José Luis Velayos | 22 de junio de 2020
Con la llegada de la nueva normalidad, puede ocurrir que se considere como normal algo que no lo es. Es necesario aclarar qué se entiende por ‘normal’ y ‘normalidad’.
Terminada la crisis del coronavirus, que produjo grandes cambios sociales, hoy se habla de una «nueva normalidad». Sin prejuzgar intenciones, son palabras que suenan a 1984, la novela de Orwell, en la que se habla de la «neolengua». Incluso hacen pensar más en una estricta regularización y normativización de la vida privada y pública que en lo que sea la libertad en sí. Por eso, parece más lógico hablar de «vuelta a la normalidad». No se trataría de cambiar por cambiar, sino de mejorar.
Pero puede ocurrir, equivocadamente, que se considere como normal algo que no es normal, y a la inversa; de esta forma, se camufla la verdad. Por tanto, se hace necesario aclarar qué se entiende por ‘normal’ y ‘normalidad’.
Es complicado establecer los rasgos de normalidad, pues intervienen múltiples factores: subjetivos, culturales, familiares, de edad, modas, etc. De todas formas, se pueden establecer algunos patrones de normalidad:
Están dentro de la normalidad las cifras analíticas en sangre que se citan a continuación: de 4.5 a 5 millones de hematíes por milímetro cúbico; 6.000 a 9.000 leucocitos; 200.000 a 350.000 plaquetas; tiempo de coagulación de 5 a 10 minutos; en orina, pH de 6.25, 20 a 25 grs. de urea en 24 horas.
El peso ideal (no se trata del peso normal) se puede calcular teniendo en cuenta los centímetros correspondientes a la talla menos 100 (por ejemplo, para una talla de 175 cm, el peso ideal sería de 75 kg). El peso ideal, así como la talla o estatura, son datos relativos, dependientes, entre otros factores, de la moda y las costumbres vigentes. Hace tiempo, la mujer ideal tenía que ser obesa; hoy día, se prefiere que sea delgada. Y es que los cánones de belleza son variables, de acuerdo al país, la época, las circunstancias, las costumbres, la cultura, etc.
En relación a la masa corporal, uno de los índices que se manejan es el cociente entre el peso en kilogramos y la estatura en metros, considerándose como normales las cifras de 18.5 a 24.
Se complica la cuestión al considerar que no es lo mismo lo que es normal que lo que es frecuente, aunque lo más frecuente sea la normalidad
Un sistema nervioso normal es el que funciona de forma natural, de acuerdo a unas reglas o normas impresas en la naturaleza: reactividad y reflejos adecuados, órganos de los sentidos en orden, sensibilidad y motilidad fisiológicas, etc. Y se podría hablar del ritmo vigilia-sueño, del sistema cardíaco, del respiratorio, renal, digestivo, etc., etc., cuyo funcionamiento ha de estar en orden, es decir, dentro de determinados parámetros.
Se consideran, además, dos tipos de tiempo normales: el relacionado con los relojes internos, y el tiempo subjetivo, con escasa o nula dependencia de los relojes internos, así como de las influencias exteriores. Y, por otra parte, existe un tiempo normal objetivo, medible.
También hay que considerar lo que es la normalidad en términos mentales, psicológicos. En este caso, son un hecho los límites, a veces poco precisos, entre lo que es normal y lo que no lo es.
Por otro lado, se complica la cuestión, al considerar que no es lo mismo lo que es normal que lo que es frecuente, aunque lo más frecuente sea la normalidad.
En base a lo dicho anteriormente, toda alteración significativa de la normalidad es patológica; y, en consecuencia, esta sería una definición básica de lo que pueda ser la enfermedad.
Y en ámbito social, lógicamente, hay normalidad si funcionan correctamente las leyes y reglas que regulan la sociedad, dentro de las distintas opciones legítimas, sean religiosas, culturales, artísticas, deportivas, etc., con un escrupuloso respeto a la vida privada de sus componentes, sin injerencias extrañas. En caso contrario, ¿podría decirse que se ha instalado una enfermedad social?
El coronavirus ataca con dureza a las personas más débiles, sean ancianas o no. En estos tiempos la solidaridad nos humaniza todavía más.
No hablamos del Ministerio de la Verdad o de la Policía del Pensamiento. Sin embargo, muchos de los peligros esbozados en «1984» se van haciendo realidad.