corazón. Por eso se indignaba y daba voz a los que no la tenían, para pedir la paz y gritar contra las injusticias y las guerras.
San Juan Pablo II es conocido como el Papa de los récords, pero, personalmente, siempre me impresionaron su fe rocosa y su recogimiento en oración. Se quedaba inmóvil rezando durante horas. En su viaje a México, en enero de 1999, pasó una noche entera orando de rodillas en la capilla de la nunciatura, según me reveló el nuncio español Justo Mullor García. En sus rodillas se habían formado callos, algo típico en los místicos.
Reflexionando sobre la forma de orar del cristiano Wojtyla, muchas personas se han convertido a la fe. Su pasión por revelar al mundo que lo más grandioso sobre la Tierra es el amor de Dios lo convirtió en misionero, en un incansable anunciador del Evangelio en todos los rincones del planeta. Convirtió así el mundo en su parroquia.
Se inventó las Jornadas Mundiales de la Juventud y fueron los jóvenes grandes protagonistas de su pontificado. Con ellos vivió siempre en sintonía: «Soy un joven de 83 años», les gritó en la base aérea de Cuatro Vientos en Madrid, el 3 de mayo de 2003, durante su quinto y último viaje a España.
Cada nueva generación necesita nuevos apóstoles. Es aquí donde surge una misión especial para vosotros. Sois los primeros apóstoles y evangelizadores del mundo juvenil, atormentado, hoy, por tantos retos y amenazasJuan Pablo II, mensaje para la JMJ de 1989 en Santiago de Compostela
Quince años después de su muerte, la tumba de san Juan Pablo II se ha convertido en uno de los lugares más visitados de la Basílica de San Pedro. Los peregrinos no tienen la sensación de visitar un lugar de muerte, sino de vida, como lo testimonian los miles y miles de mensajes que le dejan. Se trata de un gran fenómeno transversal: niños, jóvenes, matrimonios, ancianos, creyentes y no creyentes se dirigen a san Juan Pablo II como a un amigo, a un padre, a un abuelo, a un santo…
Ven un Papa vivo y cada uno establece con él un diálogo, una relación personal y directa. En realidad, se trata de un fenómeno que responde a la extraordinaria capacidad que tuvo san Juan Pablo II para saber comunicar con el mundo, logrando una relación directa con la gente: cuando recorría las calles y saludaba desde el papamóvil o se dirigía a una muchedumbre de un millón de personas, la gente tenía la sensación de que se dirigía individualmente a cada uno de ellos.
Nos dejó un gran legado Karol Wojtyla. Imposible será olvidar su mensaje, simbolizado en una frase llena de esperanza pronunciada al inicio de su pontificado: «No tengáis miedo, abrid las puertas a Cristo».
Joaquín Navarro-Valls, director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede y portavoz del Vaticano durante el pontificado de san Juan Pablo II, se ha ido guardando en su corazón miles de secretos. Médico y periodista, destacó por su capacidad de seducción y su exquisito saber estar.