Ricardo Ruiz de la Serna | 28 de julio de 2020
Francisco Rodríguez Adrados fue una voz lúcida y crítica en la vida pública española. Espejo de los helenistas, recordó la importancia del pasado para comprender el presente y afrontar el futuro.
España ha perdido a uno de sus grandes académicos. Francisco Rodríguez Adrados (Salamanca, 1922-Madrid, 2020) ha dejado una huella en los estudios clásicos de la que seguirán bebiendo generaciones de jóvenes si logramos salvar las humanidades de la nueva ofensiva desencadenada contra ellas.
La obra científica del profesor Rodríguez Adrados es vastísima y va desde la filología griega, pasando por la lingüística indoeuropea, hasta llegar al sánscrito y al védico, sin soslayar la literatura ni la historia. Por ella hablan, sin ir más lejos, su monumental Diccionario Griego-Español (1989-1997), editado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas, y su continuación de la obra del profesor Mariano Bassols al frente de la colección Alma Mater del mismo consejo. No hay alumno de humanidades clásicas que no termine visitando La democracia ateniense (1975) o la Historia de la lengua griega. De los orígenes a nuestros días (1999). No hay estudioso que se vaya de ellas con las manos vacías.
Profesor en el Instituto Cardenal Cisneros y en las universidades de Barcelona, Complutense y CEU San Pablo, Rodríguez Adrados obtuvo reconocimiento dentro y fuera de nuestras fronteras. Ingresó en la Real Academia Española en 1990 y en la Real Academia de la Historia en 2004. Presidió la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Fue miembro de la Academia de Atenas y de la Academia Argentina de las Letras. En 2012, ganó el Premio Nacional de las Letras Españolas. Para entonces, ya tenía desde 1996 la Gran Cruz de la Orden Civil de Alfonso X el Sabio.
Nuestro profesor fue una voz lúcida y crítica en la vida pública española de nuestro tiempo. Defendió la enseñanza del latín, el griego y la filosofía en el sistema educativo. Recordó la importancia del pasado para comprender el presente y afrontar el futuro. Sus columnas y tribunas eran eruditas y certeras. Podía convertir una crónica de viajes en una lección sobre la Magna Grecia y sobre el Oriente de Europa. Recuerdo sus Peregrinaciones y recuerdos: Asia, América, Europa y España (2000) y sus Terceras en ABC, una de las cuales –“Palabras como chicles”- lo hizo merecedor del Premio González-Ruano (2004).
Yo recuerdo al profesor Rodríguez Adrados entrando en clase y llevando a los alumnos del turno de tarde a recorrer el mundo griego sólo con la fuerza de su palabra. No necesitaba presentaciones, ni PPT, ni vídeos, ni «gamificaciones». Yo creo que algún día llegó a dar clase sin consultar siquiera sus notas. Tomaba un tema -digamos, los Juegos Olímpicos- y a partir de ahí edificaba un edificio de conceptos y procesos históricos en el que entraban la ciudad, el ciudadano, la guerra, el honor, el culto a los dioses, la libertad, la autoridad, Antígona, Sócrates, Tucídides… Era el humanista total, el intelectual completo, el espejo de los helenistas.
Recuerdo aquella primera clase en que afirmó, como quien revela un secreto infalible, que «desde los griegos, se llega a todas partes». Pero no era algo arcano. Estaba ahí, a nuestro alcance, en los libros, en los viajes, en las ciudades del Mediterráneo, el Adriático, el Mar Negro… Él daba vida al mundo helénico. Cuando lo escuchaba, uno sentía que estaba entre los hombres de Jenofonte que corrían hacia el agua exclamando alborozados «¡el mar!, ¡el mar!».
En griego están escritos los Evangelios. Del él viene su propio nombre. Puede que Jesús hablase algo de griego y en griego han proclamado los cristianos, durante más de dos mil años, que Cristo ha resucitado.
Que Él acoja al profesor Rodríguez Adrados en su seno. Que brille para él la luz perpetua.
Descanse en paz Francisco Rodríguez Adrados.
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