Vidal Arranz | 25 de octubre de 2020
Por primera vez se publican en castellano las letras completas de Nick Cave, el cantautor del amor, la oscuridad, la desolación y la esperanza trágica.
La luz, la verdadera luz, apenas se distingue en los días de claridad. La auténtica luz aparece más bien en forma de grietas, apenas rasguños, que resquebrajan la densa oscuridad de la noche, en medio de lo más abrumador de la tormenta y de lo más desolador del desasosiego. Allí, en medio de lo tenebroso, donde la fragilidad desvanece las falsas certezas y seguridades, emerge como una esperanza tímida, pero con una poderosa capacidad transformadora. La luz que alumbra se parece más a una vela que a un foco. La luz que sana es frágil y titubeante, parece siempre a punto de desvanecerse, y debe, por tanto, ser cuidada, protegida y preservada por el destinatario de la salvación que ofrece. Es una luz que requiere complicidad y colaboración; no es una máquina de autoservicio. Pero su poder iluminador es mayor que el de todas las farolas del mundo.
Nick Cave. Letras. Obra lírica completa 1978-2019
Nick Cave y Nicholas Edward Cave
Libros de Kultrum
464 págs.
23,70€
Uno de los artistas que mejor ha entendido, y experimentado, esta dimensión paradójica de la luz es el cantante y compositor australiano Nick Cave, del que ahora se editan en castellano, por primera vez, sus letras completas (Libros del Kultrum). El mundo de Cave, y muy especialmente, su intensa música, es un inmenso embalse de demonios interiores en el que, prácticamente desde el principio, aflora un anhelo de Dios. Sus canciones agitan y sacuden, se mueven en el terreno del nervio y la turbulencia, incluso las más aparentemente calmadas, si bien, de vez en cuando, aparecen el genuino sosiego, la paz y la armonía. Y, por encima de todo, emerge su voz. Personal, expresiva, dramática, aterciopelada a veces, desgarrada y honda, cálida casi siempre. Si algunos fans le aseguraban a Leonard Cohen -del que Cave era un rendido admirador- que la oscuridad de la obra del cantautor los ayudaba a sanar la oscuridad propia, no hay duda de que la negrura de Cave, que puede ser más sombría y pastosa, puede acompañar la curación íntima de miserias profundas.
Aun así, hay algo en su música, quizás ese anhelo de luz, esa frágil esperanza, esa calidez en medio de la noche, que la convierte en buena compañía tanto para almas doloridas como para aquellas en paz que no quieran olvidar la fragilidad del mundo de la luz.
Afirma Cave que él sólo compone canciones de amor, pero esto requiere una explicación, la que él proporcionó en la conferencia «La vida secreta de la canción de amor», pronunciada en el South Bank Centre de Londres en 1999, y que se recoge en Nick Cave. Letras. Obra lírica completa 1978-2019), entre otros añadidos.
En esta conferencia, el compositor apela a Federico García Lorca, y a su noción del duende, para explicar la tristeza inevitable que anida en el corazón de ciertas obras de arte. «Todo lo que tiene sonidos oscuros tiene duende», explica Lorca, para añadir que el duende es «ese misterioso poder que todos sienten, pero el filósofo no puede explicar». Y que encuentra difícil acomodo, a juicio del cantautor australiano, en una industria discográfica, la del rock, que parece más dispuesta a dar cobijo a la ira que a la melancolía. «El duende se antoja demasiado frágil para sobrevivir a la modernidad compulsiva de la industria discográfica».
Sin embargo, a juicio de nuestro hombre, «todas las canciones de amor tienen que tener duende porque la Canción de Amor nunca es, sencilla y llanamente, felicidad. Esas canciones que hablan de amor, sin tener entre sus versos un lamento o una sola lágrima, no son Canciones de Amor en absoluto». Es más, estas obras «nos despojan de nuestra humanidad y de nuestro derecho, por Dios concedido, a estar -y a sentirnos- tristes. La Canción de Amor debe resonar con los susurros de la tristeza y los ecos del dolor».
La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, a la inspiración y, en última instancia, a Dios. Descubrí que a través del uso del lenguaje estaba dirigiéndome a un Dios de carne y huesoNick Cave
Y aún hay más, para acreditar, por si no había quedado claro, que Nick Cave no es artista apto para almas tibias, blanditas y quebradizas. «El escritor que se niega a explorar las regiones más oscuras del corazón jamás podrá escribir convincentemente sobre el poder del encantamiento, la magia y la alegría del amor, pues, al igual que no puede confiarse en el bien a menos que se haya respirado el mismo aire que el mal -la metáfora del Unigénito crucificado entre dos criminales viene aquí a mi mente- en la estructura de la Canción de Amor, en su melodía, en su letra, debe uno sentir que ha saboreado la capacidad de sufrimiento». Difícilmente podremos encontrar un discurso más a contracorriente de esa extendida tendencia contemporánea que vincula lo bueno y satisfactorio con la ausencia de pena.
