Javier Pérez Castells | 27 de julio de 2020
Un exceso de protección nos está dejando sin los imprescindibles beneficios que tiene el astro rey. Tomar el sol es conveniente para la salud física y mental, además de muy placentero.
Con la costumbre de tomar el sol ha sucedido en los últimos años lo que con muchos alimentos. Hemos pasado de una afición desmesurada por ponernos bajo el sol, a denostarlo como origen de todo tipo de males, para que ahora se levanten muchas voces advirtiendo de que un exceso de protección nos está dejando sin los imprescindibles beneficios que tiene el astro rey.
Probablemente, no hace mucho más de 30.000 años todos los seres humanos eran negros. Así, su piel estaba más preparada para la intensa irradiación correspondiente a las zonas de África donde se concentraba la humanidad. Pero, después, nos empezamos a ir a vivir a zonas más septentrionales y, con ello, la piel se aclaró para aprovechar los pocos rayos de sol de aquella zona y poder así sintetizar la necesaria vitamina D. Y es que tomar el sol es imprescindible, además de beneficioso para la salud física y mental y muy placentero.
La vitamina D se sintetiza en la piel a través de una reacción fotosintética para la que se requiere radiación ultravioleta. Esta vitamina regula por lo menos 1.000 genes diferentes, que intervienen en casi todos los tejidos del cuerpo. Su papel es promover la absorción de fósforo y calcio, en particular, el control del flujo de calcio al interior de los huesos, cuestión muy importante en algunas etapas de la vida: al inicio de la misma, durante la formación de los huesos, o en la época de la menopausia.
También es importante el efecto protector de la vitamina D frente a algunos cánceres. Incluso, aunque sea paradójico, tomar el sol mejora el pronóstico de enfermos de melanoma. También protege frente a la esclerosis múltiple, que es más frecuente en países con menos horas de sol. Además de la síntesis de vitamina D, con el sol el aspecto de la piel mejora, sobre todo si tenemos alguna afección como la psoriasis o el acné.
El sol también estimula la síntesis de glóbulos blancos, incrementando nuestras defensas. Se ha comprobado que los niveles de colesterol bajan en verano porque la luz ultravioleta ayuda a metabolizarlo. Es curioso que la presión sanguínea correlacione bien con la latitud en la que se vive y que suba en invierno. Cuanto más al norte, más sube la tensión de media. Un estudio expuso a un grupo de hipertensos a sesiones de bronceado con lámparas ultravioleta de espectro completo. Después de tres meses, los participantes tuvieron un aumento promedio del 180% en sus niveles de vitamina D y una disminución promedio de 0.6 en su tensión sanguínea, tanto sistólica como diastólica. Y respecto al ciclo circadiano, la exposición al sol ayuda a mantener bien ajustado el reloj circadiano, con todas las ventajas que comentamos en artículos anteriores.
Finalmente, hay algunos efectos de tipo psicológico que están bien comprobados. Tomar el sol favorece un estado de ánimo positivo, la sensación de bienestar, mejora la calidad del sueño y también favorece la vida sexual, porque aumenta los niveles de testosterona. Respecto al incremento de la sensación de bienestar, se ha observado un aumento de los niveles de serotonina y de dopamina, neurotransmisores involucrados en circuitos de recompensa y placer. El elevado número de receptores de vitamina D en el hipotálamo puede también tener que ver con el efecto en el humor que tiene el sol.
Por otro lado, es bien cierto que un exceso de exposición al sol produce envejecimiento de la piel y daños en el ADN que pueden conducir a cáncer de piel. ¿Cuál es la exposición solar óptima? La adecuada cantidad de sol dependerá del tipo de piel, época del año y latitud. Lo mejor sería controlar el tiempo que tarda nuestra piel en empezar a enrojecerse. Eso marcará el momento de dejar de tomar el sol. Utilizar una protección moderada, en función del tipo de piel, y acumular aproximadamente una hora de sol al día puede ser una buena receta.
El viajero se enfrenta a peligros biológicos tales como bacterias, virus y parásitos. Lo más aconsejable es prevenir antes que curar.
La devastación social y económica que ha dejado esta crisis nos debería hacer aprender. ¿Cómo prepararnos para evitar o, en su caso, luchar contra las pandemias que puedan venir?