Gabriel Galdón | 16 de junio de 2020
Hay que completar, sistematizar y actualizar los rasgos esenciales que debe tener la Universidad Católica Civil, según la Tradición y el Magisterio de la Iglesia y según los tiempos que nos ha tocado vivir.
Querido amigo:
Veo con satisfacción que no has perdido la Esperanza. Y que, incluso, estás impaciente por comenzar a reflexionar sobre lo que tenemos que hacer para que, poco a poco, y teniendo presentes las dificultades del camino, y las circunstancias y condicionamientos externos e internos, colaboremos en la reconstrucción de la Universidad católica.
Tu impaciencia llega hasta tal punto que me sugieres que no es necesario hacer ningún elenco de tareas, sino comenzar ya a referirnos a cada una de ellas. No te puedo hacer caso del todo, ya que hay que partir del conjunto para ir luego desglosando cada una de las partes. Pero sí haré un esfuerzo tremendo de brevedad.
Aunque en el texto de Benedicto XVI que te cité en la primera carta ya se explicitan algunas características y otras quedaban implícitas, considero que hay que completar, sistematizar y actualizar los rasgos esenciales que debe tener la Universidad Católica Civil, según la Tradición y el Magisterio de la Iglesia y según los tiempos que nos ha tocado vivir. Pues bien, acudiendo a las mejores fuentes posibles y sintetizando también todo lo posible, aunque añadiendo mi propia reflexión y mi experiencia de 42 años de docencia, investigación y gestión, te los resumiré en los siguientes:
Es o debe constituirse como una comunidad organizada e independiente de personas libres y capaces, con vocación de saber para servir…
Que persiguen el desarrollo paulatino del conocimiento humano de las diversas realidades, según los métodos adecuados e idóneos a cada ámbito; que buscan libremente la verdad y el bien de la persona humana a la luz de la fe cristiana, de la razón abierta y de la caridad hacia todos.
Que en su reflexión sobre los conocimientos y la configuración de las diversas actividades o profesiones humanas reflejan esa verdad y ese bien en su constitución teórica y en su ejercicio práctico, acudiendo y siendo fiel a la iluminación y a las exigencias de la tradición humanista cristiana y de la doctrina social de la Iglesia.
Cuyas enseñanzas se orientan a forjar personas libres con criterio recto y vocación de servicio que, dotadas de las virtudes intelectuales y morales pertinentes; de los conocimientos teóricos y prácticos necesarios, y de las técnicas y metodologías propias de cada profesión, estén capacitadas para desarrollar sus funciones sociales con la máxima perfección posible, y con la fortaleza necesaria para evitar cualquier corrupción que les impida realizarla de acuerdo con los principios éticos que las fundamentan.
Que, mediante diversas actividades dialógicas y comunicativas, sirve a la sociedad los resultados de las investigaciones, análisis, estudios y propuestas que supongan un enriquecimiento científico, cultural, moral y espiritual de las personas, contribuyendo así también a una sociedad más libre, próspera, culta, sana, justa y fraterna.
Como verás, algunos de estos puntos ya lo hemos comentado tú y yo en varias ocasiones. Sobre todo, la primera parte del primero. Y te recuerdo que la última vez concluimos que las «jeremiadas» no merecen la pena. Así que no te voy a incitar a que despotriques de nuevo contra los Gobiernos liberticidas; ni contra los que en su momento no supieron defender la autonomía de las universidades privadas frente a la intromisión indebida y el control excesivo y abusivo del poder político; ni contra el cáncer burocrático cuya metástasis progresa venenosamente… Aunque no puedo dejar de recordar aquellos cambios de denominación que hicimos de algunos organismos si se les calificara por lo que realmente hacen y no por lo que farisaicamente dicen que hacen… Pero, bueno, olvidémonos de la «ANILCEI»…
Además, como también te dije hace poco en aquel nuestro último paseo hacia la Ermita de la Virgen del Campus Universitario, conociendo la bonhomía y el sentido de la libertad de algunos de los nuevos directivos de nuestra queridísima Universidad, y los de otras universidades hermanas, tenemos fundadas esperanzas en que poco a poco irán arreglando lo que esté en su mano solucionar. Y, como ya hicimos ese día, lo que debemos hacer es rezar por ellos para que sean prudentes y valientes.
De todos modos, déjame que les recuerde a ellos, y a todos, aquella verdad que Don Quijote le dijo a Sancho en una ocasión y con la que acabo mi libro sobre la «Infoética»: que «la libertad es el don mayor que los Cielos nos han dado y que por la libertad merece la pena aventurar la propia vida». Y que esa libertad es la de los hijos de Dios que Cristo nos reconquistó en la Cruz. Y que, en el caso de un profesor universitario, significa que debe defenderse en orden a saber para servir.
Dicho esto, te dejo un tiempo para que reflexiones. Tras ese periodo, retomaremos, si quieres, nuestro diálogo epistolar. Un fuerte abrazo, buen hombre.
Gabriel.
Entre el empeño de unos y la pasividad de otros, la mayor parte de las materias que se enseñan en la Universidad adolecen de formulación teórica, criterios operativos y metodología docente acordes con el humanismo cristiano.
Cómo las ideologías y actitudes vitales de la «modernidad» han sustituido a la idea cristiana del hombre y de la sociedad y cómo han penetrado en la educación y en la Universidad.