Tanto quiso mirar Nick Cave a la cara al dolor y a la miseria humanas, que vivió, en su vida personal, un auténtico calvario de drogas y de autodestrucción. Las letras de sus cuatro primeros discos -obviados por completo en su extenso recopilatorio reciente, Lovely creatures, que prefiere iniciar su recorrido musical en 1984- son un auténtico combinado sulfúrico de odio, rabia, desprecio, ira y un sinfín de emociones terribles. No es que el resto de sus discos sean nubes de algodón, pero su apuesta por una lírica más baladística, más volcada a contar historias y personajes, permite una mejor dosificación de la oscuridad.
En cualquier caso, las citas anteriores han abierto la puerta para que entre en escena otro de los elementos centrales del arte de Cave, que no es otro que el anhelo de divinidad, y su peculiar forma de entender a Dios. En la misma conferencia, afirma: «La escritura fue el salvoconducto para acceder a mi imaginación, a la inspiración y, en última instancia, a Dios. Descubrí que a través del uso del lenguaje estaba dirigiéndome a un Dios de carne y hueso». Un Dios que él equipara, metafóricamente, con el hombre invisible de H.G. Wells, en una imagen vívida y muy arrebatadora. «El lenguaje se convirtió en el manto que arrojé sobre el hombre invisible, lo que le confirió forma y fondo. La transustanciación de Dios a través de la Canción de Amor sigue siendo mi principal motivación como artista». He aquí el arte como privilegiada vía de acceso a lo trascendente. Fue el músico Ravi Shankar quien le explicó al Beatle George Harrison, en sus días de aprendizaje espiritual en la India, que la buena música era una forma de acceder a Dios, frase que atesora inequívocas resonancias de familia con la de Nick Cave citada más arriba.
Eso sí, la relación de nuestro hombre con la religión es de todo menos complaciente. En 1998, el cantautor australiano participó en un novedoso proyecto editorial que consistía en recuperar para el mundo profano algunos de los más relevantes textos sagrados de la Biblia. El objetivo era, podríamos resumirlo así, arrancarlos de las manos de los clérigos para devolvérselos a la gente como puras formas poéticas y libres de las adherencias de siglos de reflexión teológica. A tal fin, los editores contaron con variopintas personalidades del arte y la cultura, algunos de ellos decididamente ateos, a los que encargaron unas introducciones nada convencionales a estas obras eternas de la literatura sacra.
Curiosamente, muy poco después, la editorial Booket intentó en España, con modesto éxito, un proyecto similar, la colección La Biblia. El libro de los libros, y recurrió a firmas como Vázquez Montalbán, Antonio Gala, Zoe Valdés, Ángeles Caso, o Sánchez Dragó para un propósito similar. En la versión original, de la editorial Cannongate, Nick Cave se encargó de la introducción al Evangelio de san Marcos, y en ella admitió su tormentosa y nada apacible relación con la Biblia. «Cuando compré mi primera copia de la Biblia, lo que más me atrajo fue el Antiguo Testamento y su Dios maniático e insaciable, que lanzaba contra su largamente sufriente humanidad castigos que me dejaban con la boca abierta, incrédulo ante la profundidad de su carácter vengativo». Y añade: «Creía en Dios, pero también creía que Dios era malvado y que si el Antiguo Testamento era el testamento de algo era el testamento de eso». He ahí al hombre, borracho de las tempestuosidades de su juventud, regodeándose en las tinieblas. «Pero uno crece. Y se reblandece. Brotes de compasión empujan a través de las grietas del negro y amargo suelo (…) aprendes a perdonarte a ti mismo y al mundo. Ese Dios antiguo comienza a transmutarse en tu corazón, los metales de base devienen en oro y plata, y te conmueves ante el mundo».
Es en ese momento de apertura cuando un sacerdote anglicano lo invita a dejar reposar el Antiguo Testamento y a intentarlo mejor con san Marcos. Pero lo que el cantante encuentra en el texto tampoco es exactamente esa imagen edulcorada de Cristo que abunda en las postales y, ay, muy a menudo también en las oraciones, sino la encarnación de una divinidad dramática, tensa y en conflicto. Cave se toma en serio aquella frase evangélica, recogida por san Lucas, «no he venido a traer la paz al mundo, sino la espada», y con esa inconformista dimensión de lo divino es, en gran medida, con la que nuestro compositor se identifica.
