Pablo González-Pola de la Granja | 11 de octubre de 2020
La historia hará justicia con don Juan Carlos y reconocerá a la persona que tuvo a su lado en momentos difíciles de su reinado, Sabino Fernández Campo.
Este año se cumple el 30º aniversario del nombramiento del general Sabino Fernández Campo como jefe de la Casa de Su Majestad el Rey de España, tras prestar servicio en la misma como secretario general los trece años anteriores, desde 1977. La figura del conde de Latores es imprescindible para entender correctamente el periodo de Transición española que asombró al mundo y, sobre todo, que constituye un impresionante ejemplo de lealtad institucional y constitucional.
Repasando este verano los papeles del archivo privado del general Manuel Díez-Alegría en su casa de Buelna, Asturias, encontré una correspondencia cruzada entre este y Sabino, fechada en junio de 1983. Al interesarse el primero por el ofrecimiento al rey Juan Carlos de un premio promovido por cierta revista francesa ligada a la oposición, en aquel momento, la respuesta de Fernández Campo, tras consultar con Exteriores, está llena de prudencia y sentido de Estado. Esta fue una de las principales virtudes del jefe de la Casa Real en los difíciles momentos que le tocó desarrollar su papel al lado de don Juan Carlos.
Dotado de una sutil inteligencia y una excelente preparación jurídica, al hacerse cargo de la Secretaría General de la Casa de Su Majestad fue poco a poco cambiando la obsoleta estructura heredada de la Casa Civil del general Franco. Se trataba de adecuar al marco constitucional no solo el organismo, sino la figura del propio monarca. Sabino, según su principal biógrafo, Manuel Soriano, se propuso las siguientes prioridades: Constitución, Corona y don Juan Carlos. Y con esos principios laboró y contribuyó de una manera eficaz a la consolidación de la democracia y de la monarquía en España.
No es difícil adivinarlo detrás de las grandes decisiones que don Juan Carlos tuvo que adoptar. Su consejo fue imprescindible, pero también su forma de moverse en lo que dio en llamarse la fontanería del Estado. Sabino preparaba el camino tratando con subsecretarios y directores generales de su confianza, para que todo encajara perfectamente a la hora de las grandes decisiones de Estado en las que intervenía la Corona. Siempre con prudencia, con buen estilo, con esa superioridad moral que le daba su experiencia y buen hacer.
Disponía de un grupo de buenos amigos con los que se reunía con frecuencia y siempre que las circunstancias lo aconsejaran. Su sentido de Estado era muy valorado por los jóvenes políticos, de todo el espectro, que llegaban al poder. Pese a su talante conservador, propio de sus ideales de juventud y su cultura castrense, mantenía ese espíritu liberal que le otorgaba una carencia de prejuicios al tratar con cualquier persona. Siempre pensando en sus tres prioridades, en las que el orden constitucional precedía inequívocamente, pero sin solución de continuidad a la Corona, como institución garante del modelo adoptado en 1978, y la propia figura del rey Juan Carlos.
Probablemente, fue el intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981 y su proceso judicial posterior el momento histórico en el que más brilló el buen hacer del general Fernández Campo. Su papel, al lado del monarca, fue absolutamente fundamental. Ambos conocían perfectamente la mentalidad castrense y el ambiente militar del momento. Sabino, desde su anterior puesto al frente del gabinete de varios ministros del Ejército, había tratado a muchos de los altos mandos que aquella tensa noche se vieron en la tesitura de mostrar su acatamiento al orden constitucional, a instancias del monarca. Con el sabio, contundente e inequívoco consejo de Fernández Campo, don Juan Carlos ejerció el mando sobre los tenientes generales, dejando a Sabino que terminara las conversaciones telefónicas con ellos para no comprometer su exclusivo papel constitucional. Tal y como apunta Manuel Soriano, quien también destaca la incansable labor de Sabino durante el proceso judicial contra los implicados en la intentona golpista, filtrando la información que convenía y reuniéndose con sus contactos para tratar de anular los intentos de manchar, injustamente, la figura institucional del rey y, por ende, de la monarquía.
Un hombre que reunía los valores propios de la institución a la que dedicó buena parte de su vida: valor, lealtad, disciplina y espíritu de sacrificio
Evidentemente y hasta un momento determinado, el general Fernández Campo ejerció una fuerte influencia sobre don Juan Carlos. Tensando la mandíbula, casi en posición de firmes, pero con la contundencia que imponen la razón y la apelación al patriotismo y al sentido de Estado, Sabino expresaba su opinión al monarca. Como lo hace un buen militar, con educación, pero firme y seguro, no callando nada que fuera necesario, aun a sabiendas de que puede incomodar al jefe. Uno de los mayores servicios que Sabino pudo hacer a España fue la administración de sus silencios. Siguiendo los tres elementos de su escala de valores, se retiró calladamente. Probablemente no sufrió muchos conflictos internos, porque tenía claro que la persona de la que podía esperar otra cosa figuraba en tercer lugar detrás de la Constitución y la Corona, y esto constituía la base de su patriotismo, al que no estaba dispuesto a renunciar. Posiblemente, su silencio es el mejor legado que ha dejado a la historia de nuestra Patria.
Desde la actual perspectiva histórica, resalta sobre manera la figura de Sabino Fernández Campo. Un hombre que reunía los valores propios de la institución a la que dedicó buena parte de su vida: valor, lealtad, disciplina y espíritu de sacrificio. Un hombre que supo estar a la sombra de un gran rey que pasará a la historia como uno de los mejores, por haber conducido a España al periodo de mayor paz y prosperidad de su historia reciente. La historia, sin duda, hará justicia con don Juan Carlos y reconocerá a la persona que tuvo a su lado en momentos difíciles de su reinado y a quien tanto deben España, la Corona y don Juan Carlos.
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