Javier Arjona | 20 de mayo de 2020
Las experiencias extraídas en estas semanas de confinamiento permiten pensar que un cambio del modelo económico y productivo es posible.
El pasado mes de diciembre de 2019 tenía lugar en Madrid la Cumbre del Clima (COP25), en la que los casi 200 países asistentes volvieron a fracasar en el intento de regular los mercados de dióxido de carbono, alejándose un poco más del ambicioso objetivo de llegar a cero emisiones en 2050. La dependencia de los combustibles fósiles de muchos Estados del este de Europa, sumada a la negativa de los grandes países contaminantes a reducir su enorme producción de CO2, hace que el grave problema del efecto invernadero, lejos de resolverse, continúe aumentando y que el calentamiento global del planeta siga produciendo efectos cada vez más extremos en el clima.
Las emisiones de CO2 por causas antrópicas aumentaron entre los años 1970 y 2004 un 70%, pasando de 21 a 38 gigatoneladas de dióxido de carbono, y, tal y como ha publicado el IPCC (Intergovernmental Panel on Climate Change) en sus informes de evaluación, este impacto en el clima y en los ecosistemas de la Tierra se ha visto reflejado en el 89% de un total de 29.000 series de datos analizados en las últimas décadas. Las proyecciones estimadas para el futuro marcan un crecimiento constante de emisiones de gases de efecto invernadero, que llevarían a un incremento de la temperatura del planeta de 0,2 grados centígrados cada 10 años. Una vez superado el punto de no retorno, el estudio de 2018 publicado en el Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS) constata la limitación de los recursos de la Tierra para poder abastecer a la población humana.
Ante esta situación de constante deterioro ecológico, nos hemos encontrado por sorpresa con una situación anómala derivada de la entrada en escena de la COVID-19. Las medidas de confinamiento establecidas por los distintos Gobiernos del mundo han provocado la mayor caída de la historia de las emisiones de CO2, que se estima será este año de un 5%, su nivel más bajo desde 2010. Según un informe de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) recién publicado, la fuerte caída de la demanda hizo que por primera vez en 50 años las tecnologías bajas en carbono estuvieran por delante de los combustibles fósiles, debido principalmente al parón sufrido por China e India.
En todo caso y según los expertos, esta situación puntual de reducción de emisiones de dióxido de carbono apenas tendrá impacto en el clima, porque los efectos que vivimos en la actualidad son el resultado de la acumulación de varias décadas. El 1 de mayo alcanzamos 418 ppm de CO2, cuando hace tan solo un año la concentración en la atmósfera era de 414 ppm. Sería necesario mantener esta situación de manera permanente para lograr revertir los efectos del cambio climático, algo que por otro lado supondría un gravísimo impacto en la economía mundial.
El análisis de los datos que nos deja esta dura pandemia de COVID-19 lo que debe permitirnos es extraer algunas conclusiones positivas, con el objetivo de poner el foco hacia un nuevo modelo económico sostenible y compatible con el cuidado del planeta. La desaceleración provocada en estas semanas, al menos, nos permite ser conscientes de que los parámetros de emisiones pueden ser corregidos y reducidos, algo que hace unos meses parecía una misión imposible por la propia dinámica de una economía mundial que abastece a 7.700 millones de personas y que ha hecho fracasar una y otra vez las distintas cumbres del clima.
Es evidente que la solución al problema del cambio climático no puede ser que la economía del planeta se detenga. El parón de estas semanas supondrá solo para España, al cierre de 2020, una caída del PIB del 9,2%, una tasa de paro del 19% y un déficit del 10,3%, asociado a una disminución de los ingresos públicos cercana a los 25.000 millones de euros. A su vez, la deuda pública pasará del 96% del PIB en 2019 al 115,7% en 2020. Son cifras de auténtico disparate que hacen peligrar el modelo del estado de bienestar que tantas décadas ha costado construir con el esfuerzo de los españoles.
Así pues, no se trata de parar la economía, sino de aprovechar la experiencia para definir un nuevo modelo económico que proyecte una transición escalada. Los avances tecnológicos, los cada vez mejores precios de las energías renovables y quizá un replanteamiento de la energía nuclear, sumado a un cambio de mentalidad que se ha demostrado viable estas semanas, puede marcar un nuevo horizonte.
La tragedia de la COVID-19 nos ha demostrado que otra realidad es posible. Estas semanas de cuarentena nos han permitido hacer exitosos simulacros reales de la mano de las nuevas tecnologías, que han permitido a empresas y comercios conectar a empleados y clientes en tiempo real. Es, por tanto, momento de pensar out of the box y aprovechar el impulso para cambiar las cosas.
«Todos los integrantes del equipo hemos contribuido de forma altruista con nuestros conocimientos y nuestra dedicación», afirma el catedrático de Anestesiología del CEU. Redondo es uno de los artífices del primer ventilador de turbina para pacientes con COVID-19.
Los estudios para encontrar una vacuna, la mejora de los tratamientos, la llegada del calor… hay motivos para la esperanza frente al coronavirus.