Javier Pérez Castells | 14 de mayo de 2020
La evolución del coronavirus en los distintos países ha dependido de cómo se tomaron las decisiones al inicio de la pandemia. Es posible que para final de año deje de ser una preocupación.
Todo depende de las decisiones tomadas al inicio. La evolución de los distintos países ha dependido de forma definitiva de cómo se tomaron las decisiones al inicio de la pandemia. Hemos preparado la tabla adjunta con países que representan cinco formas de actuación inicial en la pandemia del coronavirus. Como dato de medida del éxito en la lucha contra la enfermedad, hemos tomado el de fallecidos por millón de habitantes.
Aunque ni siquiera los fallecidos se han contado bien (en especial en España), es la cifra más fiable, pero se debe tener en cuenta que en Asia la pandemia está casi detenida, en Europa va decayendo pero queda la cola final, y en América está en pleno auge y es donde la cifra se moverá más al alza. Por eso, la tabla incluye solo países europeos, excepto Corea del Sur y Estados Unidos. Incluimos el día en que se llegó a unos 100 casos oficiales y los días de inicio de las medidas y del confinamiento de la población.
Podemos clasificar la respuesta en cinco tipos, que serían, de mejor a peor:
Países fuertes (con medios), precavidos y con medidas estrictas. Alemania es el principal representante. Con la mejor líder mundial a la cabeza, realizó test masivos al inicio y tomó decisiones sobre información veraz, no erró en decidir el momento de confinar a la parte (solo la parte) necesaria de la población. Para un país denso y envejecido, el resultado es brillante (90 fallecidos por millón). Noruega ha seguido una senda similar con, incluso, mejor resultado, posiblemente por la menor densidad de población. El ejemplo asiático de Corea del Sur se incluye por comparación. Es el país que mejor ha actuado, pero las diferencias de edad media de la población y de mentalidad y cultura seguramente han tenido su influencia. Es, sin duda, un caso de gran éxito.
Países con una sanidad y economía más débiles pero que tuvieron éxito por su decidida aplicación de medidas a tiempo. Son Portugal y Grecia. Escarmentados en cabeza ajena (Italia y España) y no disponiendo de test masivos, optaron por lo único que se puede hacer cuando se está a ciegas: tomar medidas rápido. Son los únicos que empezaron a tomar medidas antes de llegar a los 100 casos y confinaron solo 6 días después. Sus cifras de fallecidos son un éxito, espectacular en el caso de Grecia.
El caso de Suecia. Con potentes medios a su alcance, ha asumido un alcance amplio de la pandemia para evitar las consecuencias económicas y no ha confinado a la población, limitándose a aconsejar medidas de control y evitar las grandes aglomeraciones. No ha llegado al caos sanitario, pero ha pagado su precio: 319 muertos por millón de habitantes, frente a los 40 de su vecina Noruega. Esa es la diferencia y está muy clara.
Países que tomaron decisiones equivocadas al principio. Reino Unido y Estados Unidos y en parte Francia, que no he incluido porque ha hecho cosas raras pero sin salirse demasiado del guion. En mi opinión, son países acostumbrados a ser líderes y a desconfiar de recetas ajenas. La decisión de Boris Johnson de fiarse de sus expertos, intentando alcanzar una inmunidad de grupo, llevó a un retraso de casi 20 días en decidir el confinamiento. Fue lo que tardaron en asustarse y dar un giro diametral en la estrategia. En este momento van por 469 fallecidos por millón, pero están más atrasados que el resto de Europa en el proceso y su cifra subirá más que la de los demás. Estados Unidos aparece a efectos de comparación. Las vacilaciones y declaraciones extemporáneas del presidente hicieron perder un tiempo precioso y su evolución la veremos en unas semanas, pero será mala seguro.
