Ainhoa Uribe | 15 de marzo de 2017
En México, la Comisión Ejecutiva de Atención a las Víctimas acaba de ofrecer el dato de que cada año se denuncian 600.000 casos de abusos sexuales; el 90% se realiza contra mujeres, la mitad de ellas menores de 15 años. El horror no acaba ahí: se calcula que el 94% de los abusos no se denuncia, de modo que las cifras son más altas.
Según la Organización Mundial de la Salud, alrededor de una de cada tres mujeres en el mundo ha sufrido violencia física y/o sexual de pareja o violencia sexual por terceros en algún momento de su vida. En los países pobres esta situación es más alarmante.
En el estudio multipaís de la OMS sobre salud de la mujer y la violencia doméstica, realizado en 2005 en 10 países, en su mayoría de renta media y baja, se observó que entre las mujeres de 15 a 49 años: el 71% en Etiopía decían haber sufrido a lo largo de su vida violencia física o sexual perpetrada por su pareja; entre un 0,3% y un 11,5%, referían haber sufrido violencia sexual perpetrada por alguien que no era su pareja después de cumplidos 15 años; y la primera experiencia sexual había sido forzada en muchos casos (17% de las mujeres en la Tanzania rural, 24% en el Perú rural y 30% en zonas rurales de Bangladesh).
En situaciones de conflicto bélico (nacional o internacional), la situación es más grave si cabe. Esto no es nuevo. Es por todos sabido que en los conflictos internacionales se abusa de la población civil. Los que más sufren son las mujeres, los niños y las niñas, pero también los hombres. No solo son presa del miedo, el terror, el hambre o el estrés. Lo son de las violaciones y abusos sexuales. Delitos todos ellos contra su integridad física y psíquica.
La vulnerabilidad de ciertos grupos (ya sea por su sexo, por su condición de desplazados o migrantes, por su origen étnico o por otros motivos) les hace presa de los abusos y extorsiones, en un sentido muy amplio.
Según Naciones Unidas, en Ruanda, entre 100.000 y 250.000 mujeres fueron violadas durante los tres meses de genocidio en 1994
Los conflictos nacionales no están exentos de este tipo de atrocidades. En Colombia, por ejemplo, en los más de 50 años de conflicto armado se han registrado casi 19.000 víctimas de delitos contra la integridad sexual. Hay testimonios de mujeres que afirman haber sido violadas más de una decena de veces, otras han sido esclavas sexuales durante sus años de cautiverio en la selva.
Los niños y las niñas relatan también historias escalofriantes sobre cómo han perdido su niñez o cómo ellas fueron madres a una corta edad. Todas estas personas merecen un reconocimiento como víctimas y una reparación.
Las heridas son físicas, pero también psíquicas. La salud psíquica de las personas es tan o más importante que la salud física. Sin embargo, en las negociaciones de muchos procesos de paz se olvida este tipo de reparaciones a las víctimas o se mira para otro lado, al no saber cómo afrontarlo.
En 1993, la Declaración de Derechos de la Mujer contra la Violencia puso el problema sobre la mesa y dio lugar a un compromiso firme por parte de muchos Estados para aprobar leyes contra la violencia de género. Igualmente, la violación y otras formas de violencia sexual están prohibidas por el IV Convenio de Ginebra, el Protocolo adicional I y el Protocolo adicional II, así como por el derecho consuetudinario aplicable a los conflictos armados internacionales y no internacionales.
Pese a la realidad jurídica, el drama de la violencia sexual continúa. Según Naciones Unidas, en Ruanda, entre 100.000 y 250.000 mujeres fueron violadas durante los tres meses de genocidio en 1994; más de 60.000 mujeres fueron violadas durante la guerra civil en Sierra Leona (1991-2002); más de 40.000, en Liberia (1989-2003); hasta unas 60.000, en la antigua Yugoslavia (1992-1995) y, al menos, 200.000 mujeres y niñas han sufrido algún tipo de violencia sexual en la República Democrática del Congo desde 1998.
Es sabido que en los conflictos internacionales se abusa de la población civil. Los que más sufren son las mujeres, los niños y las niñas, pero también los hombres
Más recientemente, es difícil olvidar el caso de Boko Haram y el secuestro en 2014 de más de 200 niñas nigerianas para casarlas y usarlas como esclavas. La mayoría de esas niñas siguen hoy secuestradas o han desaparecido. En el Kurdistán iraquí, Human Rights Watch también ha constatado cómo el ISIS raptaba mujeres y niñas y utilizaba de manera sistemática la violencia sexual.
Otro ejemplo dramático es el éxodo sirio. No hay datos precisos de lo que sufren los desplazados sirios para llegar a Europa, pero los testimonios de muchos (adultos y menores, hombres y mujeres, niños y niñas) indican cómo han tenido que ofrecer su cuerpo para continuar el camino o cómo fueron forzados sexualmente en su travesía.
No se sabe tampoco cuál ha sido el destino de muchos de los menores sirios desaparecidos, pero se teme que hayan caído en manos de redes de trata sexual, en muchos casos. No en vano, el negocio del sexo mueve millones en Europa y en el resto del mundo y es el tráfico ilícito más rentable, por delante del de drogas. En la prostitución también hay abuso y hay violencia.
En consecuencia, pasado el Día Internacional de la Mujer, no debemos olvidar que son muchas las personas que sufren violencia sexual y que necesitan que sigamos denunciando esta situación para que el conjunto de la comunidad internacional adopte medidas firmes y la propia sociedad rechace frontalmente el abuso contra cualquier ser humano.