José Luis Velayos | 10 de septiembre de 2020
El llamado distanciamiento social, recomendado para evitar contagios por coronavirus, puede derivar en el desplazamiento de ancianos y niños. La acogida y la solidaridad son fundamentales en estos momentos.
La sinapsis es el contacto entre neuronas. Existe un espacio o hendidura sináptica, entre las neuronas. A través de la hendidura o espacio sináptico (de una anchura de 20 1 50 nm) se lleva a cabo la transmisión del impulso nervioso, mediando sustancias químicas (neurotransmisores) que se depositan en la hendidura. Los neurotransmisores más conocidos son la acetilcolina, la serotonina, la histamina, el ácido gammaminobutírico (GABA), el glutamato.
Propiamente, estas son las sinapsis de tipo químico, las más abundantes en el sistema nervioso. Se debe a Ramón y Cajal su descubrimiento, en contra de la teoría reticularista, de su época, que afirmaba que el sistema nervioso era una red de fibras en continuidad unas con otras. Cajal demostró que el impulso camina no de forma múltiple, sino en una única dirección (es lo que llamó la «ley de polarización dinámica») a través de hendiduras sinápticas. Otro tipo de sinapsis es la de tipo eléctrico, en que se conduce la electricidad directamente de una célula a otra, sin intermedio de neurotransmisores.
Simplificando mucho, sustancias químicas y actos de tipo meramente eléctrico son los responsables del funcionamiento del sistema nervioso. Y hay que hacer notar que todos los flujos nerviosos son de tipo eléctrico, de un voltaje mínimo. La bioelecricidad está en la base de la fisiología del sistema.
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Y hay en el organismo actuaciones a gran distancia:
Por ejemplo, la acción de las hormonas o sustancias que se segregan en la hipófisis del cerebro sobre numerosos órganos, lejos de la hipófisis. O el recorrido del impulso visual, que va desde la retina hasta la corteza cerebral occipital. O el largo recorrido de los axones de las neuronas motoras de la médula espinal hasta, por ejemplo, los músculos que mueven los dedos de los pies (son fibras que pueden medir en torno a un metro, dependiendo, lógicamente, de la estatura del sujeto). Son múltiples los ejemplos.
A raíz de la pandemia de la COVID-19 de la primavera y verano de 2020, se ha recomendado el llamado distanciamiento social, que es guardar la distancia de entre 1,5 y 2 metros entre las personas, con el fin de evitar los contagios.
Por otro lado, pudiera interpretarse el distanciamiento o «aislamiento» como ausencia de relaciones interpersonales. Realmente, a la larga, la actitud recomendada puede llevar a efectos negativos, ya que el ser humano es por definición un ser social, sociable. Psicólogos y psiquiatras conocen bien los efectos patológicos del aislamiento humano.
Se insiste en evitar el contacto con los mayores, que son contagiables y/o fuentes de contagio. Es una especie de «eutanasia social», en que se separa a los ancianos y se les pierde de vista. Se dice que los niños son también fuente de contagio, por lo que hay que tomar precauciones; es una especie de miedo a los pequeños: ¿es una especie de «aborto social»? Quizá sean exagerados los términos, pero algo de verdad hay en ello.
Una característica positiva de la sociedad actual es la solidaridad con el tercer mundo, con los hambrientos, los marginados, las madres solteras, los «descartados». Sin embargo, no se insiste en cuestiones muy concretas, del día a día, como es el cuidado de ancianos que viven solos, o «aguantar» las incomodidades que pueda ocasionar un niño pequeño, o acompañar todos los días a una persona enferma, o atender continuamente a un sujeto discapacitado, o dar de comer a familias que de la noche a la mañana se quedan en la ruina, etc., etc. Al fin y al cabo, la acogida es solidaridad, en suma, es acortamiento de distancias, que si se hace por amor de Dios es lisa y llanamente caridad.
En otro sentido, muy distinto, no parece muy humanitario el orgullo que supone el «guardar las distancias», para «no contaminarse» en el plano ideológico, mental, espiritual, social, etc. (no solo en el plano sanitario). Con ello, va el riesgo de olvidar que el hombre es un animal sociable.
La preocupación por los mayores y los más vulnerables durante estos meses parece corroborar que somos más conscientes de la fragilidad de la existencia. Son muchos los que se muestran agradecidos a la vida.
La explosión de la pandemia nos ha colocado a todos en una situación que no podíamos ni imaginar, lo que pone de manifiesto la necesidad de una reflexión seria y profunda acerca del valor de la vida.