Italia, España y Bélgica. Simplemente, ni tenían datos fiables, porque no hacían test, ni se prepararon para proteger a sus sanitarios, ni tomaron medidas a tiempo. Es el cóctel definitivo para el fracaso. Italia tiene la eximente de haber padecido primero la pandemia en Europa. La lentitud en las medidas no se aprecia del todo en la tabla, porque el número de casos no es fiable en estos países. Por ejemplo, en España se alcanzaron 100 casos oficiales hacia el 1 de marzo, pero conozco personalmente a más de 10 personas que pasaron la enfermedad a principios de febrero y nunca aparecerán en las estadísticas oficiales. Aun así, el confinamiento se hizo 13 días después de los 100 casos (compárese con Grecia), y eso sabiendo que no era un número fiable.
El número de test por millón de habitantes merece un comentario aparte. Tras lo dicho sobre el éxito de Alemania, podemos observar que figuran 32.000 test por millón de habitantes en su columna. Número que no está lejos del de Noruega. Sorprendentemente, los países que peor resultado han tenido en esta pandemia son los que declaran mayor número de test por millón, con España a la cabeza de todos los aquí recogidos (52.000 test/mill). Va a resultar que quien peor lo ha hecho es quien menos dice la verdad en el número de test realizados. Fíjense en los datos de Corea del Sur, Grecia y Suecia entre los países que no les ha ido mal. Ninguno rebasa los 14.000 test por millón de habitantes y compárenlos con los valores declarados por los Gobiernos de Bélgica, España e Italia. Es muy elocuente.
Algunos médicos de Italia, pero también de varios hospitales madrileños, nos relatan que la evolución de la enfermedad en pacientes recientemente infectados no tiene nada que ver con lo que veían anteriormente. Es como si fuera un virus diferente, dicen. La enfermedad es mucho más leve, incluso en pacientes con patologías y edades que los hacen ser de riesgo. Muy pocos evolucionan hacia estadios graves de la enfermedad. ¿Es esto posible? Sí, lo es. De hecho, es un comportamiento esperable y normal en un virus. El virus no quiere destruir a su hospedador, porque con ello se destruye a sí mismo. El virus quiere convivir con él. Solo los virus que saltan de especie son tan virulentos que acaban con el infectado. Es normal que un virus evolucione hacia una situación de menor virulencia, sin perder capacidad de contagio, para convivir tranquilamente con el huésped. Esto mismo pasó con el SARS y con el MERS.
No hago más que leer artículos que se ponen siempre en lo peor. Gente que dice que el calor no nos va ayudar, que va haber rebrotes en otoño y quizás a principios del año 2021, que el coronavirus volverá todos los años, que no habrá normalidad hasta que llegue la vacuna y que ya veremos si para cuando llegue sirve con un virus que habrá mutado mucho. Pues no es mi postura.
Creo que el virus tendrá un rebrote en otoño muy controlable, durante el que incluso puede no ser necesaria ninguna medida de confinamiento duro, y bastarán la prudencia y la protección. Creo que es posible que para final de año el coronavirus-2 deje de ser una preocupación. No que desaparezca, sino que produzca enfermedades muy leves con un número de pacientes graves limitado y asumible por los sistemas sanitarios. Esto no significa que la vacuna no sea necesaria y que ayude mucho.
Esta visión optimista es tan solo personal y si me equivoco esperaré la comprensión de mis lectores, porque no deja de ser una apuesta ciertamente especulativa. Pero es la mía y me atrevo a decirla. Quizá los dos riesgos que quedan son: primero, las próximas semanas, durante las que quedarán bastantes casos activos aún y nos vamos a ir desconfinando (sean muy respetuosos con las indicaciones, por muy cansados y enfadados que estén); y segundo, el control de fronteras. Hay zonas del mundo, singularmente América, donde las cosas están en otra fase. Reimportar desde allí un virus aún muy “joven” sería peligroso. Ánimo, que ya queda menos.
El coronavirus sigue sorprendiendo de forma negativa, pero hay esperanza: vacunas, tasa de inmunización… y medidas públicas para evitar contagios.
Analizamos tres aspectos de gran interés en este punto de la evolución de la pandemia y en los estudios que empiezan a llevarse a cabo.