Jesús Montiel | 10 de mayo de 2020
Vivir es mantener una llama sin que se apague. Aunque a tientas, borroso, en la más completa oscuridad, el hombre puede cultivar una luz.
De noche nos preocupamos. La cabeza no deja de proponer. Es una locomotora descontrolada, que echa humo. No es que avance a más revoluciones que durante el día, es que el silencio obligatorio de la noche nos hace darnos cuenta de su endiablado movimiento. De nuestros ruidos. Solo cuando alguien llama nuestra atención, descubrimos que estábamos despistados.
De noche el corazón no se detiene, tampoco. Trabaja como un insecto nocturno. Por eso abandono la cama, son las cuatro, y tomo asiento en mi banquito de madera. Por la ventana abierta se cuelan el frío y algunas estrellas que resplandecen como la llama de la vela que acabo de encender. Encender una vela de madrugada es un acto político de magnitudes insospechadas. Una vela encendida en la madrugada, cuando todo está dormido, es crecer una columna que sostendrá el mundo. Esta vela que miro, tan hermosa, es una hoguera donde arden las ansiedades del mundo, sus demonios.
Una vela encendida en la madrugada, cuando todo está dormido, es crecer una columna que sostendrá el mundo
He tomado la costumbre de interrumpir mi sueño para tener este momento de oración, como hacen los cartujos. La oscuridad permite ver cosas que de día no podemos apreciar. Así, detengo con los labios mis pensamientos. Un mantra repetido, como las olas, en mitad de la noche, durante quince minutos. Debajo de mis ojeras el nombre de Jesús. Su estallido blanco. Una bengala en mi cerebro espantando las fieras.
Vivir es mantener una llama como esta sin que se apague. Aunque a tientas, borroso, en la más completa oscuridad, el hombre puede cultivar una luz. Plantarla dentro de sí, regarla poco a poco hasta que se ramifique y ancle sus raíces y pueda no caerse cuando llegue la borrasca enfermedad, el huracán muerte, la epidemia precariedad, la vejez con su ejército de achaques. De noche aprendo la mañana.
Todo cuanto buscamos pensando en el futuro, escarbando en el pasado, está sucediendo ahora mismo.
Después de muchos años, he comprendido qué pintaba yo dando catequesis a los niños de primera comunión aquel único año: que Lucía, un milagro de seis años, me mostrase lo que significa la oración.