José Ignacio Wert Moreno | 12 de junio de 2020
¿Una nueva caza de brujas en Estados Unidos? La dimisión forzosa del jefe de opinión de The New York Times, tras publicar un artículo contra las protestas violentas del Black Lives Matter, reabre debates sobre la libertad de expresión y la pluralidad de firmas dentro de un diario.
El 3 de junio, los lectores de The New York Times encuentran una tribuna de opinión firmada por el senador republicano de Arkansas Tim Cotton. Se titula «Manden las tropas». Es dudoso que vaya a formar parte de ninguna antología. En ella, Cotton expone la tesis de que resulta conveniente echar mano del Ejército para sofocar lo que considera la intolerable violencia de los manifestantes en las protestas derivadas del asesinato de George Floyd por parte de un agente de policía de Minneapolis.
Recuerda un poco a esos asesores militares del presidente que salen en las películas, bien parodiados en el personaje que interpretaba Rod Steiger en Mars Attacks! (Tim Burton, 1996). Claman pasar a DEFCON-1 en contra de otros hombres, encorbatados, que piden templar ánimos. Suelen terminar dando puñetazos en la mesa, espetándoles frases del tipo: «¡No me venga con toda esa palabrería de Harvard, me he jugado la vida por este país en la Operación Tormenta del Desierto, maldita sea!». Es muy probable que al texto le falten matices, que caiga en el trazo grueso, que resulte una pieza de calidad inferior a lo que cabe esperar en un diario de referencia.
Lo que le hace traspasar fronteras es la reacción posterior. El jefe de opinión del diario, James Bennet, hace un primer esfuerzo por defender la publicación del texto. No sirve de mucho. A los pocos días, presenta una dimisión que, aderezada con un tirón de orejas público del editor del periódico, parece más bien un cese. Como jefe de opinión de El Mundo, Jorge Bustos puede hacerse una idea del trance por el que debió pasar Bennet. Evoca Las brujas de Salem, de Arthur Miller: «Ahora en Estados Unidos no se caza a comunistas, sino a disidentes del identitarismo».
Para Bustos, la sección de opinión de The New York Times supo, bajo mandato de Bennet, abrirse a una pluralidad de firmas sin renunciar a una línea editorial nítida. «Pero, para un activista identitario -alguien que no debería ejercer el periodismo-, quien publica una opinión discrepante es tan culpable como quien la escribe». Ese es precisamente uno de los aspectos que más llaman la atención del escándalo. Sorprende comprobar cómo la audiencia adulta, con ese puntito de elitismo asociado a la cabecera neoyorquina de manera casi subconsciente, no sepa distinguir una opinión particular firmada, del medio que le da cabida. «Un diario no se responsabiliza de cada tesis que defiende cada firma», sostiene Jorge Bustos.
Hoy analista en El Confidencial y El Periódico de Catalunya, José Antonio Zarzalejos tiene una amplia experiencia como director de periódico, primero en El Correo y posteriormente en ABC. Desde esa posición, sí señala una figura: «El director del diario es plenamente responsable de todos los contenidos que se publican, compatible con la que contrae el firmante del texto de análisis, opinión o información». The New York Times se caracteriza por tener una sección de opinión que opera casi como un ente independiente del periódico. «Personalmente, me parece un modelo muy disfuncional y no es la primera vez que surgen problemas en esa dicotomía», apunta Zarzalejos.
Cualquier lector con una mínima aversión al sectarismo agradece la presencia de firmas que naden contra la opinión mayoritaria de su periódico
No siempre la nostalgia por los años 80 del siglo XX es un cliché inservible. Sirva recordar que, en aquellos tiempos, Emilio Romero podía escribir tribunas en El País y Marcelino Camacho hacer lo propio en ABC. Cualquier lector con una mínima aversión al sectarismo agradece la presencia de firmas que naden contra la opinión mayoritaria de su periódico. «(…) cuando un diario publica firmas ajenas o incluso enfrentadas a la línea editorial, en realidad la está reforzando. Si la línea editorial de El Mundo es liberal, un buen modo de demostrarlo en dando cabida a firmas que, sin aspirar a una representación equiparable porque los lectores merecen claridad editorial, aportan un contrapunto interesante, enriquecedor», dice Jorge Bustos. «Cada medio debe establecer cuáles son los márgenes que delimitan su transversalidad. En ese espacio bien delimitado es de importancia capital que exista una pluralidad de opiniones y criterios. La variedad de firmas y sesgos debe llegar hasta el límite de la coherencia. No más allá, pero tampoco no más acá», subraya José Antonio Zarzalejos.
The New York Times ha concedido espacio a cartas al director críticas con el cese de James Bennet. «Leí la tribuna de Tom Cotton y sobreviví», afirma irónico un ciudadano de Dallas llamado David Fisher, que no obstante tilda de ridícula la premisa y de pobre el estilo literario. ¿Se debe apostar por textos no demasiado bien escritos primando la opinión que ponen encima de la mesa? «La calidad literaria de un texto es importante, pero solo secundaria cuando el mensaje es potente», opina Zarzalejos. «(…) en tiempos de prosa pobre ya me parece motivo suficiente para dar una oportunidad a su autor al margen de sus ideas, aunque no siempre hay espacio para permitirse estos lujos. Y viceversa, por supuesto que se publican artículos quizá no escritos con enorme brillantez, pero capaces de articular un análisis necesario o una reivindicación moral», reflexiona Bustos.
Ahora en Estados Unidos no se caza a comunistas sino a disidentes del identitarismoJorge Bustos
Visto cómo arden las hogueras, cabe imaginar todo tipo de temores en aquellos que en último término deciden qué se publica y qué no. Según el jefe de opinión de El Mundo, «pesan bastante más criterios tan poco sexis como el espacio disponible en página o la rapidez para encontrar alguien que te opine con solvencia del tema del día». «Los lectores son lo único que importa. Cabrearlos, a veces, también es una forma de seducirlos. No entender esto, como esos indignados que se han cargado a Bennett, es renunciar a la concepción humanista del periodismo», añade. «Hay una deontología específica en el género del análisis y la opinión a la que hay que atender: debe basarse en hechos veraces; debe expresarse en términos cívicos; debe mantener una tesis reconocible en la pieza y debe, en fin, encajar en los márgenes de transversalidad que se hayan establecido», sostiene por su parte el exdirector de ABC.
Ha caído James Bennet. Pero no se puede dudar de la efectividad del senador Cotton. Pidió que se mandasen las tropas. Y estas llegaron.
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