«Cristo me habló a través de su aislamiento, a través de su muerte, a través de su furia contra lo mundano, a través de la tristeza. (…) El Cristo que nos ofrece la Iglesia, el plácido e inmaculado ‘Salvador’ -el hombre que sonríe bondadoso ante un grupo de niños o que cuelga, calmo y sereno, de la cruz- le niega a Cristo su tristeza potente y creativa o su furia hirviente que nos confronta con tanta potencia en Marcos. De este modo, la Iglesia le niega a Cristo su humanidad, ofreciéndonos una figura a la que tal vez le podamos ‘orar’, pero con la que nunca nos podremos relacionar», opina Nick Cave. Para él, como se ve, la tristeza no solo es un sentimiento del que no nos podremos nunca librar, sino la auténtica seña de identidad de la condición humana. Como reflejan bien estos versos del compositor: «Alguien debe cantarles a las estrellas, alguien debe cantarle a la lluvia, alguien debe cantarle a la sangre, y alguien debe cantarle al dolor».
La dramática muerte accidental de su hijo de 15 años Arthur, en 2015, puso a prueba su forma de entender la vida. Y si en el disco inmediatamente posterior, el inmenso Skeleton Tree (2016), prima la sensación, casi física, de desolación, de que la vida, de repente, se ha roto en pedazos, en el siguiente, Ghosteen (2019), Cave halla el modo de reencontrarse con la luz. «La paz vendrá, la paz vendrá, la paz vendrá con el tiempo», canta en Spinning song. Y es que «a veces una brizna de fe puede recorrer un largo camino» (Waiting for you). La imagen de Jesús recostado en los brazos de su madre aparece como un bálsamo tranquilizador que se repite en varias canciones del disco (Night raid, Fireflies). De hecho, Jesucristo es, para Cave, «un hombre que nos prometió que traería la palabra que iluminaría la noche». Una palabra que él parece haber hallado, no sin pagar el precio del desgarro.
El coronavirus nos ha puesto de rodillas, pero también nos ha brindado la oportunidad de orarNick Cave
En el final de One more time with feeling, el documental que documenta los meses más oscuros de Cave, justamente los de la grabación de Skeleton tree, aparece ya una esperanza, ligada al propio esfuerzo de la voluntad y a un instinto de supervivencia que exige salir del pozo. «Una de las cosas que perdí fue la fe en mí mismo. La fe en lo bueno de las cosas, en el mundo y en nosotros se esfumó. Pero al cabo de un tiempo Susie (su mujer) y yo decidimos ser felices. Como si la felicidad fuera cobrarse venganza, un gesto desafiante. Decidimos preocuparnos el uno del otro y tener cuidado de nosotros y de los que nos rodean».
Recientemente, en su blog personal, un seguidor le preguntó por el valor de la oración para afrontar los periodos de oscuridad. Y, nuevamente, la respuesta de Nick Cave revela una religiosidad poco ortodoxa, pero no por ello frívola o insustancial. «El acto de oración no es exclusivo de la práctica religiosa porque el valor de la oración no depende de la existencia de un destinatario. La oración no es un encuentro con un agente externo, sino más bien es un encuentro contigo mismo. Hay tantas posibilidades de que nuestras oraciones sean contestadas por un Dios que existe, como por un Dios que no exista. Y no digo esto con ánimo de desprecio o burla, porque las oraciones son muy a menudo contestadas».
La pandemia del coronavirus -que obligó a suspender la gira mundial de Ghosteen y que Nick Cave conjuró con un concierto solitario retransmitido inicialmente por internet y que ahora será lanzado en disco- aparece como el último episodio oscuro que invita a la reflexión. «El coronavirus nos ha puesto de rodillas, pero también nos ha brindado la oportunidad de orar. Al obligarnos a aislarnos, ha desmantelado nuestro yo construido, desafiando nuestras presuntas necesidades, nuestros deseos y nuestras ambiciones, y nos ha vuelto crudos, esenciales y reflexivos. Nuestra repentina dislocación nos ha llevado a un misterio que existe al borde de las lágrimas y la revelación, ya que ninguno de nosotros sabe lo que traerá el mañana».
Lo peor es que creíamos que sí, que sí que podíamos controlar el futuro, nos explica el cantante. Pero, a causa del virus, de lo único de lo que estamos seguros ahora es de nuestra indefensión. «Al final, esta vulnerabilidad puede ser para nuestro planeta, y para nosotros mismos, nuestra gracia salvadora. Liberados de nuestra certeza, presentamos nuestra ofrenda más pura al mundo: nuestras oraciones». Y todos los rezos valen, incluida esa Oración del idiota que da título al nuevo disco que Cave lanzará en noviembre. Y es que, ¿quién mejor que él para acompañarnos en estos tiempos de oscuridad?
La canción Let it be puede interpretarse como un fogonazo católico de Paul McCartney con una religiosidad tan evidente que provocó el enfado y sabotaje de John Lennon.
Perdió la vida en una carrera que no quiso correr y que no debió celebrarse.