Jaime García-Máiquez
Historiador y poeta
Qué mala fama tiene el trabajo y qué bueno es para todo. Conviene recordarlo ahora en septiembre que volvemos todos a él, también entre lágrimas.
«Si los españoles somos “hijos de algo” -leemos en La España imaginaria– es gracias a Cervantes y Velázquez». Es cierto. Pero también gracias a Goya y a Gaya, a Bécquer y Juan Ramón, a Menéndez Pelayo y, digámoslo ya abiertamente, a escritores del genio, coherencia e integridad moral de Aquilino Duque.
A mediados de junio de 1961, en un pueblo perdido llamado San Sebastián de Garabandal, cuatro niñas de unos 11 años dijeron ver a un ángel, que tras varias apariciones les anunció que verían a la Virgen del Carmen. Una historia absurda, irreal, por lo que en principio todos lo creyeron.
Educamos para la felicidad y la eficacia, y los neurólogos más prestigiosos del mundo indican que se aprende mejor con el juego, con la pasión y con un propósito en mente. Hacen falta menos notas y más nivel académico, menos exámenes y más comprensión de la belleza.
Pentecostés es la llegada al Arca de la Alianza de la Paloma con la esperanza cogida del pico, oxígeno puro en una atmósfera contaminada, el fuego con el que Jesús sigue incendiando el mundo.
No debemos luchar contra el arte moderno, es imposible. Sonriámonos de sus travesuras como lo hacemos al oír cantar, de lejos, a unos borrachos. Pero exijamos con toda seriedad que no se gaste ni un céntimo de dinero público en esa bacanal a la que, gracia Dios, nadie nos ha invitado.
La poesía actual, reconociendo que la grandeza del Machado menor es mayor, debe mucho más al humor melancólico, al cinismo moral, el malditismo simpático, la variedad temática, el coloquialismo callejero y el apabullante dominio técnico de Manuel.
Frente al cuerpo incorrupto de Gabilondo, el insepulto de Edmundo o la incineración de Iglesias, el cuerpo glorioso de Díaz Ayuso nos ilumina con una luz que no es suya, y en la que no cree.