Javier Arjona | 23 de mayo de 2020
En diciembre de 1964, el comandante Guillermo Velarde entregó a Agustín Muñoz Grandes, vicepresidente del Gobierno, el proyecto para la construcción de bombas atómicas de plutonio.
Corría el año 1957 cuando el comandante Guillermo Velarde fue enviado por la Junta de Energía Nuclear, que entonces dirigía José María Otero, a trabajar a la empresa Atomics International, en el distrito californiano de Canoga Park. Aquella compañía había sido la elegida por el Gobierno español para el proyecto de desarrollo de un reactor nuclear dedicado a la producción de energía eléctrica, antecedente del que en 1969 comenzaría a funcionar en la central de Zorita. Velarde se había formado en la Universidad Politécnica de Madrid y aquel prometedor científico y militar español, que completó sus estudios de energía nuclear en la Pennsylvania State University y en el Laboratorio Nacional Argonne en Chicago, acababa de ingresar en la sección de Física Teórica de la Junta de Energía Nuclear, organismo hoy conocido como Ciemat.
Durante aquellos años, tuvo ocasión de hablar en varias ocasiones con Otero, tratando de convencerlo para poner en marcha un proyecto que permitiera a España acometer la fabricación de una bomba atómica. Fue finalmente en vísperas de las Navidades de 1962 cuando llegó la anhelada carta en la que el director de la Junta de Energía Nuclear le pedía regresar para hacerse cargo de aquel programa, que tendría un carácter secreto. Ante las dificultades del proceso de enriquecimiento del uranio, el prototipo se basaría en una bomba de plutonio para la que el militar estaba en condiciones de realizar los cálculos de configuración y, dado el alto nivel científico del organismo que dirigía José María Otero, en la propia Junta se podrían construir los diferentes componentes del artefacto atómico.
El programa secreto recibió el nombre de Proyecto Islero, elegido por el propio Guillermo Velarde haciendo un guiño al toro que mató a Manolete y que, según sus palabras, «presentía que terminaría matándome a disgustos». El proyecto había sido aprobado por el capitán general Muñoz Grandes, jefe del Alto Estado Mayor y vicepresidente del Gobierno, y el desarrollo teórico del proyecto tuvo un horizonte de dos años de duración, incluyendo tanto el diseño de la bomba de plutonio como el del reactor que fuera capaz de producir el combustible nuclear.
En diciembre de 1964, el estudio de viabilidad estaba terminado y se enviaron varias copias del Proyecto Islero a la Casa Militar del jefe del Estado, al vicepresidente Muñoz Grandes, a Gregorio López Bravo, como ministro de Industria, y al propio José María Otero.
Tras un año de silencio administrativo, a finales de 1965 Agustín Muñoz Grandes llamó a Guillermo Velarde para informarlo de que el ministro López Bravo trataba de convencer a Franco para abandonar el Proyecto Islero, y que la razón de peso que había dado al jefe del Estado era que aquel programa tendría un coste de 60.000 millones de pesetas y que sería casi imposible mantenerlo en secreto dada su magnitud.
La cifra dada por el ministro de Industria estaba convenientemente engordada, y no reflejaba la estimación real dada por Velarde, que era aproximadamente la mitad. El propio Muñoz Grandes le confesó a Velarde que López Bravo había sido contrario al proyecto desde el primer momento, y una muestra de ello fue el hecho de encargar la gestión de la central nuclear de Vandellós I a una empresa privada, en lugar de al Instituto Nacional de Industria.
En esta situación de bloqueo es cuando tuvo lugar el famoso incidente de Palomares, a comienzos de 1966, que permitió a Guillermo Velarde recoger y analizar parte de los restos de las bombas termonucleares caídas en suelo español, tras el impacto de un bombardero B52 con un avión cisterna KC-135. Aquellas potentes bombas de fusión, detonadas por un artefacto atómico de fisión, aún estaban lejos del alcance tecnológico de los científicos españoles. Sin embargo, su desarrollo ultrasecreto según el método Ulam-Teller estaba siendo redescubierto por algunos países como la URSS, Francia y China, y ahora le llegaba el turno a España, gracias a los estudios de Velarde, que pudieron ser validados tras el análisis de los restos encontrados en Almería. En el mes de abril, el científico español informó a Muñoz Grandes de la capacidad de poder dar un paso más allá y poder desarrollar en la Junta de Energía Nuclear un prototipo de bomba termonuclear.
Fue entonces cuando el propio Franco citó a Velarde para conocer de primera mano sus investigaciones y entender en detalle lo sucedido en el accidente de Palomares. En aquella conversación, el jefe del Estado compartió con el comandante las reticencias que López Bravo le había hecho llegar, y que él ya conocía por Muñoz Grandes, y, según explica el propio Guillermo Velarde, tuvo ocasión de expresar al Generalísimo su indignación por la falsedad de aquellos datos económicos que el ministro de Industria había modificado para bloquear el programa. Franco lo escuchó atentamente y, al final, le explicó que había sopesado las enormes ventajas de tener un arsenal de armas nucleares, pero que, si el proyecto se hacía público, España no podría permitirse nuevas sanciones económicas, por lo que había decidido posponerlo.
España se resistió a firmar, en julio de 1968, el Tratado de No Proliferación Nuclear y, secretamente, trató de mantener latente el programa. Cuando en 1971 el general Manuel Díez Alegría fue nombrado jefe del Alto Estado Mayor, se retomó oficialmente el interés por el Proyecto Islero y, en octubre de 1974, Velarde presentó al nuevo Gobierno Arias Navarro una actualización del original preparado años atrás. Todavía en 1980, el vicepresidente Manuel Gutiérrez Mellado, e incluso el presidente Adolfo Suárez, se entrevistaron con el científico para expresarle su buena predisposición hacia el proyecto, instándole a crear el Instituto de Fusión Nuclear de la Universidad Politécnica de Madrid.
Sin embargo, el programa nuclear quedó mortalmente herido en 1981, cuando el Gobierno de la UCD decidió poner sus instalaciones nucleares bajo inspección de la Organización Internacional de la Energía Atómica y canceló definitivamente el proyecto. Después de casi veinte años con el proyecto a cuestas… el sueño nuclear no pudo ser. Guillermo Velarde recibió en 1997 el premio Edward Teller International Award a la investigación sobre fusión por confinamiento inercial y, en 1998, el Archie A. Harms Prize por el desarrollo de sistemas emergentes de energía nuclear. Desde 2006, fue académico de la European Academy of Sciences y, en 2011, las Fuerzas Armadas le concedieron el premio Marqués de Santa Cruz de Marcenado, por una vida dedicada a la investigación científica y su aplicación militar.
En la recta final de la etapa franquista, cayeron por accidente en la localidad almeriense de Palomares cuatro bombas termonucleares que pudieron haber ocasionado el mayor desastre del siglo XX.
La tensión aumenta entre Estados Unidos e Irán en un contexto complicado en todo Oriente Medio.