Ana María Puga | 15 de mayo de 2018
El agua es el componente más abundante de nuestro organismo, aunque su contenido varía entre los distintos individuos y, sobre todo, en función de la edad y el sexo. Si bien en un recién nacido el agua puede llegar a representar el 80 % de su peso corporal, con la edad su contenido disminuye, de manera que en adultos el agua constituye, por término medio, alrededor del 60% del peso corporal en los hombres y el 50% en las mujeres.
El agua tiene distintas funciones en el organismo y es imprescindible para el correcto funcionamiento de todos los órganos y sistemas del cuerpo humano. A pesar de que el organismo tiene capacidad de sintetizar agua en pequeñas cantidades a través de distintas reacciones metabólicas, necesariamente debe ser aportada en la dieta en cantidades suficientes. Por ello, no debemos olvidar que el agua es un verdadero nutriente y, sin embargo, en la mayoría de las ocasiones es el gran olvidado al hablar de alimentación saludable. De acuerdo con la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria, las necesidades diarias de agua son de 2,5 litros/día y 2 litros/día en hombres y mujeres, respectivamente. Sin embargo, es necesario considerar que los requerimientos individuales de agua varían de manera importante, teniendo en cuenta, entre otros, el estilo de vida, la edad, la época del año o la coexistencia de enfermedades, por lo que es necesario que la hidratación se realice de forma personalizada.
Para mantener un adecuado estado de hidratación es preciso que las ingestas de agua y sus pérdidas de agua se regulen de forma diaria. En una situación ideal, el balance hídrico debe ser nulo, de manera que la cantidad de agua total ingerida sea igual a la cantidad total eliminada, en lo que se conoce como estado de euhidratación. Es importante considerar que a la hora de hablar de agua total ingerida es necesario incluir no solamente el agua procedente del agua de bebida como tal sino también la procedente de otros alimentos líquidos y sólidos y las pequeñas cantidades de agua que el cuerpo humano tiene capacidad de sintetizar en distintos procesos metabólicos. Por otro lado, el agua total eliminada incluye la excretada a través de la orina y las heces, además de la eliminada en forma de sudor y de vapor de agua a través de la respiración.
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La deshidratación o balance hídrico negativo puede ser consecuencia de un consumo deficitario de agua o de unas excesivas pérdidas. Sin embargo, puede aparecer o verse afectada por distintos factores internos (del propio organismo) o externos. Entre los factores internos merece la pena señalar la disminución de la sensación de sed o la presencia de determinadas enfermedades como la diabetes. Entre los externos destacan el consumo crónico de determinados fármacos, de 4 o más fármacos, o las condiciones ambientales extremas (ej. olas de calor). Las consecuencias de la deshidratación son variadas y numerosas y afectan prácticamente a todos los órganos. Entre ellas destacan desórdenes urológicos, enfermedad renal crónica, enfermedades coronarias, taquicardias, alteraciones neurológicas, confusión mental o incluso la muerte. Los grupos de población con más riesgo de padecer deshidratación son los niños y, sobre todo, las personas de edad avanzada. De hecho, distintos estudios han estimado que alrededor del 20-30% de las personas de edad avanzada padece deshidratación.
Las mejores condiciones socioeconómicas de España en los últimos años han conducido a una mayor esperanza de vida de nuestra población. Según el Instituto Nacional de Estadística, el 18,6% de la población española tendría más de 65 años y la tendencia es que este porcentaje aumente hasta el 30% en 2050, de los cuales alrededor del 12% serán mayores de 80 años. Por otro lado, de acuerdo con la Encuesta Nacional de Salud de España, alrededor del 50% de los ancianos padece hipertensión, el 20% sufre enfermedades coronarias y diabetes y el 30%, dislipemia. Además, muchos de ellos sufren dos o más enfermedades crónicas de forma simultánea, lo que conlleva el consumo de fármacos de distintas familias de forma crónica e incrementa el riesgo de aparición de reacciones adversas e interacciones, no solo entre fármacos sino también entre fármacos y alimentos o nutrientes.
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Hasta la fecha no se ha dado importancia a las consecuencias que el consumo de fármacos puede tener en el estado de hidratación. Sin embargo, son numerosos los fármacos que tienen entre sus efectos secundarios la deshidratación. De todos ellos, destacan los diuréticos, los corticoides o la metformina, ampliamente utilizados por nuestros mayores para el tratamiento de la hipertensión o la diabetes, entre otras enfermedades. Por parte de los profesionales de la salud, es necesario realizar un adecuado control y seguimiento de estos tratamientos, acompañado de una evaluación del estado de hidratación, para prevenir complicaciones asociadas. Por parte de los pacientes a tratamiento con estos fármacos, por su mayor riesgo de padecer deshidratación, deben asegurar un adecuado aporte de agua a través de la dieta. Como recomendaciones nutricionales básicas, es muy importante que esta incorpore una buena cantidad de alimentos líquidos incluyendo agua, infusiones y otras bebidas calientes o batidos, entre otros, aunque el paciente no tenga sensación de sed, además de alimentos con gran cantidad de agua, como las frutas o las verduras. Asimismo, una buena alternativa es incluir tanto en las comidas como en las cenas un plato de sopa o puré para asegurarse de mantener una adecuada ingesta diaria de líquidos. No se puede perder de vista que el éxito de un envejecimiento saludable está en una adecuada hidratación. Por lo tanto, el control de los posibles factores que afecten al estado de hidratación, como las interacciones fármaco-nutrientes, es clave para conseguirlo.