Teresa Partearroyo | 03 de mayo de 2018
La deficiencia en vitaminas ha sido causa de numerosas enfermedades y muertes en periodos de hambruna. A partir de la primera mitad del siglo XX se empezaron a identificar y a sintetizar las vitaminas, y de esta manera fue posible superar y prevenir las deficiencias que originaban. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XX e inicios del siglo XXI, las investigaciones llevadas a cabo se han basado en identificar las nuevas funciones de las vitaminas y su papel frente al desarrollo de enfermedades crónico degenerativas, como la enfermedad cardiovascular, algunos tipos de cáncer y enfermedades neurodegenerativas.
El ácido fólico (AF) es uno de los ejemplos más claros de la influencia del ambiente sobre el desarrollo y crecimiento. La deficiencia en esta vitamina hidrosoluble ha sido directamente relacionada con defectos del tubo neural, como la espina bífida, desarrollo orofacial, riesgo de enfermedad cardiovascular, cáncer y enfermedades mentales. También es importante mencionar su papel en la función inmune y, más recientemente, en la prevención de osteoporosis y pérdida de la audición. Además, curiosamente, se ha observado que la deficiencia en AF causa paladar hendido, una malformación congénita que afecta al primer arco branquial situado en la faringe, así como malformaciones en la lengua, con los problemas que esto puede causar en los procesos relacionados con la ingesta alimentaria.
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En Europa, se ha observado que la deficiencia subclínica de folatos y vitamina B6 podría afectar a alrededor del 20% de los adolescentes europeos. Y, además, existe un mayor riesgo de ingestas insuficientes de AF en adultos y ancianos en comparación con el resto de la población. Es más, los últimos datos obtenidos del Estudio ANIBES (Antropometría, Ingesta y Balance Energético en España) muestran que existe un porcentaje importante de la población española que no cumple con las ingestas recomendadas de folatos.
Esta preocupante situación ha hecho que las autoridades gubernamentales de diferentes países implanten políticas nutricionales de fortificación obligatoria con AF en harina y alimentos derivados. Esta política nutricional se estableció por primera vez en Estados Unidos y Canadá en 1998, tras una propuesta de la Food and Drug Administration (FDA), en base a diferentes estudios que demostraban una disminución significativa en el riesgo de padecer defectos del tubo neural en mujeres embarazadas que ingerían cantidades suplementarias de la vitamina.
Sin embargo, a pesar de tratarse de una vitamina hidrosoluble y, por ende, supuestamente “segura”, diferentes trabajos de investigación en humanos expuestos a la fortificación obligatoria con AF describen efectos secundarios totalmente inesperados, posiblemente como consecuencia de la exposición a altas dosis de AF. En este sentido, se han observado alteraciones en la función inmunológica, un incremento de la incidencia de cáncer de colon (en individuos predispuestos a sufrir esta patología) y un declive de la función cognitiva.
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Debido a los escasos estudios de evaluación del balance riesgo/beneficio de la fortificación obligatoria de AF en Europa, a excepción de Moldavia, se ha establecido el principio de precaución, que evita la fortificación obligatoria hasta no tener una alta evidencia de que una alta ingesta de la vitamina no suponga un riesgo sobre la salud de la población.
Por ello, está más justificada una suplementación que una fortificación con AF hasta que los estudios científicos y las autoridades sanitarias resuelvan las siguientes cuestiones: ¿está justificada la exposición de la población general a ingestas mayores de AF en “beneficio” de un porcentaje reducido de mujeres cuyos hijos pudieran estar afectados por los efectos teratogénicos que puede originar la deficiencia de la vitamina? ¿Está justificada la fortificación con esta vitamina para la prevención de ciertas patologías frente al desconocimiento del estado inmunológico y de la mayor o menor predisposición de las personas a una lesión carcinogénica?