Elio Gallego | 19 de mayo de 2020
Nuestra sociedad es cada vez más injusta. Una losa de gran peso y grosor amenaza con aplastarnos a todos los españoles, pero muy especialmente a los más jóvenes.
Charles Péguy, que antes de su conversión al catolicismo era socialista y hasta un cierto punto nunca dejó de serlo, decía que una sociedad es justa si alguien sano y con ganas de trabajar puede sacar adelante a su familia dignamente. Pues bien, si tomamos esta idea como criterio de justicia, hay que decir que nuestra sociedad es cada vez más injusta. Para comprobarlo, basta considerar que si antes se requería un salario para la vida de una familia de clase media ahora se requieren dos, cuanto menos. Y vamos camino de que ni siquiera con dos.
Un factor decisivo, sin duda, se halla en el precio de la vivienda, un precio que desafía toda capacidad de ahorro, por lo que solo mediante préstamos hipotecarios prácticamente vitalicios se puede acceder a ella. Eso, cuando se puede. Pero, además, la ropa, la comida, el colegio… Todo pesa terriblemente sobre las economías medias de las familias, no digo ya las bajas. Un peso que, tras la crisis financiera de 2008 y la presente, amenaza con incrementarse terriblemente. Inevitablemente surge la pregunta: ¿cómo puede ser que ello suceda en economías cuya productividad ha alcanzado cotas de éxito y eficacia inimaginables hasta hace apenas unas pocas décadas, gracias a las nuevas tecnologías y la mejora de los modos de producción?
Siempre se nos podrá decir que no caben respuestas simples a problemas complejos. Pero, haciendo caso omiso de este prudente consejo, yo voy a ensayar una. La respuesta está en la losa. ¿Qué losa? La que se ha puesto sobre el trabajo productivo. En primer lugar, mediante la hiperregulación. Baste considerar que las leyes en España pasan de cien mil, y que el Boletín Oficial del Estado, junto a los de las comunidades autónomas, arrojan una masa de más de un millón de páginas al año (Cfr. Informe sobre la producción normativa, de la CEOE, correspondiente a 2019).
Pero esta es solo la primera capa de la losa, sumémosle a continuación los tres millones largos de empleados públicos. ¿De verdad se requieren tantos? Si queremos una sociedad hiperregulada y burocratizada como la actual, es posible que sí. Pero no deja de incrementar el peso de la losa. Si a ello le añadimos unas pensiones, en general altas según el promedio europeo, y que funcionan según un sistema de reparto y no de capitalización, la losa va pesando más y más. Sumémosle ahora también todas las ayudas a todos los ‘colectivos’ que el lector quiera imaginar, y veremos cómo la losa gana en tamaño y peso.
Y por si acaso la eficacia de la producción tiende a aliviar el peso de la losa, los Bancos Centrales inyectan una masa de dinero tal que consiguen que los precios no bajen, o lo hagan mínimamente. Porque ya se sabe, la deflación, ¡qué horror!, dicen los expertos. Y junto a la masa monetaria pongamos también una inmigración masiva. Porque todo pesa. En efecto, si a un país que cuenta ya con millones de parados se le suma, en palabras de Engels, todo un «ejército de reserva» procedente de la inmigración, los salarios tenderán a bajar por necesidad. Lo que no se compensa estableciendo un salario mínimo por decreto, que solo puede provocar más paro y economía sumergida. Y que no se diga que los inmigrantes hacen el trabajo que no quieren los españoles, porque es el trabajo que no quieren los españoles con unos determinados salarios y en determinadas condiciones, y que además pueden rechazar a cambio de ayudas y subsidios. Cambiadas las condiciones, ¿tan seguros estamos de que no lo querrían?
Sumémosle ahora toda la especulación y manipulación de los precios, que tiene en el urbanismo su máxima expresión; y, además, toda la carga fiscal en el presente y toda la deuda pública en rápido crecimiento pendiente de amortizar en un futuro, pero con un pago de intereses muy inmediato. Y, si finalmente, añadimos a todo lo anterior el coste de la corrupción moral y política que, desde la clase dirigente, es decir, la cabeza, se ha extendido a todo el cuerpo, solo puede tener como resultado una losa de tal peso y grosor que amenaza con aplastarnos a todos los españoles, pero muy especialmente a los más jóvenes.
Esta es la losa que debe ser quitada y no la de los que han muerto. Pero quitar esta, y seguir, en cambio, cargando hasta lo indecible la otra es la obra propia de quienes no saben sino izquierdear.
La generación que levantó a España de la miseria tras la Guerra Civil, la que trabajó y sudó, como quizá ninguna otra en nuestra historia, está muriendo por miles.
Inés Arrimadas es un capítulo más de la incomprensión por parte de la derecha de que la cosa no está en ser centrista, sino en saber quién fija el centro. Y, lamentablemente, lo fija la izquierda.