Luis Miguel Pedrero | 25 de septiembre de 2020
Tres décadas después de que Canal+ estrenara en España un modelo inédito de televisión, Internet ha consolidado el pago como una opción extendida incluso a los canales tradicionales.
Una de las tantas efemérides soterradas por este convulso 2020 ha sido la del 30º aniversario del comienzo de las emisiones regulares en España de Canal+, la tercera cadena privada y la primera que optó por el modelo de suscripción. Sucedió un 14 de septiembre, cuando muchos espectadores aún trataban de sintonizar y descubrir las programaciones de Antena 3 –que abrió sus transmisiones oficiales el 25 de enero de 1990– y Telecinco –que hizo lo propio el 3 de marzo–. Tras más de tres décadas de monopolio estatal, el mando a distancia empezaba a adquirir sentido con la aparición de señales alternativas a TVE-1 y TVE-2 (solo las Comunidades Autónomas de Cataluña, País Vasco, Galicia, Andalucía y Madrid habían estrenado en 1989 una TV regional).
Pero la gran novedad de Canal+, la más sorprendente y atrevida, no fue ni su rutilante oferta –películas de estreno, deportes ¡fútbol! en exclusiva o vanguardistas formatos de ficción y entretenimiento– ni sus innovadoras campañas de marketing –el popular rap Say Plus consiguió varios premios internacionales–, sino su pionera disponibilidad restringida: solo seis horas de su programación se ofrecían en abierto; el resto podían verlo únicamente quienes asumiesen un hábito hasta entonces inédito en nuestro país: la suscripción mensual. La cuota inicial fue de 3.000 pesetas (18 euros), aunque posteriormente aumentaría hasta 4.000, a la que había que sumar 15.000 pesetas (90 euros) en concepto de fianza por el descodificador.
Aquel incipiente modelo televisivo de pago se iría extendiendo poco a poco, apoyado en el desarrollo y la implantación de nuevos estándares de emisión y redes de distribución: la transmisión vía satélite, la TDT o la progresiva expansión por todo el territorio del ADSL, la fibra óptica y la banda ancha facilitaron la llegada de Canal Satélite (1994), Canal Satélite Digital y Vía Digital (1997), Quiero TV (1999), Imagenio (2003) o los cableoperadores locales y regionales que, con el tiempo, se integrarían en compañías de telecomunicaciones. Desde muy diferentes modalidades de suscripción y acceso, y con ofertas tan novedosas como eclécticas, el hábito de pagar por ver la televisión se iría normalizando, aunque sin alcanzar nunca cifras que ensombrecieran las audiencias de las cadenas en abierto.
Según datos de la CNMC, a finales de 2013, antes de que emergiesen las plataformas de vídeo por Internet, España contaba con 3,77 millones de abonados a la TV de pago (1,65 de Digital+, 790.000 de ONO y 670.500 de Telefónica). Siete años después, más de diez millones de hogares pagan al menos una suscripción audiovisual, donde ahora se incluyen no solo las opciones de distribución regular (satélite o fibra), sino también las accesibles a través de streaming (OTT). Según la consultora Barlovento, 23 millones de españoles mayores de 14 años (57% de la población) consumen contenidos de un operador de pago; de ellos, más de dos terceras partes (16 millones) son clientes de una plataforma online. Al igual que en otros países, este sistema se impone a gran velocidad al tradicional, sobre todo a partir de la pandemia del coronavirus: se calcula que la industria mundial de TV de pago por cable, satélite y telecomunicaciones perderá en 2020 el mayor número de suscriptores que jamás haya tenido.
¿Cómo están reaccionando las televisiones comerciales, que compiten por la captación masiva de espectadores para lograr financiación a través de anuncios publicitarios, ante la constante y cada vez más acelerada caída de su audiencia? Su inicial, lógica y necesaria expansión al entorno online a través de plataformas digitales –ATRESplayer o MiTele– que brindan el consumo a la carta de contenidos ya emitidos en abierto se está ampliando con la comercialización de productos exclusivos y accesibles únicamente mediante pago. Se trata de versiones de coste añadido –2,99 € mensuales por el servicio de Atresmedia y 3,00 por el paquete básico de MiTele Plus– que, de momento, revelan visiones de negocio complementarias en los dos principales grupos audiovisuales de nuestro país.
Así, ATRESplayer Premium está apostando principalmente por series de ficción (El Nudo, Veneno, Benidorm), documentales como Pongamos que hablo de Sabina y el preestreno de algunos de sus programas más populares (como La Voz). Mientras, Mediaset incide en imágenes no mostradas en Telecinco de los formatos de reality: Gran Hermano VIP, Mujeres, hombres y viceversa o la recién estrenada segunda edición de La isla de las tentaciones, además de distribuir los partidos de La Liga. Según datos de la CNMV, y tras apenas un año desde su puesta en marcha, MiTelePlus registraba a 30 de junio un total de 163.000 suscripciones (de ellas, casi 100.000 correspondían al paquete de fútbol), mientras en la misma fecha Atresmedia registraba 253.000.
Treinta años después de que irrumpiese en España un concepto desconocido, incómodo y durante mucho tiempo marginal, el hábito del pago por ver televisión no solo se ha asentado para acceder a programaciones o productos alternativos a los de la emisión lineal, sino que comienza a erigirse –y no solo en esta industria– como el modelo dominante de acceso. Como en la letra de aquella célebre campaña promocional, ahora la televisión, más que un canal… es un plus.
Los usuarios de todo el mundo dedicamos un promedio anual de 800 horas a Internet a través del móvil, lo que equivale a 33 días sin descanso. Un consumo que se incrementará en 2021.
El confinamiento ha multiplicado el consumo audiovisual en las plataformas de vídeo «online», pero aventura un futuro incierto para el conjunto de la industria televisiva.