Manuel Sánchez Cánovas | 30 de septiembre de 2020
Estados Unidos está decidido a «hacer responsable» a China de las terribles consecuencias de la COVID-19 en la economía occidental, ante la ocultación de la situación y los errores cometidos por el Partido Comunista en la gestión de la pandemia.
Pekín está tensando la situación: desde la eliminación de los derechos humanos en Hong Kong, su seguridad jurídica e independencia judicial, comprometiendo el futuro económico de la excolonia, a incursiones militares del Ejército Popular de Liberación en territorio de la India, con decenas de fallecidos; o boicots a los productos de exportación de Australia, porque decidió favorecer una investigación sobre la gestión de la COVID-19 en Wuhan. Baste mentar que, tras las declaraciones del presidente del Senado checo en su visita a Taiwán -«soy un taiwanés»-, Pekín amenazó con duras represalias contra la República Checa, por injerencia en sus asuntos internos.
China se siente fuerte y dice tener la COVID-19 controlada: sus agencias de noticias difunden fotos de fiestas multitudinarias en Wuhan, y estadísticas extraordinarias sobre su recuperación económica. En junio, el PIB de la economía americana se habría contraído un -32%, y el de la Unión Europea un -12%, mientras que la economía de China se supone que creció ¿un 3,2%? Sean o no fiables las fuentes, Pekín no tiene todas las de ganar.
Ante el acercamiento entre India y Estados Unidos, China crea tensiones entre sus vecinos para proyectar una imagen de fuerza que permita legitimar su ocupación ilegal de aguas jurisdiccionales de países del Sudeste Asiático en el mar del Sur de China, y la voluntad de forzar la reunificación con Taiwán, cuya población prefiere la libertad y la independencia. Tras la incursión china en su territorio, la respuesta de la India no se ha dejado esperar: Delhi reaccionó en paralelo a la ilegalización de la plataforma china Tik Tok en Estados Unidos, y la exclusión de la empresa china Huawei en infraestructuras de telecomunicaciones de Quinta Generación (5G), prohibiendo, además, una variedad de aplicaciones chinas en las redes indias.
Estados Unidos e India estarían empleando la misma medicina que Pekín aplicó a las empresas occidentales en China: Google, Amazon, Facebook, Apple (GAFA) ahora favorecen su implantación en el Sudeste Asiático e India, pues en China poco tienen que hacer en muchos subsectores, discriminadas por la canibalización y regulación que favorecen, sin ambages, a gigantes chinos como Baidu, Alibaba and Tencent (BAT).
Además, Estados Unidos considera otras tácticas de desacoplamiento y retraso del ascenso económico de China, para limitar su endeudamiento y dependencia de Pekín. Por ejemplo, Washington baraja aumentar las restricciones a las exportaciones de semiconductores a China: Estados Unidos controla el 45% de la producción mundial y China solo el 5%. A través del control americano de segmentos clave en la cadena de valor, se les aislaría de los jugosos negocios en telecomunicaciones, electrónica y de la misma Internet. Como contrapartida, a principios de agosto Pekín amenaza con limitar sus exportaciones de tierras raras a Estados Unidos, imprescindibles para ciertas aplicaciones militares estratégicas, ante el incremento de las compras de armamentos americanos de última generación en Taiwán.
La subida de aranceles a las enormes exportaciones agroalimentarias y mineras australianas a China, como medida de presión, concita la respuesta decidida de Canberra: el primer ministro Morrison ahora pretende invalidar los contratos firmados por el estado australiano de Victoria con China, en el marco de la Ruta de la Seda, recentralizando así la contratación federal para minimizar la injerencia, frecuente, de Pekín en la política nacional. La economía australiana pende de un hilo y China quiere controlar la situación a distancia. Australia entró por primera vez desde los años 90 en recesión.
¿Cuál sería, pues, la posición de la Unión Europea ante la asertividad china? El modelo económico depredador chino -empezando por los préstamos usurarios de ruina a los países de su Ruta de la Seda- y la falta de respeto de los comunistas por los derechos humanos propiciaría -con contradicciones- un realineamiento inestable de Australia, Estados Unidos, Japón, India, contra el nuevo competidor estratégico pos-COVID-19. En el trasfondo, China no sería convidado de piedra en las recientes tensiones políticas y comerciales entre Japón y Corea del Sur.
Sin embargo, la Unión Europea, diletante, despierta tarde, pasando de posturas conciliatorias en mayo a acercarse a las americanas en septiembre: si bien la cooperación y la recuperación de los flujos comerciales y de inversión internacionales con China son clave para la recuperación económica europea en un escenario pos-COVID-19, la inocencia, e incluso candidez de la Unión frente al pragmatismo del Partido Comunista es proverbial: Alemania transfirió su tecnología y sus excedentes comerciales alemanes con la Unión Europea a sus negocios en China, durante la crisis de 2008 a 2012, cuando el desempleo en el Sur de la Unión se disparaba. Ahora, con la economía europea devastada con la COVID-19, y dada la creciente autonomía china en materia tecnológica, Alemania es prescindible, luego es más difícil obviar el dumping social en las fábricas de la BASF, Daimler o Volkswagen en China, o las quiebras de derechos humanos en Xinjiang, Tíbet y Hong Kong.
Las consecuencias del coronavirus sobrepasan los aspectos de salud. La economía china puede sufrir un duro golpe que afectaría a gran parte del mundo, incluida España.
China trata de imponer el relato de que sus recientes éxitos en el control del coronavirus significarían el triunfo del autoritarismo del Partido frente a la democracia occidental.